Vanesa
La respuesta de Mónica se hizo desear. Esperé al menos diez minutos y no tenía pinta de querer responderme. Supuse que estaba dormida, todas en la casa lo estaban, al menos Ana en la cama de al lado había caído en un profundo sueño. Estaba a punto de rendirme e irme a dormir, hasta que la pantalla del móvil se encendió al notificar un nuevo mensaje. Era ella.
Mónica
Ana duerme?No tardé en responder. Confirmé lo que preguntaba y le dije que podía venir sin miedo y sin tardarse tanto, sobre todo esto último. Quería pasar más tiempo con ella. A pesar de haber compartido gran parte de la noche a su lado, me parecía poco. Aún me apetecía seguir escuchando su voz.
Las dos líneas de mi mensaje se tornaron celestes y comencé a oír pasos provenientes del pasillo. Sonreí. Creí que iba a costarme mucho más convencerla. Dió dos golpecitos en la puerta y asomó su cabeza al abrirla. Volví a sonreír.
—Pasa –susurré.
Mónica dió un vistazo por la habitación. Sonrió con pena al ver a Ana, que ocupaba la cama del extremo derecho. Yo estaba en la del lado izquierdo y solo quedaba disponible la del centro. Fruncí mi entrecejo al darme cuenta de que Mónica iba directa a acostarse en esa.
—Lo de dormir conmigo era literal –hablé bajito y me pegué a la pared para darle a entender que podíamos compartir cama.
—Vanesa –abrió sus ojos con exageración y volteó a ver a mi amiga. —No voy a hacer nada con ella aquí.
Reí. Tampoco tenía intenciones, al menos no en ese momento con mi mejor amiga durmiendo allí y las demás personas en la casa.
—Claro que no vamos a hacer nada –me destapé y le hice lugar en el colchón. —Pero si hablamos la vamos a despertar, es mejor que estemos cerca... –me excusé entre susurros.
Mónica rodeó sus ojos y se acercó a mi cama. Sólo entraba luz de una pequeña ventana, no fue hasta que la tuve a mi lado que pude observar con detalles su pijama. Tenía una camiseta de algunos -varios- talles más grandes y le quedaba de vestido. Sonreí internamente al recordar las veces que me robaba las mías para dormir. Estoy segura que hasta el día de hoy debe tener algunas que nunca fueron devueltas a mi armario.
—Vengo solo a dormir –amenazó antes de meterse conmigo bajo las sábanas.
—Tienes los pies congelados –me quejé al sentirla rozar sus piernas a las mías.
Al igual que ella, yo también estaba usando una camiseta y nada más. De hecho era suya, una que me dejó para que pudiera dormir más cómoda.
—Y tú los tienes muy calentitos –acercó aún más sus pies a los míos.
—Pensé que no vendrías –me sinceré viéndola a los ojos.
—Estaba a punto de dormirme, si me escribías un segundo después, probablemente, ahora estarías aquí sola.
—Bueno... sola no creo. Hubiera llamado a otra –molesté.
Me reí un poco más de lo esperado al ver sus ojos rodar y fingir que iba a salir de la cama. Logré atraparla y sus ojos se abrieron de más al oír mi carcajada. Mónica regresó a su posición anterior, estábamos cara a cara en una cama pequeña.