Vanesa
Tomé la mejor decisión que podía haber tomado. Me alejé completamente de las redes y me dediqué a disfrutar de mi gente. Lo necesitaba para poder aclarar la mente y destensar el corazón.
Luego de la fiesta de Dulceida me fui a Málaga y no volví a tocar el móvil. Había visto, y me había dicho algo Ana, que estaban relacionándome con una de mis amigas, la misma que Mónica había visto a mi lado esa noche. Todo iba de mal en peor.
Sabía de sobra que el error fue mío al acceder a su forma de relacionarse con su entorno. Para nosotras no era más que un simple beso y un juego de amigas, pero para el resto podía perfectamente malinterpretarse. Y eso mismo pasó con Mónica. Me sentí abrumada y completamente ahogada por el desencuentro y huí a mi tierra.
Durante los últimos tres años nunca se me cruzó por la mente que Mónica hubiera podido llegar a imaginar que la engañé con Liliana. Era consciente de que había temas que quedaron a la intemperie y no pudimos saldar en el momento porque no era necesario. Era consciente de que nos fuimos muy amables con el vínculo y preferimos resguardarlo de todo. Era consciente de que pude haber dado lugar a la imaginación, al final, Liliana antes de ser mi pareja fue amiga desde muchísimos años atrás, de hecho en las redes hablaban de eso, pero nunca creí que Mónica caería en ese pensamiento.
Fue esa noche en su coche, en la puerta de mi casa, cuando su pregunta me atravesó y supe que si quería recuperarla iba a tener que trabajar el doble.
"¿Me vas a decir que en cinco años y tantos viajes de por medio nunca pasó nada con Liliana?"
Convencer a Mónica nunca fue fácil, y borrarle la tristeza de pensar eso durante tanto tiempo, sería casi imposible, pero iba a demostrarle que estaba errada y nunca quise que perdiera su confianza en mí.
No sabía por dónde ni cómo comenzar. Tampoco quería perder más tiempo. Pero sabía que las aguas no estaban para seguir remando. Ni ella volvió a escribirme, ni yo a buscarla.
Habían pasado casi cuatro días desde la última vez que nos vimos, desde que nos arrancamos a tirones pero no de la manera en que hubiéramos querido. Esa noche, ella en su coche y yo en mi casa. Hoy, ella en Madrid y yo en Málaga.
Era domingo y ya estaba atardeciendo. Había pasado la tarde en la piscina de casa junto a Bruno y Carmela. No tenía planes ni ganas de hacerlos. Sólo quería ducharme, cenar algo rico y meterme en la cama a mirar alguna película que, en lo posible, no hablara de amor.
Subí a mi habitación a preparar la tina, y mientras esperé a que se llenara, encendí el televisor para poner algo de música. De pronto y sin esperarlo, su voz hizo eco entre las cuatro paredes. Como si la vida quisiera ponérmela delante sin yo buscarla ni esforzarme en hacerlo. Estaba en directo el informativo de Antena 3 y claro, era domingo, ella trabajaba.
Me senté en mi cama frente al televisor y quedé idiotizada. Mónica estaba guapísima. Vestía de rojo y tenía el pelo diferente. Sonreí, como cada vez que alguien la nombra o la veo aparecer. Sonreí como cada vez que escucho su voz.
De repente, una idea invadió mis pensamiento. Tenía dos opciones; una muy fácil y poco divertida, que era cambiar de canal y volver a la ducha; o una opción arriesgada y peligrosa. Opté por la segunda ¿Para qué vivir si no es para arriesgar?
Encendí mi móvil. Después de algunas horas sin dar señales de vida, sabía que iba a tener muchas notificaciones y mensajes de mi madre o Ana que responder. Abrí la cámara y esperé a que Mónica volviera a estar en primera plana para tomarle una foto.
Se me vinieron recuerdos a la mente de tantas veces que repetí el mismo patrón. No era muy fan de los sábados y domingos, porque eso significaba que Mónica se iba de casa la mayor parte del día, pero me gustaba tomarle fotos en directo y enviárselas. Cuando la fotografía no iba acompañada de algún mensaje con segundas intenciones, que eran pocas veces, la veía sonreír y me respondía entre noticias.
Pensé en varias opciones de mensajes, tal vez no hacía falta demasiado, con darle a entender que estaba viéndola era suficiente. Y eso hice. Abrí su chat, le envié la foto y escribí algo haciendo alusión a su camisa, sabía que lo entendería.
Vanesa
Siempre vas al rojo ganador?Sabía que estaba jugándomela. Podía y estaba en todo su derecho de no responderme, incluso era lo que esperaba, que ni siquiera lo viera, pero estaba equivocada. Enseguida el color celeste adornó mi mensaje y apareció un "escribiendo..." que me puso nerviosa. Miré a la pantalla grande y ahí estaba su sonrisa disimulada. Al parecer no perdimos del todo algunas costumbres.
Esperé varios segundos su respuesta, y nada. Como si se hubiera esfumado de repente. Desapareció el "escribiendo..." y el "En linea". Me desanimé un poco, pero tampoco podía pretender mucho, la última vez nos despedimos con una discusión que me hubiese gustado evitar. Bloqueé el móvil y lo dejé en la cama. Continué con lo que iba a hacer antes de que Mónica se topara en mi habitación. Me metí en la ducha e intenté alejar las ideas autodestructivas que azotaban mi cabeza.
Algunas horas más tarde, luego de tumbarme en el sofá con una copa de vino, revisé el móvil y aún no tenía noticias de Mónica. Sólo sabía que había leído mi mensaje y que, probablemente, ya podría estar durmiendo. No era muy tarde, pero recuerdo que solía llegar a casa y, nada más terminar de cenar, se quedaba dormida en el sofá.
Navegué un poco más en las redes; primero Twitter, donde di like a algunas menciones sobre los últimos días y eventos a los que asistí; luego Instagram, donde por instinto y como si supiera el camino de memoria, llegué al perfil de Mónica. Tenía historias disponibles y me ganó la curiosidad. Sonreí al ver la segunda. Mónica había compartido la foto que le envié y de fondo sonaba una canción.
¿A qué juegas, Carrillo?, pensé.
No me respondía por WhatsApp pero subía la fotografía que yo le había tomado desde el televisor de mi habitación. Habitación que ella conocía de sobra y, si prestabas un poco de atención, cualquier persona notaría que se trata de mi casa.
Pensé en respondérsela, pero sería insistir demasiado. Ella sabía que yo esperaba una respuesta y que últimamente veía todas sus historias de Instagram sin siquiera seguirla. Estaba haciéndolo a propósito y no iba a caer. Yo también jugaría.
Sinceramente dejé de buscar a Mónica entre los usuarios que habían visto mis historias cuando dejamos de seguirnos en redes. Ya no perdía tiempo en eso, sabía que ella tampoco lo perdería viendo lo que yo compartía. Pero esta vez esperaba con muchas ansias que apareciera entre esas miles de cuentas.
Tomé una fotografía del momento donde dejaba ver la copa a medio beber, mis piernas en el sofá y de fondo, busqué a consciencia, una escena de Rosas Rojas, una película que vimos juntas incontables veces. Podía morder el anzuelo y hasta responderla, pero no creía que fuera tan valiente.
Sabía que antes que Mónica, que probablemente ya estaría dormida, iba a recibir miles de respuestas y menciones de mis fans, pero no me importó. Era un poco como un disparo al aire pero estaba dispuesta a todo con tal de ganar la partida.
Volví a relajarme y dejé el móvil a un lado. Reanudé la película que estaba viendo antes del acting y me metí de lleno en la historia. Estaba realmente conmovida, no suelo emocionarme hasta las lágrimas fácilmente, pero el documental que vi me impactó. Era bastante tarde ya, iba a levantarme del sofá para ir a la cama, cuando la pantalla del móvil se encendió notificando un nuevo mensaje.
Mónica
Sigues viendo Rosas rojas cada fin de semana?No hizo falta decir más. Bien jugado, Vanesa...
🌷.