CAPITULO 8.

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SIGLO ANTIGUO

CASTILLO REAL DE CALANTHE

LISA POV

Miré mi reflejo en el espejo frente a mí. Lucía presentable con aquel vestido. Tenía mucho que no utilizaba uno, pero de pequeña siempre los usaba, por lo tanto, sabía qué hacer con él. Salí de la habitación, un guardia me guió de vuelta a la sala principal donde aún había algunas personas celebrando el cumpleaños de la Princesa Jennie.

Princesa... Estaba perfecta esta noche. Vestía un vestido blanco de varias capas, nada cargado o exagerado, simplemente hermoso en su cuerpo perfecto. Sonreí al verla mirándome. Sabía que se sentía algo interesada en mí y aquello me llenaba de alegría. La quería para mí, solo si ella me quería para sí. Nunca la tomaría a la fuerza.

Conocía muchos casos en los reinos sobre reyes tomando a las jóvenes a la fuerza. No todos los reyes son guapos o tienen una personalidad agraciada, por lo que las mujeres no se sentían atraídas hacia ellos. No podían vivir sabiendo que una mujer los había rechazado y las sacaban de sus hogares a la fuerza. Aquel gesto me parecía repugnante. Las hacían casarse con ellos o simplemente las utilizaban como sus juguetes personales. Mi madre siempre me había enseñado a respetar a las mujeres, desde la más pequeña hasta la más anciana. Todas valían mucho y se debían tratar como la joya más preciosa del mundo. También me había enseñado que, en cuanto tomara a mi esposa, no podía serle infiel o simplemente dejarla por cambiar físicamente. Debía amarla en cada uno de sus cambios y hacerla amarse a sí misma con aquellos pequeños cambios.

Además, mi padre, en su forma de ser, me había enseñado que mi madre era su tesoro más sagrado y que jamás miraría a otra mujer que no fuera ella. Quería tener un matrimonio como el de ellos. Amarnos hasta la vejez, jamás buscar a otras para satisfacerme y siempre hacerla sentir amada como ella debe hacerlo conmigo. Debíamos entregarnos ambas a cada una.

—Princesa Lisa —escuché la voz de alguien a mi lado, me giré a verla y rápidamente incliné la cabeza.

—Princesa Irene —besé su mano, sin inclinarme.

—No pensé verla con nosotros, Su Alteza —sonrió amablemente antes de volver a mirar a la Princesa Jennie.

—Tampoco lo pensé, pero se dio la oportunidad y la tomé —comenté, viéndola moverse hasta ponerse en mi campo de visión, bloqueando a su hermana menor.

—No me gusta que me ignoren —confesó.

La miré apenada. La verdad es que me daba igual, pero debía tenerle algo de respeto.

—Disculpa, solo quería ver a las personas que se encontraban aquí.

Rió entre dientes.

—¿Las personas o a mi hermana? —cuestionó, sonreí. Me había atrapado.

—La segunda, pero la primera también es cierta —aseguré—. Hay personas importantes que debo saludar.

—¿Más importantes que tú? —preguntó, elevando una de sus delgadas cejas—. No creo. Eres la próxima soberana del pueblo más próspero.

—Y espero siga así cuando sea la reina —afirmé—. Sin embargo, hay otras personas importantes igualmente.

Ella giró, mirando a su alrededor. Se encogió de hombros sin ponerme su total atención. Esta mujer es sorprendente. No le gusta que la ignoren, pero ella sí puede ignorar.

Me volví a fijar en la Princesa Jennie. Relucía esta noche más que la anterior en la que la había visto. Estaba siendo ella misma porque era su noche. Sentía una atracción inevitable hacia su persona. Intenté ir a por ella, pero una persona detuvo mi caminata.

—Princesa —me giré y la persona inclinó la cabeza—. El Rey desea verla. Sígame, por favor.

Di un último vistazo a la mujer que había estado desconcentrándome últimamente en mis tareas rutinarias. La vi sonreír y con esa imagen seguí a la persona hasta una habitación apartada de la sala principal.

—Lisa, adelante —entré y tomé asiento—. En verdad, fue una sorpresa verte en mi patio trasero. Tu padre, el Rey Marco, mandó una carta excusando tu ausencia para hoy.

—Sí, debía atender algunas cosas de la corona —sonreí, nerviosa—. Todo salió bien y pude venir hoy.

—¿Tus padres lo saben? —cuestionó, negué.

—Mis otros hombres iban hacia allá y mandé el comunicado con ellos —informé—. Pensaba irme en seguida, pero veo que no podré.

—No podía dejarte ir de esa manera, chica —rió sabiendo que debería haberme visto horrible—. Te irás mañana. Ya he mandado un mensajero. Pero, no te he traído para hablar sobre tu estadía aquí.

Lo sabía. No podía ser algo tan sencillo. Seguro preguntaría mis planes con su hija y tal vez me pondría muy nerviosa. El Rey Dereck normalmente hacía que le tuvieras respeto. Su contextura era grande y fuerte. Un golpe suyo debía hacerte ver estrellas.

—Dígame sobre qué, Rey.

—Bien sabes sobre qué, Princesa —rió nerviosa—. Sabes, pensé que te darías por vencida en siete meses.

—Jamás, Rey. He dicho que quería la mano de su hija y esperaré hasta que ella pueda tomar la decisión de dármela o no.

El hombre frente a mí suspiró hondo. Mi madre decía que a veces llegaba a ser muy persistente.

—Ha cumplido los diecisiete, como lo he prometido —asintió, mirando a un lado—. Tiene el derecho de decidir sobre si darte la oportunidad o no. Habla con ella y luego me dirán su decisión.

—Gracias, Rey.

Me puse de pie. Lo miré una última vez, notando la indecisión en sus ojos.

—Señor, entiendo que esté indeciso sobre esta decisión. Hacía mucho tiempo que no se veía el matrimonio entre una mujer y otra mujer, pero le aseguro que no soy una mujer cualquiera —su mirada se tornó dura, entendiendo mal mis palabras, rápidamente corregí mis palabras—. Le daré todo lo que necesita a su hija si ella acepta darme una oportunidad. Jamás la dejaré de lado, le prometo mi fidelidad a ella. No será solo la Reina de mi pueblo, será mi Reina y la trataré con respeto en todo lo que hagamos.

—Espero que sea real aquello que dices, muchacha —se puso de pie, inmediatamente levanté mi rostro para verlo mejor—. Ahora, convéncela a ella. Lo has logrado conmigo.

Sonreí, incliné mi cabeza y salí del despacho hacia la sala principal, donde debería estar mi Princesa. Y solo tal vez, mi reina.

Volví a sonreír como una tonta de solo imaginarlo. Nunca jamás había soñado con casarme con alguna joven. Pensaba madurar como monarca y luego entregarle mi corazón a alguna mujer. Esos eran mis planes, hasta que vi a la Princesa Jennie entrar con su vestido azul marfil a mi fiesta de cumpleaños número dieciocho.

Sabía que debía hacer mucho para ganármela. Debía hacer que me amara como podría hacerlo yo. Tenía grandes planes para ambas y nadie tendría el poder de lograr romper mis esperanzas.


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