Éramos tres en la Gran Vía; un vestido rojo, un traje blanco y un premio de oro. Antes de salir del recinto me hizo volver a su mesa porque se olvidaba de sus pertenencias. Evité despedirme de mis amigos con tal de cubrir a Mónica. Intenté disimular todo lo posible, pero sus risas y las cosas que decía no me lo ponían fácil.Salimos de allí en busca de un taxi. El apartamento de Mónica no quedaba muy lejos del lugar, pero ambas teníamos tacones y no estábamos en las mejores condiciones de caminar.
—Ya estoy mejor, eh. Puedo volverme sola. –Habló después de varios minutos que pasamos en silencio.
No era el mejor escenario ni las protagonistas estábamos como hubiésemos querido para el reencuentro, pero así suceden las cosas. Afirmo que estaba casi temblando de nervios como si fuera la primera vez que la veía. En esta ocasión había algo más en juego, nuestras vidas tomaron rutas diferentes luego de haberlo dejado. Ni ella ni yo sabíamos la pura verdad de los sentimientos de la otra.
—No voy a dejarte sola. –sentencié.
No me correspondía acompañarla ni obligarla a volver a su casa. Es una mujer adulta, responsable y consciente de su vida. Pero no negociaría dejarla sola en mitad de la noche.
—Vanesa, tranquila. Muchas gracias por preocuparte, pero sé vivir sin ti.
Golpe bajo. Yo, que comenzaba a sentirme una absoluta tonta, y ella que soltaba esas cosas como si fuésemos desconocidas. La ignoré y levanté el brazo para llamar al primer taxi que pasó por la avenida.
—Sube. –indiqué abriendo la puerta trasera del coche.
Mónica no dijo más nada. Subió, se giró hacia la ventana y no volvió a emitir sonidos hasta que llegamos a su edificio. Le pedí al chofer que esperara un momento, quería asegurarme de que llegara sana y salva. Bajé detrás de ella y la acompañé a la entrada.
—Gracias. No tenías porqué hacerlo. –soltó antes de meter la llave en el cerrojo.
Parecía algo más serena, aunque seguía conservando una expresión seria. Sonreí como gesto de agradecimiento. No sabía qué decir ni qué hacer. Habíamos llegado al final de la noche y no tenia idea de cuándo iba a volver a verla. No quería acabar mal, si no la vería más, al menos que recordemos una despedida simpática.
—Bueno, ya me voy. –susurré cómplice. —¿Me avisas porfi cuando entres a tu apartamento?
—Qué aburrida te has vuelto. –suspiró y abrió la puerta. —Me sacaste de la fiesta para traerme a dormir y ni siquiera te quedarás.
Alcé las cejas y solté una risa. Aunque por dentro estaba debatiendo si aceptar o no aquella indirecta invitación, sabía de sobra que no podía hacerlo. Al día siguiente se arrepentiría, quizás ni se acordaría de lo que pasó, y... simplemente no podía.
—Ay, Carrillo. –suspiré imitando su reacción de antes. —Sólo envíame un mensaje cuando llegues a tu piso.
Me acerqué cuidadosamente, alerta a cualquier movimiento inesperado por parte de Mónica. Besé su mejilla, respiré una última vez de su olor, cerré la puerta y me alejé de aquel lugar que tantas veces me vió pasar.
Subí al taxi revuelta de sensaciones, indiqué la dirección de mi casa, y al voltear a la izquierda, me di cuenta que había olvidado en el asiento el reconocimiento que le dieron en el evento. Era tarde para retroceder, además no quería que volviera a salir de su casa. Pensé en las distintas opciones, y no mentiré, quería volver a verla, así que decidí que ya pasaría en algún momento a devolvérselo.
Llegué a casa con una mezcla de incertidumbre y arrepentimiento ¿Qué hubiese pasado si me quedaba en casa de Mónica? Me estaba volviendo loca de pensar en ella.