12. Solo una vez

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Narrador omnisciente

Gavin estaba atrapado en una oscuridad opresiva, rodeado de figuras encapuchadas, sus cuerpos cubiertos por vestiduras negras que ocultaban cualquier rastro de humanidad. Estaban encadenados al suelo, sus rostros velados, pero sus voces eran claras, desgarradoras. Suplicaban con un dolor tan profundo que parecía partir el alma misma. "¡Suéltanos, Gavin!", gritaban con un sufrimiento que hacía eco en los rincones más oscuros de su mente. El dolor y la desesperación no eran solo suyos, se adherían a Gavin, se filtraban en su ser, torturándolo como si cada lamento fuera un grillete en su propio cuerpo.

Quiso moverse, escapar de esas súplicas que lo desgarraban, pero su cuerpo no le respondía. Estaba paralizado, atrapado en un mar de angustia que lo envolvía, su cuerpo y sus oídos eran martillados por los gritos, las súplicas, hasta que un frío helado serpenteó por su cuello, obligando a sus ojos a abrirse de golpe. La pesadilla se disolvió en la penumbra de la habitación, pero el terror persistía, aferrándose a él como si aún estuviera encadenado a esa oscuridad.

Aunque ahora estuviera despierto, podía sentir cómo algo invisible apretaba sus muñecas, sus piernas, su pecho, sofocándolo en un miedo que se negaba a liberarlo. De repente, una caricia suave, casi etérea, comenzó a deslizarse por su cuello. Melek, con movimientos deliberados, impregnaba su piel con feromonas calmantes, una habilidad que el alfa poseía, sin importar que Gavin no fuera un Omega. Era un toque que le devolvía la vida, disolviendo el temblor en su cuerpo, recordándole que lo que había vivido no era más que una ilusión.

Poco a poco, Gavin dejó de temblar. La pesadilla se desvanecía, pero aun así, permaneció en silencio, sumergido en el placer que las manos de Melek le otorgaban, acariciándolo con una paciencia inusitada en la intimidad de la cama.

-Estás aquí... Pensé que te irías- murmuró Gavin, su voz quebrada por la vulnerabilidad que aún lo embargaba.

Como un cachorro que busca consuelo, se acurrucó más cerca del cuerpo desnudo de Melek, apoyando su cabeza en el amplio pecho del alfa, respirando su aroma con avidez. El alfa sonrió, jugando con los rizos de Gavin mientras respondía.

-Te desmayaste intentando controlar al cadejo -le recordó Melek, su tono calmado, pero con una pizca de preocupación.

Lo que había comenzado en aquella piscina no terminó allí. Ambos se retiraron a la habitación para continuar, pero esta vez, tomaron su tiempo. Pero todo tenía un propósito; Gavin debía dominar al cadejo. Con renovada confianza, lo intentó, y por unos momentos lo logró... hasta que su cuerpo se rindió al agotamiento y se desplomó.

Gavin sintió una punzada en el pecho al considerar por un instante si Melek se había preocupado por él, si había sentido algo más allá del mero deber tras salvar a su madre. Pero el miedo de escuchar que solo era un acto de compromiso, una obligación moral, lo paralizó y le hizo tragarse la pregunta.

El sonido de los golpes en la puerta y la voz de Azra pidiendo unos minutos para hablar con su jefe hicieron que la ansiedad de Gavin volviera a aflorar.

-¿Vas a encadenarme de nuevo? -La voz de Gavin tembló ligeramente, traicionando el miedo que intentaba ocultar.

Melek lo observó, sorprendido por la intensidad de la reacción del chico. No se había dado cuenta del profundo impacto que meses de cautiverio habían dejado en él.

-A veces olvido que eres un niño.

El cuerpo de Gavin se tensó al escuchar esa palabra. Era peor que cualquier insulto, una daga que penetraba más hondo que cualquier grosería.

Melek, sin embargo, no tenía intención de herirlo. Su comentario surgió de una preocupación que él mismo apenas reconocía.

-Perdón, tienes trabajo. No te quitaré más tiempo. -Gavin intentó alejarse, pero la mano de Melek lo sostuvo con firmeza, impidiendo que se apartara.

SEDUCTORA REDENCIÓN (QUINTO LIBRO DE LA SAGA AES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora