Capítulo 20

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Soledad

El cielo azul claro comienza a tornarse a anaranjado, o quizá se acerque más al rosado, incluso puede que sea un color más acaramelado. ¿Qué más da de qué tono sean? Lo único que importa es que para mí son grises, monótonos y solitarios.

Llevo tres meses aquí en San Francisco, y en este corto periodo de tiempo no he podido sacarme a Zack de la cabeza, en ningún solo momento, siempre ha estado presente en mi pensamiento y eso es algo que me quita el sueño por las noches.

Pensaba que un cambio de aires me vendría bien, pero creo que me equivoqué, puede que intentar alejarte de alguien a quien quieres aún sea mil veces más doloroso que una mentira.

Y aquí estoy, viendo un atardecer en el famoso puente de Golden Gate.

¿Quién lo diría? No es el lugar lo que realmente importa, sino la compañía.

Me coloco bien los cascos sin dejar de mirar al horizonte, y mientras tanto Something de The Beatles acompaña al hermoso celaje.

Es para mí una de las canciones de amor más bonitas que he escuchado, y no sé por qué tiene que sonar en este mismo instante.

Zack...eres un idiota...

Antes de que me quiera dar cuenta, mis lágrimas están deslizándose sobre mis mejillas, haciendo una carrera para ver cual de todas duele más.

Todas ellas están compuestas de promesas incumplidas y sueños rotos.

Y es ahora cuando recuerdo el sueño de Nik y mío, nuestro sueño.

Una vuelta al mundo.

Creo que es obvio que ya no la puedo hacer ni con Zack ni con Nik.

Entonces, la haré yo sola. Prefiero hacerlo en solitario que dejar esa promesa sin cumplir.

A continuación el atardecer se convierte en anochecer, y este, en una noche llena de estrellas, las cuales me recuerdan a Zack, y a sus constelaciones. Joder, todo, absolutamente todo, me recuerda a él.

Aprieto los puños, llena de dolor interno.

–¿Helen? –Me parece haber escuchado a alguien decir mi nombre, así que me quito los cascos y me doy la vuelta.

No puede ser.

Connor.

–Vaya, el mundo es un pañuelo. Pensaba que vivías en Noruega –. Añade, con su característico complejo de superioridad.

–¿Qué haces aquí? –. Respondo, sorprendida, mientras acto seguido me seco las lágrimas. Es bastante vergonzoso que mi ex me vea así.

–Bueno, a parte de que vivo cerca, vengo de la casa de una amiga –. Sonríe, con esa sonrisa de imbécil que siempre pone, presumiendo de que tiene un montón de chicas a su disposición que quieren acostarse con él –. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

¿Qué coño te importa?

–Quería ver el atarcecer –. Respondo, cortante.

–Tan aburrida como siempre, Helen. Nunca cambias –. Responde, con una sonrisa de superioridad, mirándome por encima del hombro.

–Y tú tan gilipollas como siempre –. Replico.

Tras mi respuesta, se forma un silencio cuyos niveles de incomodidad superan el límite de la media internacional.

–Veo que me tienes un poco de rencor –.

–¿Rencor? ¿A ti? Sinceramente me importas una mierda, Connor –.

No muy lejos de las vías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora