Capítulo I. Salvación

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Se encontraba luchando cuerpo a cuerpo, con su lanza intentaba derribar a todo aquel que se le acercaba, defendía con sus fuertes brazos y con la afilada punta de obsidiana atravesaba el pecho del contrario hasta perforar su corazón y derramar sobre la hierba la sangre caliente que pintaba de escarlata los restos del rocío que escurrían hacia el lago.

Las nubes comenzaban a disiparse y por su cuerpo resbalaban gotas de lluvia que se unían con su sudor para terminar en el suelo. Estaba cansado, su respiración era agitada, ya no podía absorber el aire por la nariz, daba largas inhalaciones por la boca, tenía rasguños, moretones y una gran herida en la pierna, pero en este punto ya no podían detenerse.

Logró llegar junto a sus hombres al palacio principal en donde un grupo de guerreros protegían al rey, sin embargo, era inútil, ellos eran superiores en número, fuerza y técnica, además, sus cuerpos eran lo suficientemente fuertes, entrenaban todo el tiempo para ser ellos, y no sus lobos, quienes lograran todas sus proezas.

Se acercaron sin pensarlo masacrando a todos los que se encontraban a su alrededor quedando frente a un único joven lobo que estaba dispuesto a dar su propia vida para proteger a su gobernante. Lo jaló del pelaje en su cuello azotando con fuerza su cuerpo contra el suelo provocando que se transformara de nuevo en hombre, viendo desaparecer el espeso pelaje blanco, raspando todo su costado, pisó con fuerza su pecho comenzando a causar pequeñas fracturas en sus huesos y ordenó a sus hombres que capturaran al rey.

-Eres un hombre joven y fuerte, es muy estúpido de tu parte querer proteger a un hombre que tiene la guerra perdida.

El joven lo miró con desprecio y a pesar del dolor no bajó la mirada ni suplicó piedad, se removía para intentar soltar el agarre pero su cuerpo ya no lo permitía, lágrimas se acumularon en las esquinas de sus claros ojos blancos, prueba de que su lobo aún estaba ahí, pero se negó a dejarlas ir.

-He concedido mi vida a mi rey, ni tu ni nadie me harán traicionarlo

El mayor hizo una mueca de diversión y aumentó la presión de su pie.

-Eres muy estúpido, ríndete, nos llevaremos a tu rey y ofreceremos su sangre a nuestros dioses, pero seremos buenos, dejaremos a tu pueblo vivir para servirnos.

-Eres más estúpido tú, que pones la vida de un rey y su pueblo en las manos de un simple sirviente como yo.

-No lo repetiré, ríndete, sirve a tu Tlatoani y dejaremos vivir en paz a tu pueblo, ellos nos rendirán tributo y nosotros los cuidaremos como si fueran nuestra gente.

El joven podría convertirse en lobo de nuevo y destrozar a los guerreros, pero era imposible, lo sabía, si ellos como hombres ya eran fuertes, sus lobos destrozarían al pueblo entero en un segundo.

Después de minutos de no recibir una respuesta y aplastar con mayor fuerza el pecho del joven, el guerrero llamó a los dos hombres que se encontraban fuera para que entraran con la mujer que mantenían presa.

Entraron con ella a rastras lanzándola al suelo de manera brusca, provocando que se golpeara el rostro. El guerrero ordenó que levantaran al joven, lo pusieron de rodillas, lo tomaron del cabello jalando de él y apretaron con fuerza su mandíbula para que no quitara la vista del frente.

El guerrero tomó de las lacias hebras a la mujer hasta alzarla, miró directamente a los ojos al joven y sacó una navaja de su costado, perfectamente tallada en un material negro y obscuro con un mango de cuero café como la tierra de la montaña, y lo colocó en el cuello de la mujer.

Con un movimiento certero y rápido se acercó al rey y cortó su garganta provocando un gran chorro de sangre que inundó el suelo y llenó la habitación con un fuerte olor a hierro. El joven dejo salir por fin sus lágrimas, quería gritar, pero no podía, sabía que ese sería el destino de cada persona de su pueblo, sería inevitable, como la muerte próxima de su princesa.

Flor de JadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora