06. Un Instagram muy despistado

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—Qué onda Alex

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—Qué onda Alex.

—Hola desconocida ¿Lo de siempre?

—Nah, hoy quiero probar el nuevo pastel que has hecho, barista que no conozco.

—¡Por fin! Se supone que serias mi jueza para este pastel, pero la señorita no se ha aparecido por aquí durante semanas. —Cruce mis brazos fingiendo indignación.

—¡Oww pobre chico! —Se toco el pecho. —Te recuerdo que mi mudanza no se hace de la noche a la mañana.

—¡Ves! Además de tu ausencia; me abandonas. Eres mala amiga, mala influencia, mala persona, mala Emma. —Voltee mi rostro con la boca torcida. —Pero ¡qué bueno! —Voltee de nuevo a ella. —Por fin me desharé de ti. —Sonreí socarrón.

—Que feos modos. Olvida que me conoces desde hace cinco años. Olvida que fui tu primera clienta. —Planto la palma de su mano frente a mis narices. —Háblale a la mano.

—Bueno, espero que tu mano no me abandone. Traicionera.

Después de eso ambos nos echamos a reír. Unas risas verdaderamente escandalosas, tan escandalosas que todos mis clientes voltearon con disgusto hacia nuestra dirección.

—Calla, calla que sino no tendré propinas. —Le susurre mientras apretaba mi estomago por el reverendo retorcijón de dolor que me generaban las risas.

—Te voy a extrañar tanto. —Las risas cesaron de sopetón.

—Yo...también y mucho. —Encorve mi espalda mientras trataba en pensar en cosas felices para evitar que unas lágrimas de cocodrilo arruinaran mi atractivo rostro.

—¡No estemos tristes! Recuerda que mis puertas siempre estarán abiertas para ti. Si algo ocurre; ya sabes a donde tocar.

—Gracias por estar siempre para mí. Eres y serás una persona muy importante para mí.

Rodee el mostrador para abrazarla. Una parte de mi se iba con ella.

Solo ella sabía por todo lo que haba pasado con mi independencia de mis padres. Solo ella sabía de las noches de llanto y soledad. Solo ella sabía cuánto había deseado ser amado. Era ella y su empatía, su cariño y su amistad.

—Lo mismo para ti, si algún tipejo te hace llorar, se llevará mi puño gay a la cara.

Que sea gay no significa que no sepa dar unos buenos golpes.

—Gracias, gracias, Alexander. —Nos separamos, pero fue inevitable no darle un beso en su frente. —¿Y mi pastel para cuándo? —Abrí mi boca con sorpresa.

—La rompe momentos tres mil. Ahora lo traigo. —Le di un golpecillo en su hombro y regresé a la cocina.

Para cuando volví con su trozo de pastel ella ya había elegido sitio, su sitio, el mismo de siempre: a lado del mostrador. Entre más cerca estuviera de mí, más chance había de echar chisme.

El chico de la cafeteríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora