XXII

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Abuelo

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(RECUERDO de Helena a los 5 años)

—Mi pequeña Isbel. ¿Quieres que te cuente un secreto?
—¿Abuelo, por qué siempre me llamas así? —pregunto con dulzura.
—Algún día lo sabrás, niña mía —dice besando mi frente.
—Vale —digo a regañadientes —¿Y el secreto?
—Por lo visto, nada se te escapa —sonríe ampliamente —Te mostraré un lugar especial. Pero, debes prometer que no le dirás a nadie.
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Llego hasta el centro de la ciudad. No sé a dónde ir. Estoy abrumada, ansiosa... no paro de mirar a mi alrededor con el miedo de ver algún auto del psiquiátrico.

Casi me atropella un auto, me han llamado loca y me han echado de todos los pequeños hoteles que me he encontrado de camino.

Pero, en medio de mi desesperación como si fuese un milagro recuerdo a mi abuelo... y ese lugar especial que me mostró una vez.

Es ahí donde debo ocultarme...

Mi abuelo tenía un despacho en el centro la ciudad. Desde que él murió ha estado cerrado, pero puede servirme.

Camino unas dos cuadras más y lo encuentro.

El edificio sigue aquí. Aunque en muy mal estado. Está totalmente clausurado. Pero, eso lo supuse. No es el edificio lo que me interesa... es su patio trasero.

Espero que no haya nadie pasando por la avenida y una vez más salto una reja. Al caer se tuerce un poco mi pie, termino en el suelo. Es que ya no tengo fuerzas para sostenerme. Además, esa reja me ha hecho varios cortes.

He caído en el lodo. La lluvia es tanta que lo que antes era tierra no es más que fango.

Cerca de mí escucho sirenas y entre las rejas puedo ver los biombos de los autos que pasan... policías y los autos del psiquiátrico. No me muevo, me quedo en silencio hasta que se alejan.

Entonces, me levanto del suelo como puedo y cojeando llego a mi destino. El bosque mágico ya no existe, pero nuestra casa en el árbol aún está intacta.

De lo mal que me encuentro, me da trabajo subir. De hecho, me lastimo... mi costado, mis pies, mis manos.

Pero, lo logro. Subo y me recuesto en una esquina.

...

Una mala noche, creo que la peor de todas.

herida
empapada
cubierta de lodo
agonizando de frío
con dolor en el alma...

No, tal vez no es la peor, pero está entre ellas.

Busco mi teléfono en el bulto que he empacado mis cosas.

Al menos quiero saber que hora es. El sol está comenzado a calentar y no sé cómo saldré de aquí con estas fachas.

Cualquiera que me reconozca allá afuera no tardará en publicar dónde y en qué condiciones estoy. Si me ven así nadie negaría que estoy loca. Me encerrarán.

¿En serio? Mi teléfono está sin batería. Lo arrojo con brusquedad dentro del bulto.
¿Ahora qué hago?

¿Qué hago?

No puedo llamar... Bueno, es que de todas formas no iba a saber a quién llamar.

Marcos no tiene teléfono.
Ya no confío en Luca.
Margarita aunque quisiera no puede ayudarme.

Sergio...
No sé cómo encontrarlo.

Es tanto el cansancio y dolor que aún siento en todo mi cuerpo que me quedo dormida...

No sé por cuánto tiempo. Lo único que sé es que cuando vuelvo a abrir mis ojos, NO SOY LA MISMA. Estoy acostada sobre los asientos traseros de una SUV, cubierta por una manta tejida, porque puedo ver perfecto entre los pequeños agujeros.

Intento levantarme pero, el dolor en mi costado me lo impide.

—No. No te levantes, aún no hemos llegado. Podrían verte.

Esa voz...
Quien conduce...
Extiende su mano y me toca ligeramente para calmarme.

—Todo estará bien —susurra Sergio.

—Nada estará bien, acabo de recordar —respondo.

Sergio frena de golpe tras escucharme. Se gira hacia mí y destapa mi rostro. Sus ojos devoran los míos como si estuviesen desesperados, llenos de preguntas. Guarda silencio para escucharme, sin embargo, no digo ni una sola palabra.
—¿Qué recordaste? —pregunta intrigado.

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