CAPÍTULO DIECISIETE: Profanación

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Raziel se había vuelto loco de desesperación

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Raziel se había vuelto loco de desesperación. Comenzó a cavar con frenesí, impulsado por la necesidad de contradecirme y confirmar su verdad. Yo no sabía cómo calmarlo, así que me agaché y comencé a cavar con mis propias manos, intentando ayudar de alguna manera. No era mucho, pero era algo.

Se había quitado la gabardina, revelando su camiseta negra empapada de sudor. Los nervios y el esfuerzo físico habían hecho que se calentara, y ahora su rostro brillaba con una fina capa de transpiración. Mordí mi labio por instinto. Se veía tan sexy así. De repente, se detuvo y me miró, como si hubiera sentido mi atención. Nuestros ojos se encontraron y sentí un calor que me recorrió todo el cuerpo. Su mirada parecía leerme el alma, y yo no podía apartar la vista.

—¿Qué? —soltó, rompiendo la tensión que nos rodeaba.

—Nada —dije, tragando saliva con dificultad, mi voz apenas audible.

Raziel se detuvo en su tarea, su pala clavada en la tierra. Su mirada se clavó en mí, intensa y persistente. Yo seguí cavando, intentando ignorar la tensión que crecía entre nosotros, pero mi corazón latía cada vez más rápido.

—¿Por qué me miras como si me desearas? —preguntó Raziel, su voz baja y con un dejo de curiosidad.

—¿Q-qué? —tartamudeé, fingiendo inocencia—. No te miro así —dije, intentando sonar convincente.

Él sonrió de lado, su expresión maquiavélica envió escalofríos por mi espalda.

—¿Entonces no me deseas? —insistió, su voz baja y persistente.

—Sí, digo no… —me corregí inmediatamente, mi rostro ardiendo de la vergüenza—. Mejor sigamos con lo que estamos, por favor… —rogué, intentando cambiar de tema.

—¿Por qué? —preguntó, acercándose—. ¿Te asusta admitir la verdad?

Estoy arrodillada en el suelo, con las rodillas manchadas de tierra de la tumba. Raziel se acerca a mí con una elegancia sobrenatural, su figura impecable y sin un solo rastro de polvo o suciedad, como si fuera un dios descendido del cielo. Su presencia irradia un aura de misterio y poder. Mi rostro queda a la altura de su cintura y levanto la vista hacia arriba, admirando su delicado rostro de ángel y demonio a la vez, una belleza contradictoria que me deja sin aliento y me envuelve en un abismo de emociones. Y puedo ver en sus ojos cómo le fascina la imagen de mí arrodillada ante él, con una chispa de deseo y dominio que ilumina su mirada.

Sus ojos color miel me envuelven, y siento una extraña sensación de sumisión que me hace estremecer.

—¿Te perturba admitir que deseas al hermano de la persona que asesinaste? —dijo con tranquilidad, su voz cortando como un cuchillo en la oscuridad. Estiró su mano y me agarró la mandíbula con firmeza, su toque se sintió electrizante—. Eres un monstruo también, ¿no te das cuenta de eso?

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora