Capítulo 15

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Para Draco, el espectáculo que se desarrollaba antes sus ojos no era otra cosa que triste.

Los Aurores brasileños entraron con furia a la pequeña aldea en el medio de la selva, donde solían agruparse los hombres lobo. La única diferencia era que no había hombres ahí, solo mujeres, niños y ancianos.

Estaban sucios y varios presentaban heridas recientes. Se podía adivinar que la luna llena había sido hacía poco tiempo y aun no se habían recuperado de sus efectos. En uno de los laterales de la aldea había varias tumbas pequeñas recién cavadas, Draco podía imaginar que ser un pequeño niño lobo era todo un reto en ese lugar.

El miedo en los rostros cansados no detuvo a los Aurores, que entraron a cada choza destrozando lo poco que les quedaba a esas personas. Draco le hizo un gesto a su equipo, ordenándoles que se mantuvieran al margen de aquello. No serían partícipe de aquel funesto intento de imponer autoridad. Sin embargo, el jefe del equipo brasileño se acercó a él, murmurando por lo bajo:

-¿Acaso no quieres manchar esas blancas manos con la sangre de estas perras y sus crías?

-No estamos aquí para eso – respondió, sin reaccionar ni mirarlo. Blaise, a su espalda, empuñó con más fuerza la varita, listo para lanzar hechizos en todas direcciones.

-No deberían estar aquí. - escupió señalándolos- No conocen la selva ni a nuestra gente. Deberían regresar por donde mismo vinieron y llevarse al perro rabioso que atrapamos por ustedes.

Draco lo miró por primera vez, con los fríos ojos grises clavados en los casi negros del hombre.

-Solo lo diré una vez. Deja a esta gente y vámonos. No hay nada de lo que buscamos aquí.

El jefe de los Aurores brasileños se alejó, llamando a su gente al poco rato para emprender el regreso.

Draco iba cerrando la marcha, unos pasos por detrás del último miembro de su equipo, cuando, vio entre el follaje, a una pequeña mujer que le hacía señas. Se adentró entre la maleza y para su asombro, notó como ella llevaba a un pequeño niño con ojos extrañamente dorados, de poco más de un año, bien agarrado de la mano.

El pequeño estaba bastante limpio, tenía la piel ligeramente tostada, rizos castaños y se chupaba el dedo mientras observaba detenidamente a Draco.

-Necesito su ayuda – dijo la mujer y Draco agradeció a Merlín por el hechizo que le permitía entender a esas personas. – Es por mi marido, él está perdido.

-No puedo ayudarla a encontrarlo, señora. Debe pedirle ayuda a su gobierno, no tengo autoridad aquí para eso.

-No, no está perdido físicamente, de hecho, se dónde está. Pero ha perdido el rumbo, lo están utilizando para provocar un mal aún mayor. Temo que ni mi hijo ni yo sobreviviremos otra luna llena por cómo están las cosas aquí. – dijo ella con rapidez, mirando por encima de su hombro.

-¿Acaso ustedes no son parte de la manada? – preguntó él.

-Yo sí, conocí a Ícaro hace cuatro años, cuando me mordieron y vine a vivir con ellos, pero mi pequeño no lo es y temo por él, porque su padre quiere convertirlo pronto. No puedo permitirlo. Por favor. – rogó ella.

-Lo siento mucho, señora. Lamento su situación, pero no puedo hacer nada por usted. – respondió Draco.

-¡Sí puede! ¡Usted es distinto a nosotros! ¡Vive lejos, del otro lado del mar! ¡Puede llevárselo con usted! ¡Se lo entrego, por favor! ¡Necesito salvarlo! – exclamó ella, cayendo de rodillas y llorando. El pequeño, al ver a su madre así, dejó de chuparse el dedo y comenzó a llorar también.

Segunda Oportunidad (Dramione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora