CAPÍTULO SEIS: Secuelas

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Mis pies desnudos estaban siendo lastimados por las piedras y el césped seco que había en el camino. No me importaba nada en absoluto. Yo debía correr porque el peligro estaba detrás de mí y tarde o temprano me iba a alcanzar. El dolor que estaba sintiendo no era ni siquiera la mitad de lo que había dejado en aquella casa. Pero no podía volver, no... claro que no, porque la bestia estaba ahí. Todo el tiempo estuvo ahí.

Un crujido hizo que me detuviera por completo en medio del bosque.

—¿Quién está ahí...? —murmuré.

Otro crujido más. Ojee todo el lugar, pero no había nadie más que los enormes árboles y yo. ¿Qué más podía pensar? Estaba claro que me estaba volviendo loca, sin embargo, otro ruido más hizo que me convenciera de lo contrario. No estaba loca. Había alguien más conmigo. Todos mis sentidos se pusieron en alerta y entonces comencé a correr. Lo que sea que estuviese persiguiéndome, no era bueno. Ya no sentía dolor, mis pies ya no sentían nada gracias al miedo.

No tenía fin. El bosque era infinito.

Era un puto laberinto sin salida.

—¿A qué le temes, Cali? —dijo una voz detrás de mí.

Reconocer aquella voz me descolocó por completo, tanto que ni siquiera me había percatado de la enorme rama que había incrustada en el piso, no fue hasta que me di de bruces contra la tierra que me di cuenta. Mis rodillas duelen y mis manos arden.

—No huyas, ven aquí.

Presa del miedo y del dolor lo único que podía hacer era arrastrarme por el suelo.

—Sabes que te encontraré... —canturreó.

Las lágrimas se deslizan silenciosamente por mis mejillas.

—¿Ves? ¿Qué te he dicho?

Aquella voz que conocía desde la niñez comenzó a oírse cada vez más brusca y violenta.

—¡Que vengas aquí, maldición! —vociferó.

No necesité darme la vuelta para verlo. Sabía que estaba ahí. Agarró uno de mis pies y comenzó a tirar con fuerza llevándome a rastras con él.

—¡Suéltame! ¡Déjame ir! —mis gritos iban acompañados de un llanto desesperado —. Por favor...

Mi cuerpo duele.

A él no le importa hacerme pasar por todas las piedras y ramas secas que hay en el camino. No le importa hacerme daño, le da completamente igual lastimarme.

La bestia disfruta de mi dolor.

Mis parpados se abren repentinamente recordándome que no es más que una de las tantas pesadillas que tengo desde aquel día. Sin embargo, esta parece ser bastante diferente y eso me preocupa. No estoy en mi habitación, ni tampoco en mi cama. Una ventisca helada me eriza la piel y de pronto caigo en cuenta de la realidad.

Estoy...

Estoy en la terraza del edificio.

No sé qué carajos hago en este lugar, es decir, sé que vivo aquí, pero jamás he subido a la terraza y menos a dormir. Qué extraño. Miro mi móvil. 03:33 am. Llevo tiempo repitiendo el mismo patrón con las pesadillas y la misma hora espejo cada que despierto, pero esto de la terraza es algo nuevo. Mi atuendo es el mismo que el de hace unas siete horas atrás. Había quedado con Vera para ir a beber algo, quizá terminé muy ebria y por eso acabé aquí. Joder... mi cabeza da vueltas, no debí beber tanto.

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora