CAPÍTULO SIETE: Roces y delirios.

70 9 1
                                    

—Estás hirviendo, Calíope.

Su voz es un sonido altamente molesto para mis oídos, pero agradezco que haya aparecido él y no cualquier desconocido.

Raziel envuelve una de sus manos en mi cintura y agarra mi brazo para que me sostenga de su cuello. Quién me viera pensaría que estoy ebria o drogada. Desearía que mi estado se deba a eso y no a lo que sucedió con mi padre. Llevo reaccionando de la misma forma desde que tengo noción. Es como si mi cuerpo solo pudiese expresar el dolor de esa manera. Reprimo con todas mis fuerzas cualquier daño que esté sobrellevando y a cambio solo obtengo más dolor, más tormento, más sufrimiento, pero físico. Evadir trae consecuencias. Y la mía es esta. Aquellos molestos ataques de pánico, ansiedad, la fiebre repentina y la pérdida de apetito son el resultado por contener y aguantar demasiadas cosas. Y temo que algún día todo eso se desate y termine en tragedia. Seré terca y testaruda, pero no suicida —al menos no por el momento, no sé qué es lo que pasará por mi mente en el futuro— Raziel abrió la puerta de su apartamento y me adentró en su mundo.

Quedé atónita. Definitivamente no es como lo imaginé.

El espacio estaba totalmente impecable. Tenía una pequeña estantería con algunos libros perfectamente acomodados. Cada cosa estaba en su lugar, no había ninguna imperfección. Él me deposita suavemente en el sillón que tiene a pocos metros de la entrada y se queda parado observándome.

—¿Quién te ha hecho eso? —pregunta con tranquilidad. Él aprieta su mandíbula suavemente para que yo no lo note, pero lo hago.

—¿Te importa realmente? —mi voz es débil.

Él suspira y se limpia la tierra que tiene en su sudadera. No me había percatado de eso.

—No —se encoge de hombros y va hacia la nevera.

Totalmente predecible. ¿Por qué le importaría? Solo pregunta por curiosidad y, en todo caso, para burlarse de mí.

Raziel saca algo del congelador y vuelve de nuevo hacia donde estoy sentada. Estira su mano y me pasa una compresa fría.

—Esto ayudará.

Agarro la pequeña bolsa y me quedo mirándolo.

—Gracias... —susurré.

Él vuelve a apretar su mandíbula, esta vez más fuerte.

—¿Quién te ha golpeado, Calíope? —repite la pregunta en un tono más brusco.

Una risilla irónica se me escapa.

—Dime algo, ¿es curiosidad o es que ahora te importa lo que me pase?

No debería estar diciendo estas cosas, pero la verdad es que no puedo controlarme, creo que la fiebre me ha subido más y cuando eso sucede es inevitable que me calle las cosas. Soy más de ir de frente, como cuando estoy borracha.

«Joder... qué divertido»

«No, no es divertido, es humillante»

Me importa y mucho. —confiesa.

Vuelvo a reír.

—Joder, Raziel, eres una caja de sorpresas... —digo entre risas—. Quién lo diría...

Él frunce el ceño.

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué me ves de esa manera? —mi risa se va desvaneciendo.

Porque quiero que me digas quién te ha puesto la mano encima. Quiero ir y cortarle la maldita cabeza. La quiero de trofeo en mi estantería. Quiero tenerla ahí y exhibirla exclusivamente para ti, como un recordatorio de lo que soy capaz de hacer por ti, Eva.

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora