4. Kimberly

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Maratón 1/2

No sabía que insinuaba él o que pretendía con la respuesta de la niña. Sin embargo, si me guiaba por su mirada, por sus ojos que lanzan cerillos a mi cuerpo ya empapado de alcohol y empezaba a arder en llamas.

Justo así sentía todo dentro. Cómo si me estuviese llenando de calor por dentro. Es confuso, es distinto, es increíble.

No sé que tiene Reese, que desde que lo vi en el antro provoca tanto en mí con solo una mirada. Sin nada más, sin caricias, sin toques, sin besos. Lo más jodido es que encender mi cuerpo con miradas es tener curiosidad de qué pueden provocar cosas más profundas. Las palabras de mi padre «cuando lo desees hasta el punto de volverte loca» estaban en bucle en mi cerebro.

No, no puede ser. Lo conocí solo ayer. Estas cosas no suceden así, no cuando tengo una relación de cinco meses y estoy enamorada de mi chico.

Me concentro en el helado de banana. Está delicioso y me ha gustado más que los anteriores. Lo disfruto en demasía y cuando llega la porción que se entremezcla con piña la dejo.

—Madrina —me llama Lia. Estaba concentrada en mi helado para no mostrarme afectada ante la mirada del señor papá—. ¿Cambiamos? Tú me das la de piña y yo te doy mi menta chicle.

Miro a Reese y este muestra una ligera e imperceptible sonrisa. Algo me dice que la idea ha sido de él. ¿Se habrá dado cuenta que no me gusta la piña?

— ¿No te gusta la menta? —indago.

—Sí —contesta—, pero me gusta más la piña —agrega.

—Acepto, pero con la condición de que comas la mitad de tu bola de menta chicle —digo.

No me comería la piña igualmente y no quiero sacrificarla. Qué coma menta y luego con una porción que ella sienta que hizo el cambio le daré la piña. Si por mí fuese se la daba desde ya, pero su padre le ha pedido un cambio y ella parece creer que es lo correcto.

—Anda guapa. Come la mitad de tu bola de menta y cambiamos —comento, ella mira a su padre y yo viro su carita—. El trato es conmigo no con tu súper papá —le explico.

Ella asiente y empieza a comer. Cuando llega a la mitad me informa.

—Toma la bola de piña y la verdad es que estoy llena. ¡Disfruta cariño de la menta también! —digo y sonrío.

Ella sigue comiendo, concentrada en su comida y yo recuesto mi espalda en el espaldar de la silla en una forma despreocupada.

El padre de la niña que me dice madrina me sigue observando. Llevo mis ojos a los de él y los dejo fijos. Vamos a ver quién se cansa de mantener la mirada. ¡Qué no me toque las bolas, soy hija de Aiden!

—Madrina —me saca de la burbuja la niña—. Acércate, quiero contarte algo.

Camino por detrás de su padre y me agacho a su altura quedando entre ella y el papá.

—Quiero un cachorrito pero papá no quiere. Podemos caminar ahora, vamos a un lugar que hayan perritos y me ayudas a llorar un poco por uno. Tal vez convencemos a papá —susurra en mi oído.

Me empiezo a reír. ¿Habré sido así yo a su edad? Seguro que mi madrina Andrea me complacía en todas mis locuras y ponía de los nervios a Aiden. ¿Me toca hacer lo mismo?

— ¿Podemos caminar un poco? Estoy llena —comento a Reese. Este me mira sin emitir ningún sonido. Lleva su vista a la dependienta, le pide la cuenta y vuelve su mirada hasta mí.

Lia y yo empezamos salimos del local en lo que su padre paga la cuenta. No hemos avanzado cuando ya Reese nos acompaña. Intencionalmente tomo la calle que lleva a San Francisco Animal Care & Control. En auto es siete minutos pero caminando puede salir caro.

Siénteme [Primera parte de la Trilogía Irresistible]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora