CAPÍTULO DIECIOCHO: Halloween

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Mi cabeza daba vueltas, sumida en una mareante confusión. Las palabras de Raziel resonaban en mi mente. Él había sido el primero, la pieza clave que desencadenó la serie de eventos que nos condenó a todos. Pero, al mismo tiempo, no podía culparlo por completo. ¿Qué opciones tenía? No podía acudir a la policía, estaba amenazado. La desesperación y el miedo lo llevaron a tomar una decisión desesperada.

Me senté en el suelo frío y húmedo, intentando procesar la información que me abrumaba. El cementerio, con sus sombras oscuras y silencio sepulcral, parecía cerrarse sobre mí como una trampa. Raziel volvió a acercarse, su presencia ahora una mezcla contradictoria de consuelo y amenaza, que me hacía sentir atrapada entre la seguridad y el peligro.

—¿Por qué lo elegiste a él? —susurré, con la mirada perdida en el grisáceo cielo nublado que se cernía sobre las tumbas.

—Tomé una decisión difícil para proteger a alguien que, aunque odie admitirlo, me importa —respondió Raziel, su voz baja y llena de remordimiento.

—¡Me odias! —le grité, el dolor y la rabia explotando en mi pecho—. ¡¿Por qué demonios no me elegiste a mí?!

—¿Crees que fue fácil? —exclamó, exasperado—. ¡No podía no elegir!

Respiré hondo, intentando calmar la tormenta que se desataba dentro de mí. Lo sé, y no entiendo por qué reacciono así. Tal vez porque, en lo más profundo de mi alma, hubiese preferido que eligiera mi muerte. Así no tendría que seguir cargando con esta agonía que me atormenta.

—Escúchame, Cali —me tomó suavemente de la cabeza, su mirada intensa y reconfortante—. Tienes que entender que, en situaciones como esta, no hay opciones fáciles. A veces debemos tomar decisiones difíciles, aunque nos duelan. El mundo no es blanco o negro, es un océano de grises. Y en este caso, elegí lo que consideré mejor, ¿entiendes?

Lo miré, mis ojos inundados de lágrimas.

—¿No me odias? —pregunté con voz temblorosa.

Él endureció su mirada, su expresión inquebrantable, con una sombra de dolor en sus ojos.

—Debería... —hizo una pausa— pero no —respondió, su voz firme y sentida.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, y mi voz se quebró. Mi corazón latía con fuerza, y mi respiración se volvió agitada.

—Yo no le hice daño a tu hermano, Raziel —susurré, desesperada—. Te juro que no fui yo…

Él se levantó de nuevo, y el rencor volvió a arder en sus ojos.

—Mi hermano me llamó esa noche —dijo, apretando su mandíbula—. Me dijo que intentaría llevarte a casa, pero eso nunca sucedió.

Este tema parecía no tener fin. Siempre que lo mencionábamos, terminábamos igual: él furioso y odiándome, y yo destruida.

Su tono se elevó, y su voz se convirtió en un grito.

—¡Porque uno de ustedes lo mató! ¡Y yo no estuve allí!

El eco de su grito se desvaneció, y su voz se redujo a un susurro.

—No debí irme y dejarlo solo…

Sus ojos brillaban de lágrimas, y mi corazón se quebró.

En ese momento, lo entendí con claridad. Él buscaba culparme para evadir su propia culpa, para evitar enfrentar el dolor y la responsabilidad que lo atormentaban. Pero lo que él no sabía, lo que ninguno de los dos sabía en ese momento, era que la verdad no era tan simple. No era culpa de ninguno de los dos, sino de una serie de circunstancias y decisiones que se habían tejido en un destino trágico, inevitable. Quizá, era algo que tenía que pasar, un evento que estaba escrito en el curso del tiempo.

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora