Los Tian llegaron lo más rápido posible al hospital, y encontraron a su hijo en una camilla de la emergencia, observando su pie enyesado con cara de disgusto. A su lado había otro chico, que no reconocieron.
—¡Kai, hijo! ¿Qué te pasó?
—Nada, mamá. Me caí en la calle. Un tropezón con una baldosa suelta… Venía distraído.
Jiang se extrañó de que el chico les mintiera a sus padres: el golpe de su pie era demasiado grande para ser producto de una simple caída.
El señor Tian observó los rasgos orientales de Jiang, y le preguntó de dónde era. Cuando él le dijo que era chino, el hombre, contento, empezó a hablarle en su idioma nativo. YunKai se asustó: no entendía nada, y temió que su vecino le dijera a su padre algo inconveniente. Su cara de terror no pasó desapercibida para Jiang, que se divirtió a su costa mientras le respondía al hombre mayor algunas preguntas sobre su ciudad natal.
—¡Hablen en francés, por favor! ¡No entendemos nada...! —se quejó la señora Tian. Ella jamás había podido aprender más que algunas frases sueltas del idioma de su esposo.
—Perdón —se excusó Jiang—. Mi nombre es Chen Jiang, y soy vecino de YunKai. Me lo encontré en la calle en este estado, y lo traje al hospital...
—¡Qué muchacho tan considerado…! —exclamó la señora, mientras se acercaba a su hijo y acariciaba su rostro. YunKai se avergonzó: su vecino iba a pensar que lo trataban como a un niño—. ¿Verdad, querido?
—Si, es cierto. Muchas gracias por ayudar a nuestro hijo. —El señor Tian le hizo una cortés reverencia a Jiang, que le respondió con una aún más profunda:
—No fue nada, señor. Con su permiso, ahora me retiro. Mañana debo levantarme temprano para ir al mercado.
—¿Trabajas en el mercado? —preguntó la señora, con interés.
Jiang sonrió:
—No, señora Tian. Soy chef de un restaurante chino, y voy al mercado a elegir los mejores productos para mis platillos.
—¡Qué bien...! —exclamó la mujer —. Pásanos la dirección, así algún día vamos a disfrutar de tus preparaciones —Cuando Jiang les indicó la calle del restaurante, los mayores se miraron, sonrientes, y YunKai comenzó a sudar frío—. Pero, ¡qué casualidad! Es el lugar que frecuentamos... ¿Así que tú eres el autor de ese exquisito pato a la pekinesa?
—Me alegra que les guste… —Jiang sonrió con timidez—. Sí, es una de mis especialidades.
—A Kai también le gusta mucho tu comida.
Jiang lo observó, y el chico no pudo devolverle la mirada:
—¿Así que fuiste al restaurante?
—Sí, una vez —Si la tierra se lo hubiese tragado en ese momento, YunKai se habría sentido feliz. Se horrorizó con la siguiente frase de su madre:
—Y los vinos son muy buenos... La sommelier es una experta. —La señora Tian miró a su hijo con picardía, y el chico comenzó a toser, atorado con su propia saliva.
Jiang se puso serio, y les hizo una pequeña reverencia para despedirse:
—Con su permiso, ya me retiro...
La mujer se quedó perpleja ante el brusco cambio de humor del chef.
—¿Dije algo malo...?
Nadie le respondió.
***
Jiang llegó a su apartamento, se dió un baño y se acostó: iba a poder descansar y disfrutar del silencio. Su escandaloso vecino tendría que quedarse unos días con sus padres, y no lo iba a molestar. A pesar de todo, debía admitir que se estaba portando mejor: las dos chicas que casi lo dejaron sin ropa no habían vuelto a aparecer, aunque a veces subía el de las cervezas. Una noche en la que Jiang se cruzó con él, al rato escuchó crujir la cama en el apartamento de arriba, y se convenció de que ese chico era un auténtico degenerado.
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Los enemigos
RomantizmReceta para el desastre: Un francés de espíritu libre. Un chino apegado a las reglas. Un amor imposible. Una mujer capaz de arruinarlo todo. Historia bl de mi autoría. Todos los derechos reservados. Prohibido copiar, adaptar o resubir.