Caminando

3.1K 236 9
                                    

- ¿De dónde provienes? - La misma voz del chico de sombrero siguió hablándome. El seguía sentado en las escaleras, y yo, en la camilla que estaba en medio del pabellón. - Yo de Atlanta. 

- Cayó rápido. - Lo observé. - No recuerdo nada de mi vida pasada. Prefiero mantenerla en privado. 

Bajé la vista y comencé a mirar mi pie vendado, y trataba de hacer movimientos circulares. Mis muecas, hacían notar que me dolía un poco. 

- Déjalo reposar. - La misma voz entrometida. 

- Yo sé lo qué hago. - Lo miré. - No necesitaba ayuda de nadie de ustedes. 

- ¿Acaso has sobrevivido sola? - Se levantó de las escaleras, las bajó, y caminó hacía mí. Tomó mi pie con esguince, y me observó. - Sé que esto no quitará dolor; pero mejorará. 

Confié en él. Comenzó a apretar con sus dedos, mi dedo pulgar de mi pie. Al principio sentí mi piel caliente, pero ese mismo sentimientos, hizo que mi pie dejara de punzar. Abrí los ojos de par en par, abriendo un poco mi boca en sorpresa. Él sonrió al notar mi sorpresa. 

- Carl. - Una voz dulce lo llamó. Provenía de una celda, en el segundo piso. Ambos alzamos la vista, y vimos a una rubia, de ojos claros, observándonos desde arriba. - Y desconocida. 

- Becca. - Saludé con mi mano, sacudiéndola. Me sonrió. En ese momento sentí cómo Carl; ese parecía ser su nombre, bajaba despacio mi pie lastimado. - Gracias.- Susurré. 

- ¿Qué haces aquí? - La chica con unos vaqueros y una playera amarilla pastel, comenzó a bajar las escaleras. 

- Hershel. - Contestó Carl. - Se ha lastimado y le ofrecimos ayuda. 

La chica, parecía que estaba algo, mal. Siempre estaba distraía, con su mirada sin mirar a un punto en específico. Ese silencio se rompió al oír cómo las puertas del pabellón se abrían de par en par. Estaban sujetando a un hombre moribundo, sin una pierna. La camiseta que usaban cómo torniquete, escurría de la sangre que ya no podía ser absorbida. 

- ¡Papá! - Gritó la rubia, corriendo hacía él. 

Los hombres la quitaron, para poderlo meter a una celda. 

Enseguida, me bajé de la camilla, y corrí hacía arriba, subiendo las escaleras completamente sin dolor alguno, a esconderme de una de las celdas. Me senté en una esquina, alcé mis piernas y las abracé con mis manos. Sollozando, trataba de tatarear una canción. Mi madre siempre me la cantaba. 

"You're my sunshine, my only sunshine. You made me happy, when sky are gray..."

Me mecía, tarareando una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. 

Una mano tentó mi hombro. Me paré exaltada, asustada. 

- ¡No me toques! - Grité. Agudo. 

El hombre se quedó mirándome unos segundos. Era el mismo que había apuntado a mi cabeza con su ballesta. Mi grito sonó agudo, cómo el de una pequeña niña ingenua y asustada; me dió demasiada vergüenza. Me senté en la litera, en la cama de abajo, sin mirarlo a los ojos. 

- ¿Qué haces acá? - Su voz era gruñona y seca. - No debemos perderte de vista. 

- ¿Tan peligrosa me veo?  - Una sonrisa se formó en mi rostro; pero no en la de él. 

- No me siento intimidado por nada. Ni por nadie. - Me movió la cabeza, guiándome hacía afuera de la celda. 

Negué con la cabeza. No quería ver de nuevo a ese hombre sin su pierna, a punto de morir. No soportaba ver morir a las personas; no después de la muerte de mamá. Por eso no podía volver a amar a nadie. 

- Me quedó acá. - Lo miré. - Prefiero estar acá porque...

- Me importa una mierda. - Se acercó y me cogió del hombro. - Vendrás conmigo. 

- ¡No me toques! - Grité. Con más fuerza sujetó mi brazo, haciéndome sentir insegura; recordándome aquel momento en el que mamá me sujetó de la misma fuerza. - ¡Suéltame! 

No soltaba mi brazo. Grité tan agudo, con tanto miedo, qué me soltó para taparse los oídos. Observé cómo un brazo lo tomaba de su chaqueta de cuero, y lo sacaba de mi celda. En cuánto sentí que su piel dejó de rozar con la mía, corrí a mi misma esquina, abrazándome a mí misma, tarareando de nuevo la canción. 

- ¿No escuchaste, imbécil? - Un hombre de camiseta de botones, color beige, comenzó a discutir con el hombre. - No la toques. 

El sujeto se zafó del agarre molesto, y salió de la celda. Lo miré a los ojos, y fue cuándo reconocí el enorme parecido de él, y Carl. Parecían la misma persona. Se puso de cuclillas, y me miró con ternura. 

- Hola. - Susurró con una sonrisa. - No te asustes, pequeña. 

Lo miré a los ojos. Justo en ese momento, se dejó caer, sentándose en el suelo de piernas cruzadas, delante de mí. 

- Soy Rick. Rick Grimes. - Extendió su mano, para saludarme. Por cortesía extendí la mía, y la sujetó. - Supongo que ya conoces a mi hijo, Carl. 

Asentí. Al imaginar, recordé de nuevo cuándo sujetó mi pie desnudo, y sentir su piel con mi piel, hizo sentir a mi cuerpo de estado neutral. 

- El hombre que te ayudó... - Hizo una pausa triste. - Es Hershel. Mientras limpiábamos el lugar, un caminante mordió su pierna. Tuvimos que amputar. ¿Sabes lo qué es? 

Asentí. 

- Ahora. ¿Cómo te llamas, cariño? -  Sonrió de nuevo. 

- Becca. - Solté. - Anderson. 

- Rebecca Anderson. - Repitió. - ¿Cuántos años tienes? 

- 13. 

- ¿Y tus padres? 

Mi expresión se tornó indescriptible. Hacía años que no tenía una conversación con una persona ajena, y no recordaba lo que se sentía un interrogatorio. 

- No tengo. - Contesté al fin. - Mi madre murió. Cáncer. 

- Ya veo. 

Rick Grimes era un buen sujeto. Mentí, sí había escuchado cosas de él. El famoso Rick grimes, el más temido por los pueblos cercanos. Me imaginaba un villano sangriento y malévolo que buscaba siempre cómo herir a los demás. Y ahora, es justamente lo contrario. Sólo un sobreviviente que quiere ver a su familia feliz, y salva. Cueste lo qué cueste.   


Detrás de ti || 𝓕𝓪𝓷𝓯𝓲𝓬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora