22. Parte 1: Especial

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Smoke

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Smoke

Los pobres no deberían tener hijos, y sé que si lo dijera en voz alta perdería a muchos de mis seguidores. Pero no hablo desde el privilegio, lo hago desde mi propia cicatriz.

Ni siquiera sé quién es mi padre biológico. Estoy seguro de que nunca lo sabré. Mi madre, cuando no tenía dinero para drogarse o para jugar, se vendía. Es probable que mi padre sea otro adicto como ella o un tipo asqueroso que encontró placer en aprovecharse de una mujer que ni siquiera sabía cómo se llamaba, perdida en la niebla de las drogas.

Nunca me vio como su hijo. Yo no fui más que un recurso para recibir el dinero que el gobierno daba a las familias pobres. No me alimentaba. Desde pequeño, me daba pegante de zapato para que lo inhalara y dejara de llorar. Si lograba comer algo, era por las personas que, al verme solo en la calle, me daban las sobras de su comida.

Aun así, aunque ella nunca se preocupaba por mí, aunque me ignoraba y me hacía invisible, yo guardaba un pedazo de esa comida para ella. Volvía al lugar que llamábamos "casa", un auto abandonado detrás del casino que ella frecuentaba, con la esperanza de que tal vez esa vez se diera cuenta de mi existencia. No sé si se le podía llamar hogar, pero era todo lo que teníamos.

Yo solo quería que las cosas cambiaran. Que un día me cuidara. Que pudiera tener una madre como los otros niños de la calle. No una mujer a la que tenía que vigilar cuando dormía junto a mí, para asegurarme de que no estuviera tan drogada como para morir.

Pero ella no era mi madre. Solo era una adicta que quería más dinero para drogarse y apostar. Y cuando los hombres dejaron de desearla, me vendió a mí.

Recuerdo haber comenzado a llorar, aferrándome a su pierna, temblando de miedo. El hombre que estaba frente a mí me miraba como si fuera presa, y lo peor era que no estaba solo. Había más hombres esperando en el auto, y sus miradas me envolvían como una sombra. Era un niño, un niño que fue pateado por su madre en cuanto le entregaron unos billetes arrugados.

El hombre intentó alzarme en brazos, pero yo lo mordí con todas mis fuerzas y salí corriendo, con el corazón a punto de estallar. Mis piernas apenas podían seguir el ritmo de mis lágrimas, y corrí como nunca lo había hecho antes. Pensé que había logrado escapar cuando no vi a nadie detrás de mí, pero el sonido de un claxon a mi lado me llenó de pánico.

No había nadie alrededor que pudiera ayudarme. El lugar donde corría era un terreno baldío, donde pronto construirían hoteles y centros comerciales. Solo podía escuchar el motor del auto siguiéndome lentamente, disfrutando de mi miedo. Sabían que me atraparían, y yo solo lloraba y corría, deseando desaparecer.

—¿Qué pasa? —choqué contra alguien y mi cuerpo, dominado por el terror, solo pudo llorar más fuerte—. ¿Ti ho fatto male? (¿Te lastimé?) —la voz de la mujer me hizo levantar la cabeza.

Estaba tan asustado que pensé que ya me habían atrapado. No dije nada, solo me escondí detrás de ella cuando el olor nauseabundo de esos hombres se acercó. Sabía que estaban cerca.

SEDUCTORA REDENCIÓN (QUINTO LIBRO DE LA SAGA AES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora