—Bueno, bueno, que a ti también te habrá dado para algún microcuento –sonrió detrás de su copa.Pasamos de resolvernos con palabras y dejar en claro sentimientos del pasado a reírnos de nosotras mismas. Algo que siempre hemos hecho, buscarle la gracia a momentos difíciles.
—Algo he escrito, si... –asentí sirviendo en mi copa lo que quedaba en la botella. —Pero no creo que tanto como tú. Debo admitir que es muy buena Mejor de lo que contaste, eh.
—¿La has escuchado?
—Todos decían que iba por mí, ¿cómo no iba a escucharla?
Vanesa se sonrojó. Eran contadas las veces que la había visto pudorosa, casi siempre ese era mi rol. Supuse que le dió timidez haberse expuesto demasiado. La canción hablaba de nuestro final y la generosidad de dejarnos aún amándonos. Pero no me dió tiempo a burlarme ni a hacerle saber que se había ruborizado, ya que también me sentí delatada. Ahora ella sabía que yo había escuchado su canción, nuestra canción.
—¿Impresiones? –preguntó analizando mi rostro.
—Demasiado personal, diría yo. –bebí de un sorbo todo el vino.
—¿Pedimos otra? –hizo alusión a la botella vacía. Qué bueno que cambió de tema.
Miramos a nuestro al rededor en busca de algún mesero y nos dimos cuenta que éramos las únicas allí ¿Tanto tiempo había pasado? Confirmé mi pregunta viendo la hora en mi móvil.
—¡¿Ya son las 2?! –soltó Vanesa al observar lo mismo que yo.
—Deben querer matarnos.
—Vámonos.
Recogimos nuestras pertenencias y nos acercamos a la barra a pagar la consumición. Salimos de allí entre risas y vergüenza. Los trabajadores estaban esperando a que nos fuéramos para cerrar el bar.
—¿Y ahora qué sigue? –rompí el silencio en la calle desierta.
—Lo debatimos en el coche.
Lo desbloqueó y las luces dieron acceso a que cada una subiera por su lado.
—Qué rápido ha pasado el tiempo. –dijo al colocarse el cinturón de seguridad y encender la música. Sólo asentí con la cabeza e imité su acción. —¿Tienes sueño?
—Aún no ¿Y tú?
—Mañana es sábado y recién son las 2 de la madrugada, Mónica. Aún somos jóvenes para irnos a dormir a esta hora. –bromeó.
—Oye, cuidado, que yo los viernes a esta hora voy por el quinto sueño.
Vanesa puso en marcha el coche y seguimos inmersas en una nueva conversación. Volvíamos a estar paseando por la ciudad como hace algunas horas atrás y hablábamos de cosas que pasaron durante este tiempo. Teníamos que ponernos al día, y sentía que había pasado una vida entera mientras no estuvo a mi lado. Pregunté cómo va todo con su profesión, por su familia y algunas cosas más. Ella devolvía las preguntas interesada. Me di cuenta que habían cambiado algunas cosas, y otras se mantenían en su sitio.
La luna alumbraba la ciudad, las calles ya no estaban tan habitadas y el verano hacía presencia en la brisa que entraba por la ventana. Estaba tan a gusto que me daba pena que acabara.
—¿Tus hijos están aquí? –pregunté de pronto al identificar su casa a un par de metros.
—¿Bruno y Carmela?