Capítulo 18

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Pesadillas de cristal

Todas las noches tengo la misma pesadilla, cada mañana me despierto con el mismo dolor en el corazón. Se repite como un disco rayado, en un bucle constante del que no puedo salir, solo dejar que mis propios demonios me ahoguen y esperar a poder despertarme.

Y ese sueño se está volviendo a repetir, esa repetitiva tortura que me corta la respiración por completo.

Y aquí estoy, soñando con ese día, y para aumentar el sufrimiento mi subconsciente hace que lo vuelva a vivir en primera persona.

–Isak –. Añadió Mathy –. ¿Me estás escuchando?

–No –. Respondí, con el libro de astronomía en la mano. Recuerdo que era morado y que lo único que hacía era estudiar las constelaciones.

–Decía qué por qué siempre lees el mismo libro. Te lo has leído como seis veces –. Me miró.

–Alguien que se va a morir no necesita libros nuevos –. Respondí.

–Joder, Isak. ¿Sabes qué? Te diré algo –. Se levantó y acto seguido me arrebató el libro de las manos, para que le prestara atención –. Mañana será otro día, estés bien o estés mal amanecerá igualmente. Pero eres tú quien decide creer si lo verás o no. A eso se le llama esperanza, querido Isak.

–Vale, ¿me puedes devolver mi libro? –Reproché, aunque lo que no sabía en ese momento era que esas palabras se iban a quedar impregnadas en mi mente hasta el día de hoy.

–Eso ha sido una pedazo de frase, Mathy –. Añadió, con una sonrisa, mi hermano gemelo, Aksel.

–Gracias, me la dijo una vez mi hermana cuando me sentía triste –. Abrió mi libro de repente, y comenzó a leer una página al azar.

–¿Tienes una hermana? –Le preguntó Aksel –. Pensé que tenías un hermano.

–También –. Respondió.

Siempre quise saber cómo hacían para poder sonreír a pesar de la situación en la que nos encontrábamos.

Pintaba de gris los atardeceres y disparaba con flechas de realidad cualquier sueño de un futuro propio. Sabía que estaba destinado a morir tarde o temprano, y pensaba que simplemente estaba alargando lo inevitable.

Mi hermano y yo fuimos diagnosticados a los trece años de una enfermedad cardíaca bastante grave, podíamos vivir, pero estando en el hospital y con un tratamiento bastante costoso.

Pensaba que era mejor si me moría, que todo estaría bien si desaparecía.

Tenía veintiún años y Mathy tenía diecisiete. Había tenido una recaída y tuvo que volver al hospital.

–Por cierto, Mathy –. Añadió Aksel –. Es mejor que no te levantes ni hagas esfuerzos, así no mejorarás.

–Ah...de eso quería hablaros –. Responde Mathy, y algo me dijo que no iba a ser nada bueno –. Chicos, he tomado una decisión. Cuándo muera quiero donaros mi corazón a uno de los dos –. Concluyó.

Impactado, lo miré.

No, no iba a permitir que pensara eso, puede que yo tuviera asimilado que iba a morir y no tenía ningún tipo de esperanza ni ilusión, pero no podía dejar que Mathy pensara eso.

En otras palabras, yo ya estaba perdido, pero él no.

–¿Qué coño dices? Mathias...¿qué coño estás diciendo? –Me levanté bruscamente de la cama y me puse delante de él.

–Lo que escucháis. No nos engañemos, tío. Ambos sabéis que no tengo salvación –. Sonrió de forma leve.

–Mathy...por favor no nos digas esto... –Añadió Aksel con un tono entristecido.

No muy lejos de las vías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora