Capítulo 4

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Recuerdos que fueron plata 

No había Sol en el cielo. El firmamento carecía de brillo, como de costumbre. Pero por aquella época a ninguno de nosotros le hacía falta que dicha esfera gigante nos guiara con su luz en la oscuridad, porque ya teníamos otro guía que resplandecía aún más. Mathy.

Lo miré, venía corriendo con unas cuantas flores en la mano. Eran lirios, muy bonitos por cierto.

–Toma Helen –. Me tendió el ramo con una sonrisa.

–¿Para mí? –Las cogí con cuidado, y las observé como si de oro se tratara. Él asintió, mientras tanto, Mathy continuó arrancando más y más lirios. Era pequeño, no sabía qué si seguía así, dejaría el campo sin flores, y, como resultado, sin parte de su encanto natural –. Si sigues arrancandolas, dejarás el campo vacío.

–¿Vacío? ¿Pero luego no volverán a crecer? –Preguntó inocentemente. Negué con la cabeza, respondiéndo a su cuestión.

–Y encima estás cogiendo las más bonitas... –Añadió Nik mientras sonreía.

–Bueno, supongo que sigue su naturaleza humana. Pensadlo, las flores más hermosas son las primeras en ser arrancadas, y también los pájaros más exóticos son los que están encerrados –. Comentó Ethan mientras toca algunas notas en su guitarra.

Negué con la cabeza ante su argumento tan filosófico, Ethan siempre había sido así, pero supongo que esas ideas le servían y le inspiraban a la hora de escribir sus canciones.

–Cambiando de tema, ¿aún piensas irte a Estados Unidos cuando vayas a la universidad? –Comentó Nik.

–Sí...me gustaría ver el cielo brillando. Aquí nunca resplandece –. Sonreí.

–En ese caso, te acompañaré –. Me guiñó un ojo. –Quiero viajar, ya sabes, recorrer el mundo. Podemos hacerlo juntos –. Puso su mano sobre mi cabeza suavemente.

–Sí...podemos –. Afirmé. Nik había sido como un hermano para mí, como uno más.

–¿Yo también puedo ir? –Preguntó Mathy.

–Cuando crezcas podrás venir, claro –. Sonreí. –¿Por qué país te gustaría empezar?

–Por uno con desierto. ¡Me gustaría hacer castillos de arena gigantes!–Respondió con un gran entusiasmo.

–¿No sería mejor ir a un lugar que tenga playa? –Añadió Ethan mientras conservaba su sonrisa.

–¡Sí! ¡Quiero ir a la playa! –Comenzó a dar pequeños saltitos.

Reí, todos lo hicimos.

–Lo haremos –. Le acaricié el pelo con cariño.

En aquella época todos veíamos una gran ilusión en ese tema. Ahora solo veo una promesa incumplida.

Así eran todas nuestras tardes, llenas de risas, acordes y lirios.

Ahora todo aquello me parece tan lejano, como si hubiera sido en otra vida incluso, pero lo que ninguno de nosotros sabía era que la vida podía cambiar en un solo segundo, y que ese instante de tiempo bastaba y era totalmente decisivo para que nosotros mismos cambiemos sin ser consciente de ello.

¿En qué momento nuestros caminos se torcieron tanto? ¿Cuándo fue el instante en el que nos convertimos en adultos con días iguales y grises?

En el momento en el que nuestro Sol se desvaneció y nos dejó a oscuras con la Luna.

A veces no nos hace falta un Sol en el cielo para que podamos brillar, sino una persona cuya sonrisa sea aún más resplandeciente y refleje más luz que mil estrellas juntas.

No muy lejos de las vías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora