¿No llega un punto en el que os aburrís?

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Atravieso el manto de césped medio seco y alcanzo el pequeño prado de florecillas. Diviso la bonita amapola en la que reposa Catalina, luciendo sus blanquinegras alas al sol. No sé cómo llamarla para que me vea.
   "¿Catalina?", pregunto.
   "¡Lorenzo!", exclama, revoloteando.
   "¿Segura de que no eres fruto de mi imaginación?", cuestiono, preocupado.
   "No creo. ¿Te imaginas la ridícula idea de no poder relacionarme contigo? Sería fatal", piensa en alto Catalina. "Me encanta hablar. Mientras pienso en las anécdotas que te puedo contar, ¿quieres tumbarte en este hueco libre de flores que tengo aquí al lado? Pasaremos el rato tú y yo".
   "Claro", sonrío, acomodándome sobre el césped que me ha indicado.
   Pasé un buen rato escuchando la vida de Catalina. "Mi madre se llamaba Lola. Era muy buena conmigo. Mamá dijo más de una vez que, si ella fuese un ser humano, tendría un lunar bajo el ojo y una moto roja. No sé por qué. Un día se fue de casa para un recado y no volvió. A saber qué atrocidad le hicieron: o la capturaron con una de esas redes humanas o se metió accidentalmente en una casa. Nunca lo sabré realmente. Hablando de redes, eran mi mayor miedo de pequeña...". Me encanta escuchar a Catalina hablar. Es como un audio libro. Y no quiero que se acabe nunca.
   "Tendré que crear más historias, ¿no?", se preguntaba Catalina de vez en cuando, "estoy asustada de no estar creando las anécdotas suficientes, Lorenzo".
   "Tranquila", le consolaba yo, "todavía tienes tiempo para crear más y más. ¿Qué edad tienes?".
   "Llevo seis meses de existencia. Con un poco de suerte, llegaré a los diez". Responde Catalina, esperanzada.
   Yo no sabía que una mariposa viviese tan poco tiempo. Me asustó el hecho de que Catalina no pudiese acompañarme el resto de mi vida.
   "¿Y tú?", me pregunta ella.
   "Si te refieres a meses, tendría que coger la calculadora", mascullo, apenado, "llevo dieciséis años existiendo".
   Catalina cierra la boca. Me lo tomo como un gesto de sorpresa. Acierto.
   "¿Tantos?", cuestiona, "qué pereza, ¿no? ¿Y hasta cuántos años puedes vivir, más o menos?".
   "Como muchos, cien. Como pocos, calculo que sesenta y cinco o por ahí", redondeo.
   "Guau. Me pregunto en qué invertiréis tantos años de existencia. ¿No llega un punto en el que os aburrís?".
   "Nos acostumbramos a vivir, mientras que las mariposas os acostumbráis a existir. No creo que lo comprendas, ni tú ni nadie". Intento expresarme lo mejor que puedo, pero Catalina no logra del todo entenderme. Aprecio el esfuerzo que hace para intentar conseguirlo.
   "Me tengo que ir a casa, ya son casi las siete", aviso a Catalina, "mañana volveré a verte. Hasta entonces".
   "Adiós, Lorenzo".
   Giorgio seguía dormido en el sofá. Le tapé con una manta de cuadros y apagué la televisión, que seguía encendida. Para cenar preparé calzone. Me encanta el calzone.
   Esta noche he soñado con Catalina. Pero Catalina no era exactamente una mariposa, era más bien un ser humano como yo. Una chica de mi edad, con el pelo moreno muy clarito y mechas rubias en las puntas. Ojos azulados, nariz respingona, pestañas largas y un lunar debajo del ojo. Dientes algo torcidos, pero sorprendentemente le quedaban bien. Pendientes de aro dorados, muchas pecas salpicadas alrededor de la nariz y los pómulos, rozando los párpados. Era muy guapa. Reía bajo la luz del sol, rodeada por las flores a las que llama casas, rodeada por el césped al que llama calle y por los bichejos que llama vecinos...

El surrealismo de hablar con una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora