Capítulo 2

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La importancia de las estrellas

La ≪ importancia ≫, si me preguntaran que significa, diría que algo que sí algún día llega a faltarnos, no podríamos vivir, no nos sentiríamos capaces de seguir respirando. Por ejemplo, la felicidad. Tiene una gran importancia en nuestras vidas, o también, las estrellas, incluso las que no se ven.

Aunque la estrella que no brilla es invisible para todos.

Todas las constelaciones deberían ser importantes, incluso las no visibles.

Mientras miro el oscuro paisaje a través de mi ventana me pregunto, ¿cuándo fue la última vez que salí con alguna amiga? O, mejor dicho, ¿cuándo fue la última vez que hablé con una?

Hace unas semanas intenté hacer algo de lo cual me quiero convencer a mi misma que fue por culpa del alcohol, pero...creo que mi infelicidad y mi monotonía de vida fueron los causantes.

Quiero que mi vida brille, como el Sol de San Francisco. Cuando pienso en dicha ciudad me viene a la mente una persona: Connor.

Y, no me malinterpreteis, no lo echo de menos, ni de coña. Lo que realmente anhelo son los momentos, aquellos en los que creía importar a un grupo bastante grande de amigos, amigas, y, sobre todo, el susodicho.

Ahí sentía que mi vida brillaba.

Pero era un brillo artificial, no uno natural.

Además, la bombilla se apagó cuando murió Mathy.

Actualmente, solo tengo a Ethan. Mi madre era noruega, en cambio, mi padre era estadounidense, por eso nos pusieron nombres americanos. Nuestra situación familiar era complicada, todo comenzó cuando Mathy enfermó, y todo terminó cuando él murió. Sentí un dolor inmenso e inimaginable cuando mi hermano pequeño abandonó este mundo.

En cuanto a mis padres, un día como otro cualquiera, hace cuatro años, tuvieron un accidente de tráfico mientras iban a visitar a mi hermano al hospital. Ellos se fueron, y hoy hace justo cuatro años.

Y todo el escozor se juntó mientras mis nuevas heridas comenzaban a brotar y un nuevo anochecer me invadía, uno oscuro y solitario.

≪ Qué bonito sería ver el Sol de vez en cuando...≫

Justo en este momento recuerdo lo último que pensé antes de que aquel chico me salvara.

Y me viene a la mente la imagen de aquel sujeto, me pareció muy misterioso. No sabría cómo describirlo personalmente, lo único que recuerdo de él eran sus ojos color miel.

Me pregunto cómo se verán esos ojos con un rayito de sol. ¿Se verían más verdes? ¿Más marrones? ¿Quizá dorados?

Bueno, ¿a quién le importa eso ahora?

Salgo de mis pensamientos, que cuánto más profundizo más me atormentan, y acto seguido bajo las escaleras.

En el salón, está Ethan, sentado en el sofá mientras mira al infinito. Se mantiene serio, sin decir nada, parece ocupado dentro de sus pensamientos, no me quiero ni imaginar lo que estará pensando. Sabe qué día es hoy, sé que lo sabe sin ni siquiera escucharselo decir.

–Buenos días... –Añado, algo tensa.

–Bueno, más bien buenas noches –. Responde, me mira un segundo y enseguida vuelve a desviar la mirada. En realidad, hasta por la mañana es de noche, simplemente dije "días" por la costumbre diaria.

–Si... –Miro hacia otro lado, algo desanimada. Soy consciente de lo mal que lo tiene que estar pasando a puerta cerrada, realmente quiero abrazarlo, fuerte, y que me cuente todo eso que se pasa horas pensando, todo aquello que se guarda para sí mismo, pero es como si Ethan creara una barrera invisible cada vez que intento acercarme a él. Ya no es el chico que se pasaba horas tocando melodías con su guitarra y me contaba anécdotas graciosas que le sucedían en el instituto, ahora es solo un solitario adulto de treinta años que se pasa las horas pensando en su tristeza.

No muy lejos de las vías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora