PREFACIO.

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De pronto, la habitación parecía agotar su oxígeno. Solo estábamos Raziel y yo, sumidos en un silencio opresivo.

—Míralo... —susurró Raziel, interrumpiendo la quietud del momento.

Negué con la cabeza, aterrada.

—No seas cobarde, míralo —me ordenó, su voz baja y firme.

—Detente, Raziel... —supliqué.

Sin embargo, él se acercó lentamente, su mirada intensa. Mi respiración se alteró, y mi corazón latía con fuerza.

—¿Que me detenga? ¿De verdad quieres eso? —preguntó, su mano fría acariciando mi rostro.

No...

—¿No te parece hermoso todo esto? —me preguntó, sujetándome la mandíbula para que mirara el cuerpo en el piso.

Sí...

—Raziel... —protesté.

Acercó su rostro al mío, su aliento cálido en mis labios.

—Shhh... —musitó—. Es un ambiente perturbador, lo sé, pero ¿no sientes la tensión que hay ahora mismo?

Tragué grueso, observando su boca.

—Tú, yo y un cadáver a nuestro lado. La perfección tiene distintas maneras de manifestarse, ¿no es así? —dijo, depositando un beso en la comisura de mis labios.

Y por primera vez, nada importaba. No me importó que no estuviésemos en mi habitación, ni el cuerpo inerte que yacía al lado de nuestros pies, y tampoco me importó dejarme tocar por aquel demonio. Me sumergí en la sensación y flui sin resistirme.

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Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora