Valentino

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   Una vez, una mariposa blanca y negra se posó en mi mano y me susurró: "¿sabes? Yo antes vivía dentro de un lirio blanco, hasta que una abeja vino y me desahució. Se llamaba Valentino. Parece ser que mi dulce hogar rebosaba de polen y tenía que vaciarlo. Ahora vivo en una amapola, pero, ¡a saber si Valentino vuelve a arrebatarme mi acogedor domicilio! Desde luego, hay que ser un sinvergüenza. ¿Tú dónde vives?".

   Al principio pensaba que la margarita que nos tomamos anoche me había vuelto loco, pero después contesté.

"En la casa de mi hermano mayor. En mi caso, una abeja llamada Valentino no podría desahuciarme, pero lamento mucho que te haya ocurrido".

   Después de tres segundos exactos, la mariposa se marcha y me deja solo, en mitad del prado, sentado sobre el tronco deformado de un árbol medio muerto.

   Poco antes de un minuto, la mariposa vuelve a posarse sobre mi mano derecha.

"Hola de nuevo. Le he dejado bien claro a Valentino que no volverá a quitarme la casa. Ni a mí ni a nadie. Ya podemos vivir tranquilos, ¿no es genial?".

"Sí", respondo, con un asentimiento de cabeza, "¿cómo te llamas?".

"Catalina. Significa pureza", dice la mariposa, bien informada.

"Yo soy Lorenzo. Un gusto". La mariposa mueve sus alas rápidamente, pero se mantiene en mi mano.

"¿Quieres ver mi casa?", me pregunta.

"Claro", murmuro.

   Catalina sale volando, yo la sigo por detrás. Atravesamos un manto de césped medio seco y llegamos a un rincón del prado donde habitan cientos de flores. Catalina las esquiva ágil, con sus finas alas, hasta llegar a su hogar, una amapola alta y firme.

"Qué bonita", la elogio, "debe de ser muy delicada. Estate bien atenta de que ningún ser humano la pise o arranque". Catalina se acomoda en uno de los pétalos.

"Lo sé. Ya me ha pasado varias veces, como esa ocasión en la que un niño bonito y rubio arrancó de las raíces, mi casa, una margarita amarilla. ¡Ni siquiera la cogió del tallo! Coger una flor desde las raíces y no del tallo es como, básicamente, desarraigar la cabellera de un ser humano en lugar de cortársela con unas tijeras". Me gustan las referencias que hace Catalina a los seres humanos.

"Tienes razón. ¿Y eso de arrancar los pétalos de una flor, uno por uno, diciendo como un estúpido, «me quiere no me quiere»? Es como si nos quitasen a nosotros los dedos". Antes de que la mariposa contestara, la voz de mi hermano suena diciendo, "¡la comida está hecha, Lorenzo!". Catalina se ríe a carcajadas.

"Cuando quieras, Lorenzo, pásate por aquí. Eres bienvenido".

"Muchas gracias, Catalina. Ha sido un placer".

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"Bueno, Lorenzo", dice mi hermano, masticando las alcachofas que ha preparado, "¿qué has estado haciendo mientras preparaba la comida? ¿Algo interesante?".

   Mi hermano es un joven de veinticinco años que dedica su vida a ver la tele y a viajar en caravana por donde se le ocurre. A veces le acompaño, a veces no. Depende del sitio al que vaya o si tengo ganas de ir. La última vez viajamos a Padua.

"He estado charlando con una mariposa", digo, con toda normalidad. Giorgio sigue comiendo tranquilamente, somo si no hubiese dicho nada del otro mundo.

"¿Una mariposa? Estás de coña", dice al fin. "La margarita que nos tomamos ayer ha hecho efecto".

"Supongo", asumo.

   Ayer vinieron amigos de Giorgio a casa a ver una película de miedo, pero acabamos bebiendo y escuchando rock como si no hubiera un mañana. El rock me gusta. Diría que es el único tipo de música que disfruto.

"¿Cómo se llama la mariposa?", me pregunta mi hermano.

"Catalina", contesto, con un trozo de alcachofa entre los dientes.

   Giorgio estalla de la risa al escuchar el nombre. Me mira, alucinado, como si le acabara de soltar la santísima biblia de arriba a abajo, como si le hubiera recitado un poema de Dante Alighieri. Extrañado, pregunto qué pasa.

"No puede ser en serio. No puede ser que te hayas enamorado de una mariposa, Lorenzo", niega con la cabeza, preocupado.

"¿Enamorado?", cuestiono, confuso, "no entiendo qué te ha llevado a pensar que me he enamorado de una mariposa, hermano".

"Lorenzo y Catalina, tío", repite, "¿no te suena de nada? Lorenzo, el sol. Catalina, la luna. ¡La leyenda española, hermano!

   Mi hermano mayor es un fanático de las leyendas urbanas y de las supersticiones. Ha salido a mi madre en ese aspecto. A mí la mayoría me parecen una estupidez, pero tendré que escuchar esta si mi hermano quiere que me gane su respeto.

"Lorenzo, un pastor español que pasaba sus días bajo el sol y Catalina, una joven que solo se dejaba ver por las noches. Nada, es tan solo una insignificante leyenda. Simplemente se enamoraron y se dieron esos nombres al sol y la luna. Personalmente me parece precioso". Explica mi hermano. Me da pena el poco interés que le estoy mostrando, así que trato de ser empático.

"Qué casualidad", consigo expresar, "debe de ser muy bonito".

   Después de comer, Giorgio se duerme en el sofá mientras ve un partido de baloncesto no muy interesante. Yo salgo fuera, con la intención de visitar a Catalina. Me da igual el hecho de que Catalina formase parte de mi imaginación. Fue muy amable, un detalle que no ha tenido alguien conmigo en mucho tiempo.

El surrealismo de hablar con una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora