sweet dreams

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—Quiero que sepas que todo lo que hago es porque te amo, ¿verdad?

—Lo sé...— respondí, mi voz apenas un susurro.

—El amor es complicado, no siempre trae felicidad.

—Entonces, ¿por qué estás con mamá? ¿No la amas?

—Es diferente, Georgina. Tu madre y yo nos entendemos, nos complementamos. Tú y ese... Max, simplemente no son adecuados. Él no está a tu nivel.— Su voz era firme, con un toque de autoridad.

—No me dejas estar con Max solo porque tú y su padre tienen problemas desde hace años.

—No es tan simple. No entiendes todo.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué no puedo ni hablarle? Ni siquiera puedo estar en el mismo lugar que él.

—No seas ingenua. Max no es para ti y ya. Espero que lo comprendas.

—No estoy de acuerdo. Solo lo desprecias sin motivo.

—¡He dicho basta!— padre levantó la mano, pero se detuvo, su gesto más de advertencia que de amenaza.

—Pff, no tienes razón— ella se levantó y se movió a otro asiento junto a la ventana.

El avión continuaba su vuelo hacia Alemania. Sin carreras esta semana, pasar tiempo con mi madre sería un consuelo. Habían hablado mucho últimamente, especialmente después del accidente en Mónaco, cuando ella me llamó, llena de preocupación.

—Georgina, ¿alguna vez has pensado que tal vez yo también quiero lo mejor para ti? —La voz de papá se suavizó.

—Quiero creer eso, pero es difícil cuando siento que no me escuchas. —mire hacia afuera, donde las nubes formaban un manto blanco e ininterrumpido.

—Escucho, pero también veo cosas que tú no. La experiencia tiene su peso. —Se acomodó en su asiento, reflexionando sobre sus próximas palabras.

—A veces la experiencia puede cegar, papá. —mire hacia él, mis ojos llenos de una mezcla de desafío y súplica.

—Tal vez, pero no en este caso. Dame tiempo, y te mostraré que tengo razones válidas.

—Lo que digas.

Luego de aterrizar y dirigirnos hacia la casa, todo el camino estuvimos en silencio.

Ya estaba recostada en la cama, la habitación aún giraba ligeramente por el cansancio del viaje. La luz de la tarde se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en tonos dorados y naranjas. No había pasado mucho tiempo cuando la puerta se abrió suavemente y mamá entró.

—¿Cómo te sientes, querida? —preguntó ella con una voz que llevaba el peso de la preocupación.

—Cansada, mamá. Y no solo físicamente. —me  senté, abrazando mis rodillas contra el pecho.

—Háblame, Georgina. ¿Qué está pasando?

—Es todo... demasiado. Las carreras, los entrenamientos, las expectativas. Ganar ya no se siente como antes. —Las palabras salían con dificultad, como si cada una llevara consigo una parte de la carga que había estado llevando.

—Ganar debería hacerte feliz, ¿no es así?

—Debería, pero ahora es como si solo me quitara un peso de encima. Como si cada victoria fuera solo un recordatorio de lo que se espera de mí.

Ella se sentó a mi lado, pasando un brazo alrededor de mis hombros.

—Eres increíblemente fuerte, hija, pero incluso los fuertes necesitan descansar. No tienes que cargar con todo esto sola.

I'm Georgina SchumacherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora