CAPÍTULO DIECISÉIS: Egoísmo hereditario

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—Cali... —escucho una voz débil a lo lejos.

Ella había dicho que el efecto sería breve, pero ¿por qué seguía paralizada? La lluvia había cesado, y yo permanecía sentada en el suelo, enfrentando el cadáver de Naomi. La voz de Rhys se volvía cada vez más real.

—¿Qué diablos...? —dijo, acercándose a nosotras con paso firme—. ¿Qué demonios pasó aquí?

Rhys se acercó y encendió la linterna de su celular, examinando el cuerpo con una mezcla de horror y sorpresa.

—Dios... —susurró, su voz asqueada.

—¿Dónde estabas? —logré articular, mi voz apenas audible—. ¿Por qué no estabas aquí?

Si Rhys hubiese llegado como habíamos planeado, tal vez nada de esto hubiese sucedido.

—El auto no encendía —dijo, su voz llena de frustración—. Alguien había cortado los cables.

No lo dudaba, sabía exactamente quien pudo haberlo hecho. Quise esbozar una sonrisa irónica, pero mi rostro permanecía entumecido.

—No puedo moverme —musité entre dientes, forcejeando con mis brazos inmóviles—. Sácame de aquí.

Rhys me cargó en sus brazos con cuidado, señalando el cadáver con una mirada sombría.

—Tienes muchas preguntas que responder —dijo con gravedad—. Pero primero debemos decidir qué hacer con... eso.

Rhys me llevó al otro lado de la ciudad, de regreso a casa. Después de una hora, el efecto había pasado por completo, y aunque todavía me sentía débil y temblorosa, al llegar a casa me refugié en la ducha, buscando purgar mi cuerpo y mi mente. El agua caliente se deslizaba por mi rostro, llevándose consigo las manchas de sangre que él había dejado en mí. A pesar de sentirme emocionalmente vacía, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, liberando una carga silenciosa.

No había puesto un pie en la Universidad desde hacía días. Honestamente, no pensaba regresar. Mi mente estaba saturada de pensamientos y emociones encontradas. Solo... me sentía agotada, consumida por la culpa y el arrepentimiento que me corroían por dentro. Agotada de vivir en un estado de constante alerta, agotada de saber que mi egoísmo y mi deseo de tranquilidad le habían arrebatado la poca fe y la esperanza que él tenía en nosotros.

La verdad era cruelmente simple: fue mi culpa. Si no me hubiese unido al grupo, si no hubiese establecido contacto con los Dagger, tal vez nunca los habrían perseguido. Quizás él nunca nos habría puesto a prueba. Y si no hubiese sido por aquel error fatal, hoy estaríamos todos juntos y vivos, sin la sombra de la culpa y el dolor que ahora nos rodeaba.

—¿Cali? —La voz de Rhys me sacó del aturdimiento.

Estaba sentada en el piso de la ducha, rodeando mis rodillas con mis brazos, mientras el agua caía sobre mí como una cortina de olvido.

—¿Estás bien? —La preocupación se filtraba en su voz desde el otro lado de la puerta—. Llevas mucho tiempo ahí.

No respondí.

—Si no sales en un minuto, tendré que entrar a la fuerza para comprobar si sigues viva —advirtió, su tono firme pero lleno de inquietud—. ¿Me oyes, Cali?

Sin embargo, su preocupación me sacó de mi estupor, y me levanté del piso con esfuerzo, sosteniéndome de la pared para evitar resbalar. Mi voz apenas fue un susurro:

—Sí.

Después de salir de la ducha, me sorprendió descubrir que ya había amanecido. El sol luchaba por abrirse paso entre las nubes que intentaban ocultarlo. En la mesa, Rhys había preparado un desayuno sencillo pero cuidado. Sin embargo, mi estómago estaba vacío, no tenía apetito.

Prisionera del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora