Capítulo 1

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 Donde ambos viajan

Durante toda mi vida he sido una simple espectadora de un triste y monótono paisaje.

Siempre he vivido cerca de las vías del tren, y ahora, todos los días tengo que pasar por ese lugar para llegar a mí trabajo. Todos los minutos exactamente iguales, todos los días el mismo trayecto, las mismas vistas, todo, absolutamente todo, igual.

Ayer igual que hoy.

Hoy igual que ayer.

Mañana igual que hoy.

Así se resumen mis días.

Durante toda mi infancia, adolescencia y parte de juventud, he vivido cerca de las vías, y eso me ha enseñado algo, me ha hecho ver que en el tren la tristeza y la alegría viajan juntas en el mismo vagón, pues, hay personas despidiéndose entre lágrimas de sus seres queridos, otras felices porque van de vacaciones o a viajar, algunos se van para no volver, o simplemente por una larga temporada.

Y lo más triste de todo, hay muerte en las vías.

Paso por el puente que tengo que atravesar para llegar a la estación y coger mi respectivo tren. Desde este lugar se ven las vías desde abajo, y me percato de aquel perro fallecido que fue atropellado por dicho medio de transporte hacía ya una semana, y que el dueño ni siquiera se había molestado en recoger su cuerpo.

Allí seguía, sin vida, esperando a su dueño hasta después de muerto.

Lo miro y no puedo evitar pensar que clase de persona será la persona que lo acompañó en sus últimos días, puede que, a lo mejor, tuviera miedo o pánico de acercarse a las vías, pero, por otro lado, podía ir a las horas que el tren no pasa.

Todo son excusas, quien quiere, puede, y eso está más que claro.

Mientras voy pasando por aquella triste pasarela, miro al cielo, oscuro, sin estrellas, solo una triste y plateada Luna encima nuestra. Son las 16:00, en otros países debería ser de día, pero aquí no existe la luz. Aquí el Sol no sale al amanecer. Durante una determinada época del año solo anochece aquí, mientras que en los meses restantes a este fenómeno natural, está nublado y nunca se ve el cielo azul junto a su gran estrella.

Estamos en esos días en los que solo hay oscuridad en el firmamento.

Siempre me ha parecido muy preciada la palabra ≪ Amanecer ≫, porque, sí lo pensáis, simboliza algo nuevo, un nuevo día, nuevos segundos, minutos y horas. Un nuevo comienzo, un nuevo día. Todo a estrenar.

Y aquí es cuando echo de menos el cielo claro que había en Estados Unidos, y por supuesto, ese comienzo de la primera luz del día junto a la compañía de un café y...de Connor.

Lo conocí en la ciudad de San Francisco, mientras me echaba un selfie junto al famoso puente. Él, de pronto, se ofreció a sacarme una de cuerpo completo junto a aquella popular estructura, y yo, acepté.

Después estuvimos hablando un poco, intercambiamos números, y al poco tiempo, después de conocernos, comenzamos a salir.

Él me hacía muy feliz, pensaba que Connor era el indicado, era con el que pasaría el resto de mi vida, pero me equivoqué. Aquel chico llevaba una máscara sobre su rostro que falsificaba sus sonrisas y "te quieros".

Cuando volví a Noruega por el fallecimiento de mi hermano, le dije que solo estaría unos días en Svalbard, le pregunté si quería venir, pero dijo que eso era algo más para la familia. Entonces, mis planes cambiaron de rumbo cuando Ethan me entregó aquella carta de Mathy. Pues, le comenté a Connor que iba a pasar más tiempo aquí, pensé que era fácil mantener una relación a distancia con él, por qué, era "perfecto", simpático, cariñoso, y, según el, "me amaba mucho".

No muy lejos de las vías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora