|22|

797 25 9
                                    

Vanesa

Estaba revuelta de sensaciones, acababa una de las giras más importantes de mi carrera y no sabía con exactitud cuándo sería la próxima vez que subiría a un escenario. Lo que sí sabía con exactitud era que al regresar a Madrid tenía una conversación pendiente con Mónica. Particularmente, me atacaba pensar en todo aquello.

La última vez que vi a Mónica solté algo que no esperaba confesar tan pronto y, sobre todo, tan directo: frente a su cara y en un susurro. Su "Yo también volvería" me quitó un poco el peso de la responsabilidad, antes de esa noche creía que el viento soplaba en mi contra, pero al parecer su pelo también comenzaba a despeinarse.

Quedamos un martes por la noche en su casa. Su horario laboral y nuestras ansias colaboraron y concretaron en perfecta sintonía. Ni ella ni yo queríamos dejar pasar más tiempo. Quizás mi propia incertidumbre de sentir que comenzó la cuenta atrás para volver a alejarnos. Quizás su miedo a repetir lo que ya sucedió. Ya nos hemos visto por ahí, no podía permitir rompernos otra vez.

Ni bien regresé a Madrid, avisé mi llegada y pactamos un horario. Insistí en comprar algo para comer, no quería que se molestara en cocinar, pero la verdad que extrañaba todo aquel ritual; una de las dos al mando de la cocina y la otra se encargaba de servir vino, cortar quesos y elegir canción. Mónica finalizó el debate y sentenció que, aunque se lo impidiera, iba a esperarme con la cena lista. No pude negarme, me tocó sonreír, asentir y llevar el postre.

Acabé de retocar mi maquillaje frente al espejo de mi habitación y me repasé entera. No tenía muy claro si había sido una buena elección, sabía que Mónica iría por algo cómodo, al final, no saldríamos de su casa y siempre estaba preciosa, quería estar a la altura. Fui por un total denim y un sujetador de encaje color rosa que apenas se asomaba en el escote. Como de costumbre, me tomé algunas fotos antes de salir de casa. Dudé en publicarlas, era una simple imagen del momento, pero con una única –y muy importante– intención: que ella la viera.

Salí de casa con rumbo a la de Mónica. Hacía tiempo no sucedía algo así y comenzaba a sentirme ansiosa. Pasé por nuestra pastelería preferida y escogí algunos bombones de chocolate, sus favoritos, intuía que su gusto no había cambiado. Decidí comprar también el vino que más bebimos acompañadas y, por supuesto, más chocolate, porque con ella nunca es suficiente. Regresé al coche, ahora sí, destinada a llegar a ese edificio al que tantas veces llegué.

Fue en una esquina cuando la notificación de un mensaje interrumpió la música, aproveché los pocos segundos que quedaban antes que el semáforo cambiara a verde para abrir aquel chat: era un mensaje de voz de Mónica.

"Te hablo por aquí por si vienes conduciendo. Avísame minutos antes de llegar, tengo que bajar a abrir"

Respondí que no estaba tan lejos, de hecho, faltaban exactamente cuatro minutos para llegar a su calle. Su última frase quedó resonando el resto del camino. No había caído en la cuenta de ese detalle hasta que lo pronunció en voz alta; ella ya no podía esperarme en su puerta, tampoco acomodar mi ropa en el ascensor antes de vernos, ni sorprenderla en las mañanas, simplemente, ya no tenía sus llaves.

Aparqué en el portal, y tal como advirtió, apenas puse un pie en la acera, se asomó detrás de la puerta de su edificio. Cogí mi bolso y la bolsa de la tienda. Mónica me recorrió con sus ojos y sonrió cómplice al notar el logo de la pastelería. No sabía cómo actuar, me acerqué sin despegar la vista de su sonrisa y, por un momento, temí estar desorientada. Estaba de más besarla en los labios, pero se sentían escasos los dos besos en la mejilla. Por suerte, o por desgracia, fue ella quién rompió el hielo y la distancia para iniciar un saludo habitual.

Yo volvería - VanicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora