CAPÍTULO VEINTE: Luz en la oscuridad

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Salí corriendo de ese lugar, desesperada hasta el punto de olvidar que iba con Rhys. Me detuve un instante para quitarme los zapatos y correr con más libertad. La tierra se impregnó en mis pies, clavándome piedras y espinas, pero el dolor fue insignificante comparado con el remordimiento que me consumía.

Mi celular no paraba de sonar en mi bolso, pero el miedo me impedía responder. Aún jadeando, me detuve en la orilla de la carretera, bajo la oscuridad de la noche. La luna llena iluminaba débilmente el camino vacío. Saqué el celular con manos temblorosas. La pantalla mostraba un nombre que me hizo sentir aún más ansiosa: Rhys.

—Cali —escuché la voz de Raziel, sorprendiéndome en la oscuridad de la noche, donde solo la luna llena iluminaba mi figura solitaria—. Te he llamado cien veces y no respondes.

Mi corazón late con ansiedad y paso la mano por mi cabello enmarañado, intentando calmarme.

—Está bien, tranquila... —susurró Raziel, su voz calmada pero llena de preocupación—. Todo está bajo control. ¿Puedes decirnos ahora dónde estás?

Su tono tranquilizador contrastaba con el tormento que sentía por dentro.

Mi garganta se secó al intentar hablar.

—Yo no quería hacerlo... —musité, las palabras saliendo entrecortadas, mientras luchaba por contener las lágrimas.

Pero era una mentira.

La verdad me pesaba en la conciencia como una losa, recordándome la crueldad de mi acción. Había sido consciente de mi decisión, había querido empujarla. Y ese pensamiento me consumía, me atormentaba, y me hacía cuestionar mi propia humanidad.

—Tr... —su voz se entrecortaba—. anquila...

La conexión se cortó abruptamente, dejándome en un silencio opresivo.

—¿Raziel? —grité, pero solo obtuve silencio.

Mi corazón se aceleró, martillando en mi pecho. Mis nervios aumentaron, tensando cada fibra de mi cuerpo. La señal de llamada perdida me hizo enfrentar la realidad: había actuado impulsivamente, sin pensar en las consecuencias. No debí irme sola, no debí dejarlo todo atrás. La culpa y el miedo se mezclaron en mi pecho, formando un nudo que me ahogaba.

A lo lejos, visualicé luces de policía acercándose, como una amenaza inminente. Comencé a hiperventilar, mi visión se distorsionó, todo se volvió borroso y confuso. Me sentí atrapada, sin salida, sin esperanza.

Hasta que una camioneta negra se detuvo frente a mí, como si hubiese surgido de la oscuridad misma. La ventanilla bajó con un zumbido suave, pero la sombra interior me ocultaba al conductor.

—Sube, tus amigos nos seguirán —dijo una voz profunda y desconocida, que me erizó la piel.

Me detuve, indecisa, mientras la policía se acercaba con sus luces intermitentes.

—¿Quién eres? —pregunté, con un hilo de voz que temblaba.

—Alguien de confianza —respondió la voz, sin revelar nada. Su tono era calmado, pero sentí una urgencia subyacente.

Tragué saliva, nerviosa, mientras la policía se acercaba peligrosamente.

—La policía está cerca —volvió a recordarme la voz, con una intensidad creciente—. Súbete.

—¿Cómo se llaman mis amigos? —insistí, buscando una garantía.

El conductor suspiró, exhausto.

—Rhys y Raziel. ¿Subes o te quedas? La elección es tuya.

Comencé a oír las sirenas acercándose, aumentando mi pánico. Sin pensarlo, me subí al auto, buscando refugio.

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora