CAPÍTULO VEINTIDOS: El escape

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Un aroma delicioso y embriagador me envolvió, despertando mi curiosidad adormecida. ¿De dónde provenía esa esencia tan familiar y tan lejana al mismo tiempo? Intenté abrir los ojos, pero mis párpados pesaban como piedras, anclados en una oscuridad profunda. La negrura era total, sin una rendija de luz que me guiara. ¿Cuántas horas, días, o incluso años había dormido? La confusión se apoderó de mí mientras luchaba por recordar mi último recuerdo.

Después de un esfuerzo supremo, logré abrir los ojos, pero la oscuridad persistía, como una cortina impenetrable. ¿Dónde estaba? Me levanté de la cama con la poca fuerza que me quedaba, sintiéndome débil y vulnerable. Intenté caminar, pero solo avance unos pocos metros antes de que algo me detuviera. Mi pie estaba atrapado. ¿Acaso... acaso estoy...? Toqué mi tobillo con dedos temblorosos y mi corazón se hundió. Tenía una cadena alrededor de mi pie, una barrera fría y pesada que me impedía avanzar. Estaba encadenada, era prisionera en un lugar desconocido.

Comencé a gritar desesperadamente, rogando ayuda, pero mi voz se perdía en el vacío. Claro que era en vano. El silencio era opresivo. Un rato más tarde, el sonido de botas pesadas resonó en la oscuridad, descendiendo por unas escaleras de madera. Los pasos se acercaban, cada vez más fuertes. Y de pronto, la luz se encendió, revelándome que estaba en un sótano moderno y elegante, con paredes insonorizadas y un techo bajo de concreto pulido. La iluminación era fría y brillante, destacando la simplicidad del espacio. Hasta la cama parecía bastante moderna y cómoda.

Y ahí estaba él, de nuevo con ese pasamontañas que ocultaba su rostro. Algo en él me parecía vagamente familiar, pero no podía precisar qué. Traía una bandeja de plata pulida, con un plato de comida y un vaso de jugo de granada fresco.

—Tu almuerzo favorito —dijo con una voz neutra y desconocida.

No lograba reconocer su tono, ni asociarlo con ningún recuerdo. Dejó la bandeja en el suelo con un movimiento silencioso y esperó, observándome con expectativa a que comiera. Pero yo simplemente lo miré con rabia y desconfianza.

¿Quién era? ¿Cómo sabía qué comida o jugo me gustaba?

—Come —ordenó con firmeza.

Pero me negué a obedecer. Mi estómago rugía de hambre, pero ¿cómo podía aceptar comida de la persona que me había secuestrado y ahora me mantenía prisionera?

—Si quisiera matarte, ya lo habría hecho —dijo, su voz baja y calmada, como si leyera mi mente—. ¿No lo crees?

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar sus palabras.

—Si no comes y te hidratas, morirás —dijo, su voz ligeramente más suave, pero aún firme—. ¿Es eso lo que quieres?

Sus palabras me golpearon como un eco del pasado, recordándome las mismas amenazas que Rhys me había hecho. Mi cuerpo se tensó al revivir aquel momento.

—Come —ordenó por última vez, su voz firme y autoritaria, con un matiz de desdén que me heló la sangre.

Luego, se dio la vuelta y subió las escaleras, dejándome sumida en la desesperación.

—¡¿Quién eres?! —grité, mi voz llena de rabia y angustia resonando en las paredes vacías—. ¡Déjame ir, maldito! ¡No tienes derecho a retenerme! ¡¿Qué quieres de mí?!

Grité hasta que mi voz se desgarró, aunque sabía que la insonorización me mantenía aislada del mundo exterior. Mi garganta ardía como fuego y mi voz se volvió rasposa, ronca por la fuerza que puse en cada grito desesperado. El estómago me rugía con un hambre feroz, pidiéndome que lo alimentara, y después de tanto tiempo resistiendo, finalmente tuve que ceder y comer.

No tenía noción del tiempo, si eran horas o días, pero cada momento que pasaba sentía que mi resistencia se desmoronaba. De repente, me asaltaban ataques de ansiedad que me dejaban sin aliento y la habitación parecía cerrarse sobre mí, aplastándome. El pensamiento de Michi y los demás, abandonados y sin saber de mí, me destrozaba por dentro. ¿Estarían buscándome desesperadamente?

Lo único que hacía era comer y dormir, sumida en una rutina desesperante y monótona que parecía no tener fin. En ocasiones, destellos de esperanza me asaltaban, creyendo que finalmente encontraría una salida, una forma de escapar de aquel encierro que me consumía. Pero la ilusión se desvanecía rápidamente, dejándome con la crudeza de mi realidad. La habitación era una celda opresiva, con una pequeña hendidura en la pared, tan estrecha que ni siquiera cabía mi mano. La sensación de encierro era agobiante, sofocante, y me sentía atrapada sin salida.

La oscuridad parecía cerrarse sobre mí, aplastándome con su peso.

Cada día era igual, sin nada que esperar, sin nada que hacer. La desesperación crecía dentro de mí, amenazando con consumirme por completo. Me sentía perdida en un abismo sin fondo.

El desconocido encendía la luz solo cuando venía a traerme la comida, dos veces al día, y ocasionalmente, permitiéndome un breve momento de higiene personal. La ducha era un lujo esporádico, un respiro en la austeridad de mi celda.

En esos breves instantes, podía vislumbrar un destello de claridad en la oscuridad perpetua que me rodeaba. El sonido de sus botas militares resonaba en la escalera, marcando el ritmo de mi encierro. Su presencia era un recordatorio de que aún existía un mundo más allá de mi celda, pero su silencio era más opresivo que cualquier palabra.

Pero entonces, algo inesperado y mágico ocurrió. El desconocido descendió las escaleras con paso lento, una mano arrastrando un taburete robusto y elegante, y la otra sosteniendo la bandeja de comida con precisión milimétrica. La rutina diaria se rompía, y por un instante, la anticipación se apoderó de mí.

Él depositó la bandeja con un golpe suave en el lugar habitual y se sentó en el taburete, con su mirada fija en mí.

—¿Qué haces? —exclamé, alarmada—. ¿Me vigilarás hasta que dé el último bocado?

—Come —me ordenó en un tono brusco y autoritario—. Y no te atrevas a dejar nada en el plato.

Sonreí por dentro, triunfante y satisfecha, porque supe que mi estrategia con la comida había funcionado a la perfección. Siempre comía solo uno o dos bocados, justo lo suficiente para mantenerme con fuerzas, pero dejaba una cantidad significativa para que él se alarmara y perdiera la calma.

Comencé a comer lentamente bajo su mirada implacable. Admito que fue extremadamente incómodo, pero debía seguir con el plan, sin dejar que mi nerviosismo me traicionara. El desconocido observó cada bocado que llevaba a mi boca, sin perderse de nada, su atención estaba absorbida por cada movimiento. Minutos después, su celular sonó estridentemente, y di un brinco por inercia, mi corazón saltó en mi pecho. Parecía que había pasado un siglo desde que oí un tono de llamada, y la repentina interrupción me puso en alerta. Él me hizo el gesto de "shh" con un dedo en los labios, su mirada severa ordenándome silencio. Me sentí nerviosa, con ganas de gritar, pero sabía que ceder a mi ansiedad lo empeoraría todo. Así que me obligué a mantener la calma, conteniendo mi respiración y apretando los puños para evitar cualquier reacción impulsiva.

—¿Qué? —respondió la llamada con brusquedad, la voz ligeramente distorsionada.

Por un momento, creí reconocer su voz, pero no sabía de dónde, así que descarté la idea, atribuyéndola a mi imaginación alterada.

—No puedo, estoy ocupado —dijo con impaciencia, sus labios moviéndose bajo el pasamontañas que ocultaba su rostro—. Mátalo, tortúralo, haz lo que quieras —escupió en tono despiadado.

Oír eso me heló la sangre. La crueldad en su voz me terminó de asustar aún más.

—Solo es un poco de sangre, imbécil —espetó con desdén y una mirada glacial—. Estoy cansado de ser el único que se ensucia las manos.

Los ojos se me inundaron de lágrimas que intenté contener en vano. Él cortó la llamada y continuó observándome con una mirada inquisitiva mientras comía. Un nudo de emoción se formó en mi garganta, impidiéndome tragar, pero sabía que debía seguir adelante, aunque cada bocado me doliera.

—Si termino todo esto, ¿me dejas ducharme? —pregunté con la voz temblorosa, llena de anhelo y desesperación.

La cadena que me sujetaba por el tobillo me permitía llegar al baño, pero no siempre contaba con el lujo de agua corriente para ducharme, y una voz interior me decía que él era quién manipulaba ese privilegio también.

—Acabalo —insistió, con la mirada fija en el plato casi vacío.

Asentí, obediente, y comencé a comer cada bocado con una urgencia creciente. Mi estómago protestaba, pero mi cuerpo necesitaba la comida.

Una vez que terminé, empujé la bandeja hacia él con una mezcla de alivio y gratitud. Él se levantó del taburete, recogió la bandeja y se dirigió hacia la escalera.

—En una hora activo el sistema de agua —dijo, sin mirar atrás, su voz impersonal.

—Gracias... —susurré, mi voz apenas audible, pero llena de esperanza.

El no dijo nada más, solo se limitó a subir las escaleras con pasos firmes y decididos. La luz se apagó abruptamente, sumiéndome de nuevo en la oscuridad total y opresiva. La única rendija de luz, era una débil abertura que se colaba por la pequeña ventana, era apenas perceptible, una mínima consolación en la negrura que me rodeaba y parecía ahogarme.

Si quería seguir con el plan, debía conservar fuerzas y no gastar energías en pensamientos inútiles. Así que me acosté en la cama y cerré los ojos, dispuesta a dormir y escapar de la realidad. Pero mi descanso fue breve. De repente, me encontré en el bosque, rodeada de árboles que parecían cerrarse sobre mí. Una voz persistente y siniestra me perseguía, resonando por todos lados. «Serás mi Eva, te lo aseguro». La voz era tan real que mi corazón comenzó a latir con fuerza. Y, como siempre, comencé a correr desesperadamente, tratando de huir de alguien - o de algo - que me acechaba.

«No puedes escapar de mí». Fue lo último que escuché antes de que un grito silencioso me sacara de la pesadilla, dejándome jadeante y confundida. Me desperté de golpe, asustada y desorientada. La luz del sótano, ahora encendida, me golpeaba la cara como un puño, haciendo doler mis ojos desprotegidos y sensibles. El desconocido estaba frente a mí, observándome con incredulidad y una sombra de curiosidad en su mirada.

—¿Te vas a duchar o no? —dijo, su voz neutra pero con un toque de impaciencia, mientras me tendía una toalla y otra muda de ropa. La agarré sin prestarle atención, aún tratando de procesar la situación.

—Sí, lo siento... —mi voz se escapó débilmente, mientras evitaba su mirada.

Me dirigí hacia el pequeño baño, cerré la puerta detrás de mí y comencé a ducharme con rapidez, sabiendo que el agua sólo duraba diez minutos y que ese tiempo era insuficiente para calmarme. El agua fría golpeaba mi piel, pero no lograba sacudir la sensación de inquietud que me invadía. Fuera, él se quedó parado, esperándome en silencio, su presencia una constante recordatorio de mi situación.

Me sequé el cuerpo con una toalla áspera y, luego de ponerme la ropa interior, miré lo que me había dejado para ponerme. Sobre la encimera del baño, había un vestido blanco que, en un primer momento, me pareció adecuado para una ceremonia religiosa, sencillo y puro. Sin embargo, al observarlo más de cerca, noté que su diseño era más ambiguo de lo que imaginaba. Las mangas largas y la caída hasta los tobillos me hacían sentir incómoda. Su sencillez y pureza resaltaba la sombra que me rodeaba. Al mirarme en el espejo, vi una persona que no reconocía. Todo contrastaba con la oscuridad de mi mirada. ¿Qué había pasado conmigo?

Golpeé el vidrio con mi puño cerrado y la sangre comenzó a surgir, caliente y viscosa. El desconocido abrió la puerta con desesperación en sus ojos, y yo, preparada para ese momento, agarré el taburete que él había dejado olvidado. Lo había trasladado silenciosamente desde que se fue y apagó la luz, esperando este instante. Con un movimiento rápido y preciso, le estrellé el taburete en la cabeza, y su cuerpo se desplomó en el piso.

La habitación se quedó en silencio, solo interrumpido por el sonido de mi respiración agitada.

Me agaché para comprobar su pulso, y sí, aún seguía vivo. Debía apresurarme antes de que se recuperara. Con cuidado, revisé sus bolsillos y encontré un juego de llaves. Mi corazón latía con rapidez mientras me liberaba de la cadena que tenía en el pie. Justo cuando me levanté para escapar, él me agarró repentinamente del tobillo, sus dedos cerrándose como una trampa. La sorpresiva acción me hizo perder el equilibrio y caer al suelo con un golpe seco. Pero no me detuve. Aproveché la ventaja de estar por encima y comencé a patearlo con fuerza y precisión, logrando que me soltara el tobillo. Su agarre se aflojó y pude liberarme, pero sabía que no tenía mucho tiempo antes de que se recuperara y me persiguiera de nuevo.

Me levanté rápidamente y comencé a correr hacia la escalera, ignorando el dolor en mis pies descalzos. No me importaba hacerme daño, tenía que escapar. Agarré el picaporte y forcejeé, pero la puerta no cedía. ¡Maldita sea! El juego de llaves contenía demasiadas opciones y no sabía cuál era la correcta. Comencé a probar una por una con desesperación, mientras sus quejidos me hacían estremecer y mi respiración se volvía agitada. Miré hacia atrás y vi cómo se esforzaba por ponerse de pie. Mierda, mierda, mierda... Mi corazón latía con fuerza. Justo cuando probé la última llave, escuché sus pasos detrás de mí. Pero antes de que me agarrara, la puerta se abrió y salí corriendo del sótano. Me encontré en una impresionante casa de madera, con detalles elegantes que contrastaban con el terror que acababa de dejar atrás.

Comencé a correr por el pasillo, buscando una salida. La casa era laberíntica y no sabía dónde estaba. Pero no podía detenerme. Tenía que encontrar ayuda y salir de allí antes de que el desconocido me encontrara. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, vi una puerta que parecía conducir al exterior. Me adentré en lo que parecía ser una sala elegante, con detalles refinados que contrastaban con mi desesperación. Me lancé hacia la puerta la cual cerré con llave detrás de mí y salí al exterior, encontrándome con un día gris rodeado de una naturaleza exuberante y silenciosa.

¿Estaba... en un bosque?

Volví a correr, impulsada por el miedo a que el desconocido me persiguiera. Tenía que aprovechar que todavía estaba de día, no faltaba mucho para que la oscuridad envolviera el bosque. Me adentré en la densa vegetación, mis pies dolían con cada paso debido a las piedras afiladas y las ramas secas que crujían bajo mis pisadas. Seguro me había lastimado toda, pero no podía detenerme ahora.

Estaba completamente segura de que iba a escapar, no tenía la menor duda. Mi confianza era total, al cien por ciento. Pero en un instante, todo cambió. Mi pie se enredó con una raíz oculta y me hizo perder el equilibrio, logrando que me tropezara. La caída fue violenta y mi cuerpo se estrelló contra el suelo. Justo cuando intentaba levantarme, mi tobillo se enredó en una cuerda astutamente disfrazada. La trampa se cerró con un clic, y de repente me encontré colgando al revés, suspendida en el aire. Mi corazón latía con fuerza mientras miraba hacia abajo, viendo el suelo.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, y mi visión se distorsionó. Me sentí mareada y desorientada, incapaz de moverme. La trampa me tenía firmemente sujeta, y supe que estaba a su merced. Mi vestido me dejó al descubierto, así que solo podía mirar al piso. Pero la tela era fina y transparente, por lo que podía ver un poco a través de ella.

Logré vislumbrar una figura vestida de negro, su silueta se recortaba en la penumbra. No podía enfocar bien, pero a medida que se acercaba, más comprendía la gravedad de mi situación. Era... era el desconocido. ¿O no? Pero... no podía ser posible, estaba segura de haber cerrado la puerta con llave.

La nueva figura, que vestía igual que el otro, ladeó su cabeza con una inclinación inquietante. Sus ojos parecían perforarme, y antes de que me sumiera en la oscuridad de nuevo, pude sentir el tacto de sus dedos en mi estómago, frío y delicado como el hielo. Su contacto me envió un escalofrío por la espalda.

—Me golpeó —la voz del desconocido con el que había luchado resonó en mis oídos, confundiéndome aún más. Y entonces, lo vi posicionarse al lado del otro—. Tiene agallas.

Me di cuenta de que era cautiva de dos psicópatas, cuyas vidas parecían girar exclusivamente alrededor de mí. Su existencia se centraba en controlarme, manipularme y observarme, como si fuera un objeto de estudio en un experimento siniestro.

Y sabía que, por más que luchara, estaba condenada a permanecer aquí para siempre.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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