En una ciudad donde las apariencias lo son todo, un grupo de amigos se encuentra en la encrucijada de la lealtad y la pasión. Entre risas compartidas y confidencias susurradas, se ocultan verdades que nunca deberían salir a la luz. JungKook, un miem...
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La biblioteca era un santuario de silencio, y JungKook se sumergió en su mundo de apuntes y música. Los audífonos bloqueaban el ruido exterior, y su mente se enfocaba en los conceptos de Finanzas que debía dominar para el próximo examen. El libro abierto frente a él estaba lleno de subrayados y anotaciones.
Levantó la vista de su libro un momento y su vista perdida lo llevó a través de sus recuerdos.
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El baño abandonado en la tercera planta del edificio de la facultad de Psicología se convirtió en su refugio secreto, un lugar donde el tiempo se detenía y solo existían ellos dos. Las paredes desconchadas y las tuberías oxidadas parecían testigos mudos de su pecado.
EunYoung entró con pasos silenciosos, y JungKook la recibió con una sonrisa. Su cabello caía en mechones verdosos desordenados sobre los hombros, y sus ojos brillaban con una mezcla de nerviosismo y deseo. No necesitaban palabras; sus corazones hablaban un idioma propio.
Se acercaron lentamente, como si el aire mismo vibrara con electricidad. JungKook tomó su rostro entre sus manos, y EunYoung se aferró a su cintura. Sus labios se encontraron en un beso que sabía a secretos compartidos.
Los abrazos y las caricias se entrelazaron con la pasión. JungKook exploró cada centímetro de su espalda, como si quisiera memorizarla. EunYoung se aferró a su camisa, sintiendo el latido de su corazón a través de la tela.
— ¿Acaso no es extraño lo bien que nos entendemos? — susurró EunYoung entre besos, sus labios rozando los de él. Queriendo sacarle algo que dijera desde su corazón.
Quizás en aquel momento ella sintiera mucho más y quería saber si pasaba lo mismo con él.
JungKook sonrió contra su boca. No había palabras para describirlo. EunYoung era su confidente, su cómplice, su amante... En ese baño abandonado, se sentían los únicos en el mundo, como si todo lo demás fuera un sueño lejano. Ese sentimiento sí era extraño pero agradable. Lo demás no lo era.
