CAPÍTULO VEINTISÉIS: Te estoy transformando

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ANÓNIMO.

Antes.

Su risa era un bálsamo para mi corazón, un recordatorio de que la felicidad era posible cuando estábamos juntos, y que en esos momentos, todo parecía perfecto. Ella era feliz a nuestro lado, su sonrisa radiante iluminaba cada instante que compartíamos, llenándonos de una sensación de plenitud y pertenencia. Y por instantes, éramos la razón de su felicidad, su cariño y confianza en nosotros reflejados en cada mirada, cada gesto y cada risa, creando un lazo invisible que nos unía.

Ahora estábamos sentados uno al lado del otro, en un silencio cómodo que nos envolvía como un abrazo. Levi se había desvanecido, ocupado en algún misterioso asunto, mientras que Raziel había partido a mantener una conversación privada con el padre de Calíope, dejándonos solos por un rato.

El sol radiante iluminaba su rostro, resaltando cada facción con una precisión que parecía darle vida a sus rasgos más delicados, destacando la perfección de cada línea y curva.

—Oye... —susurró, su voz apenas audible—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Sí —respondí, mi curiosidad se despertó instantáneamente.

—¿Prometes no llamarme rara?

—¿Acaso no somos todos un poco raros? —repliqué, ladeando mi cabeza. Mis ojos se encontraron con los suyos en una mirada cómplice.

—¿Crees que...? —comenzó a decir, pero se detuvo, pensando bien sus palabras—. ¿Crees que todos los padres son asesinos?

Eso me dejó perplejo.

—No... ¿por qué? —pregunté, intrigado.

Ella comió otra cucharada de yogurt, con expresión pensativa.

—Sólo curiosidad —dijo, y luego cambió de tema, pasando a hablar de cosas más cotidianas.

Me quedé toda la tarde pensando en su pregunta. Creo que no todos los padres son malos, exceptuando a los míos. Ellos no solo me maltrataban, sino que también fueron negligentes al dejar que me trajeran a este lugar, donde, en mi opinión, me trataron aún peor. Pero no porque a mí me tocó esta infancia difícil, voy a generalizar y creer que todos son iguales. Hay gente que tuvo la suerte de nacer en una familia llena de amor y apoyo.

Y después estamos nosotros, quienes, debido a nuestra crianza, nos hemos convertido en sombras de lo que podríamos haber sido.

—Ya me tengo que ir... —suspiró Cali, su voz estaba llena de pesar.

—¿Por qué parece que no quieres irte?

—Porque no me quiero ir... —sus ojos se cristalizaron, reflejando una profunda tristeza—. No me gusta estar en casa.

—¿Por qué? —inquirí con curiosidad.

—Porque veo a mi mamá —susurró, su voz era apenas audible.

—¿No se supone que todos ven a sus mamás al llegar a casa?

—Sí, pero la mía está muerta... —dijo Cali, y su voz se quebró ligeramente.

Entonces, eso era a lo que se refería el doctor Cass cuando lo escuché hablando por teléfono.

—Quiero irme lejos —expresó con un suspiro—. A un lugar donde nada ni nadie me moleste.

—También yo.

—A un lugar rodeado de naturaleza, donde pueda escuchar el canto de los pájaros en lugar de las voces de las personas y sentir el aire puro y fresco en lugar de las toxinas de la ciudad —dijo, sonriendo—. Porque, sin duda, la naturaleza es el refugio perfecto para encontrar la paz interior.

—¿Cierto? —asentí—. Un bosque sería... el lugar ideal para escapar de todo.

—Y de todos —dijo ella.


Ahora.


Sus ojos reflejaban un brillo de miedo, pero ¿por qué? No estaba haciendo nada que ella no hubiese pedido explícitamente. Quizá no lo sabe, pero yo soy el que le está facilitando el camino, protegiéndola de los obstáculos que ella no ve.

—¿Hunter? —susurró, con la voz temblorosa.

Pero él no podía responder, ya que una cinta adhesiva le cubría firmemente la boca, silenciándolo.

—No sientas pena por él —dije, mi voz distorsionada por la máscara que ocultaba mi rostro—. Todavía no sabes la verdad.

Cali me miró con intensidad, en sus ojos ardía una llama de rabia dirigida hacia mí.

—No me mires así... —susurré, mi voz modificada por el dispositivo, pero mi urgencia era evidente—. Sé que piensas que soy el villano de la historia, y tal vez tengas razón, pero todo lo que he hecho, lo he hecho por una razón.

—¡¿Qué razón puede justificar tanto dolor?! —gritó, su voz rota por la emoción—. ¡Me estás destruyendo! ¡¿Es eso lo que querías?!

—No te estoy destruyendo, Cali —dije con tranquilidad y convicción—. Te estoy transformando, renaciendo, rediseñando. Estoy desprendiendo cada capa que te oculta, para revelar tu verdadero potencial, tu esencia más auténtica.

—Estás loco... —susurró.

—¿Acaso no estamos todos un poco locos? —pregunté, ladeando mi cabeza.

Ella me miró fijamente, sin captar la indirecta, su expresión era una mezcla de confusión y miedo, y sus ojos estaban fijos en la máscara que cubría mi rostro.

—Vamos con tu supuesto amigo —dije, y señale a Hunter, cuyos ojos ardían de rabia y resentimiento—. ¿Quieres saber cómo es él realmente?

Él comenzó a sacudirse en la silla. «Créeme, animal, no hay nadie más ansioso que yo por darte una buena paliza», pensé. Pero primero, comenzaría por desmantelar algunos de sus secretos más oscuros, secretos que él había protegido con uñas y dientes durante años, y que seguramente a su preciada Cali no le iban a gustar.

—¿Le revelamos a ella los verdaderos motivos por los que necesitabas la ayuda de su padre en tus proyectos empresariales? —solté de golpe.

Los ojos de Hunter se dilataron, reflejando un miedo visceral que no podía disimular. Ahora sí estaba aterrorizado.

—¿Qué? —preguntó Cali, confundida y alarmada.

Con un gesto sutil, le indiqué a Levi que retirara la cinta que ataba a Hunter.

—No sé de qué habla... —balbuceó, su rostro se puso pálido.

—¿No sabes? —me burlé—. ¡Tu hipocresía no tiene límites! ¡Hasta en su propia cara te permites mentir!

—Cali, yo... —comenzó, pero lo interrumpí.

—¡Cierra la puta boca! —golpeé la mesa con fuerza, haciendo que los tres presentes se sobresaltaran de terror—. ¿Recuerdas cómo te trataban? —me dirigí a Calíope, mi voz llena de ira y resentimiento—. ¿Recuerdas las cosas que te hacían solo por diversión, para su propio entretenimiento?

Cali estaba furiosa, pero no conmigo, su ira se dirigía hacia ella misma. Su rostro reflejaba una mezcla de rabia y desesperación. Aunque luchaba por contenerse, era evidente que estaba al borde del llanto. Sus lágrimas, como gotas de cristal, pendían precarias, listas para derramarse en cualquier momento. Su mirada se cruzó con la mía, y por un instante, vi el dolor que se esmeraba en ocultar, pero yo lo veía.

—Y el lo permitió —concluí con rabia—. Su silencio fue un consentimiento, una aprobación sin palabras, y tú lo sabes, Cali.

—¡Deja de mentir! —gritó Hunter, su voz resonó en la habitación, pero antes de que pudiera continuar, Levi le propinó una cachetada tan fuerte que Hunter se estremeció en su lugar, las esposas rechinaron contra los brazos de la silla.

—Te dijeron que te calles... —le susurró Levi, en un tono amenazador.

Me levanté de la silla y comencé a caminar alrededor de la mesa con pasos lentos y deliberados, mi mirada estaba fija en ella, hasta que finalmente me detuve a su lado.

—¿Por qué crees que necesitaba tu ayuda? —me incliné hacia ella, mi rostro estaba cerca del suyo—. Responde, Cali.

—No lo sé —tragó saliva, nerviosa.

—Quería que tu padre se asociara con la empresa de su padre, ¿sabes para qué? —pregunté en su oído.

—Basta de preguntas —ella me cortó, su tono seco y autoritario—. Habla claro.

Sonreí, satisfecho. Mi momento de verdad había llegado.

—Bien —dije, con calma y determinación—. Quería que tu padre se asociara con la empresa de su padre para blanquear su dinero sucio —expliqué—. Pero tu padre se negó. Y eso lo puso en peligro.

Ella se quedó en blanco, su rostro palideció repentinamente y sus ojos se dilataron por el shock.

—Si... —me reí, la ironía y la amargura resonando en mi voz—. Tu amigo es el responsable de que tu padre esté en el hospital.

Me acerqué al otro que estaba al lado de Hunter y, con un gesto brusco, le retiré la capucha negra que cubría su rostro, revelando una expresión de agotamiento y desesperación. Su piel pálida y sudorosa parecía indicar que se encontraba al límite de su resistencia. Le arranqué la cinta adhesiva de un solo tirón, y él emitió un grito de dolor.

Su color de pelo me recuerda... ¿a quién me recuerda? Ah, si, a aquél payaso que miran los niños.

—Y este... —dije, encogiéndome de hombros y restándole importancia con un gesto—. Este está aquí por no saber cerrar su boca. —Mi tono fue seco y sarcástico, dejando claro que su falta de discreción era su mayor error.

Blaze, el primo de Hunter, a quien conocí en el servicio comunitario hace años, cometió el error fatal de hablar más de la cuenta con su primo. Hoy, enfrentará las consecuencias de su imprudencia. Meterse conmigo no es como enfrentar a aquellos drogadictos desesperados. Yo no soy un tipo que amenaza, yo hago que la gente conozca el verdadero significado del miedo.

Saqué el cuchillo grande y afilado que descansaba junto al pavo asado en el centro de la mesa y, con un movimiento lento y deliberado, lo paseé por toda la superficie, rozando suavemente los platos y cubiertos.

—La verdadera carne que cortará este cuchillo hoy no es la del pavo —dije, con una risa siniestra—. Así que... la elección es tuya, Cali —sonreí cruelmente debajo de la máscara—. ¿Quién merece perder una parte de su cuerpo? ¿Blaze, el primo con un historial de delitos, o Hunter, el que tanto te ha lastimado?

Ellos palidecieron de inmediato, pero Cali se quedó en silencio, su rostro era de indiferencia total.

—Si no eliges, tendré que hacerlo yo —la apresuré.

—Prefiero no participar —respondió Calíope, firme y sin vacilar.

—Cali... —susurró Hunter, su voz llena de desesperación, mientras su primo comenzaba a suplicar por su vida, con su voz temblorosa y llena de lágrimas.

—Bien —solté con frialdad y me acerqué a Blaze.

El chico comenzó a gritar y suplicar desesperadamente, pero yo me mantuve impasible, disfrutando en secreto de su agonía. Mi sonrisa interior era una mezcla de satisfacción y venganza. Mientras tanto, Levi actuaba con eficiencia, quitando una de las esposas y colocando la mano de Blaze firmemente en la mesa. A pesar de sus forcejeos, Blaze no pudo resistir la fuerza de Levi, que lo inmovilizó con una presión implacable.

—Eh, quieto —lo regañé con un tono brutal, como si le estuviera hablando a un animal desobediente—. Si te mueves, cortaré toda la mano. ¿Quieres perderla? —la amenaza salió de mi boca con una frialdad inimaginable.

Blaze comenzó a llorar, su cuerpo se sacudía por los sollozos desesperados. En ese momento, recordé las palabras de Raina, la madre superiora: "Los hombres de verdad no lloran". Su voz resonaba en mi mente como una advertencia contra la debilidad. Me sentí repelido por la vulnerabilidad de Blaze, y mi desprecio hacia él creció. Con un movimiento rápido y preciso, como el de un cirujano, rebané los cuatro dedos de Blaze en un solo gesto brutal. El sonido del cuchillo cortando carne y hueso fue seguido por el grito desgarrador de Blaze, que resonó en la habitación como un alarido de terror.

Hunter desvió la vista, incapaz de soportar la visión de la brutalidad. Pero Cali... ella observó todo con una mirada fría y distante, sin un ápice de emoción en su rostro. Su impasibilidad era inquietante, y yo me sentí atraído por esa faceta de su personalidad. Su falta de reacción me gustó, me hizo sentir que estaba a la altura de mis expectativas.

Blaze se desmayó repentinamente, y yo aproveché el momento para cortar su lengua con una precisión implacable. La sensación fue similar a cortar carne cruda, pero mi mente se rebeló contra la comparación. Me repugnaba pensar en hacerle daño a un animal inocente. Era más fácil justificar la muerte de un ser humano. La ironía no me pasó desapercibida.

—Jamás volverá a hablar —dije, mi voz helada y desprovista de emoción, detrás de mi máscara—. Y pronto, ni siquiera respirar —añadí, observando cómo la vida se escapaba de su cuerpo.

Tomé una servilleta roja, perfectamente doblada y colocada en una copa de vidrio cristalino, y con ella me limpié la máscara con cuidado, eliminando las salpicaduras de sangre que habían manchado mi rostro cuando corté los dedos de Blaze.

—Uf... —suspiré, exhalando un suspiro de satisfacción mientras me despegaba de la escena macabra—. Otro día seguiré contigo, Hunter. Hoy tengo mucho trabajo que hacer... —expliqué, desviando la mirada hacia el cuerpo inerte de Blaze, cuya resistencia había sido decepcionantemente breve, un recordatorio de que algunos no estaban hechos para soportar el dolor.

Levi le volvió a poner la cinta en la boca, y luego se lo llevó hasta el cobertizo que había atrás de la casa, un lugar donde la oscuridad y el abandono reinaban. Mañana, la lluvia lo azotaría sin piedad, y el hambre y el frío serían sus compañeros de cautiverio. Pero yo no me apiadaría, no permitiría que compartiera techo con ella.

Cali se quedó mirando a Blaze, todavía en silencio y con una expresión vacía. Ya se le pasará, pensé, convenciéndome de que con el tiempo se acostumbraría a la nueva realidad, a la vida al lado de un monstruo como yo. Mientras tanto, debía elegir una buena, enorme y filosa cuchilla para despedazar a Blaze, para reducir su cuerpo a pedazos que cabrían en el último cubo resistente al químico que teníamos. Por esa razón, debía desmembrarlo, separar sus miembros de su torso, y luego meterlo en el tanque y bañarlo en ácido fluorhídrico.

Obligué a Cali a probar un bocado de la comida que habíamos preparado para ella, pero se negó a comer, su mirada estaba fija en el plato con desinterés. Más tarde intentaré de nuevo. Tiene que comer, no puede permitirse el lujo de debilitarse.

Levi se la llevó en silencio al sótano, y su presencia se desvaneció en la penumbra como una sombra oscura. Luego Levi regresó, su rostro impasible, sin revelar nada.

—¿Le dirás al otro que nos ayude? —preguntó Levi, su voz baja y monocorde, refiriéndose a nuestro tercer compañero, el que siempre parecía estar en las sombras.

Me acerqué a la mesada y me lavé las manos con agua fría, intentando eliminar los restos de sangre que aún se adherían a mi piel.

—Puede que sí, ya es hora. Necesita aprender a superar sus límites si quiere estar de nuestro lado —dije, mirando fijamente a Levi—. Tiene el carácter, la determinación, pero le falta la valentía para cruzar la línea y hacer lo que se necesita.

Me sequé las manos con otra servilleta y dije, sin dejar de mirar a Levi:

—Es más, hay que llamarlo ahora. No tiene nada que hacer, ha jugado su papel demasiado bien.

Agarré mi celular y marqué su número, manteniendo la mirada fija en Levi.

—Haré que se encargue. Yo le enseñaré.

Levi suspiró.

—Por fin... Da órdenes, pero nunca se ensucia las manos —dijo él, molesto.

Sonreí y dije en tono firme:

—Tranquilo, ahora lo hará.



Nota de autor: si te gustó el capítulo, deja tu estrellita. Solo es un pequeño toque, y aunque no lo creas, eso me ayudará a crecer cada día un poquito más. Gracias por leerme, tkm💘

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Espera, ¿eso es premio o castigo? 😳

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