Nos despertamos un día más, pero hoy es diferente. Es el día del mes que más miedo y sufrimiento pasamos Giorgio y yo, el día del mes que peor lo llevamos, el día del mes que no soportamos desde hace unos años: la visita de los tíos. Catalina ya está al tanto y le he avisado que no hable de su infancia ni de su vida en general, solo de las cosas que sepa que son normales para los seres humanos.
"Se te nota nervioso", menciona Catalina, "seguro que luego no es para tanto".
"No sé yo", niego, lo menos borde posible.
Giorgio escondió la priva en la trampilla del tejado de la segunda planta, ya que los tíos no tienen ni idea de que existe. La construyó para situaciones importantes o para guardar algo de mucho valor, algo que no ha ocurrido nunca.
"Llegan antes de comer", me avisa mi hermano, mientras desayunamos los tres sentados en la mesa.
"Anda, qué morro", me encojo de hombros, "así se libran de prepararse ellos la comida".
"No debería sorprenderte", acierta a decir Giorgio.
Pensamos un rato más, no hay nada que debamos esconder a parte del alcohol, digo yo. Estamos muy inseguros, al menos yo tengo la sensación de desprotección y vulnerabilidad, esa sensación que tienes antes de hacer un examen para el que no te has memorizado nada.
A la una y media llaman a la puerta. Hemos recogido la casa y el sótano. Damos la bienvenida a nuestros tíos con dos delicados besos en las mejillas.
La esposa es la mayor, Giulietta: mujer altiva de pelo exageradamente recogido en un solo moño moreno, con gomina a más no poder y horquillas. Viste una blusa blanca metida debajo de la ajustada falda beige.
Él es Giuseppe: un hombre formal algo más bajo que Giulietta, con la cabeza bien alta para mirarte por encima del hombro. Eso sí, mi tía le intimida a más no poder, obedece la mínima orden por parte de ella con un pequeño tembleque de temor en su voz. Como si combinasen, pero su matrimonio era especial. En el peor de los sentidos.
"Buonasera", dice mi tía, sin molestarse en dirigirnos una sonrisa.
"Buonasera, zii", les contestamos mi hermano y yo. De reojo me doy cuenta cómo Catalina les mira de arriba a abajo, curiosa.
"¿A quién tenemos aquí?", cuestiona Giulietta, entrando en casa para conocer a Catalina. La coge de la mano levantando un poquillo la comisura de sus labios.
"Me llamo Catalina, soy amiga de Lorenzo", se presenta, "un placer".
"¡Qué mona!", exclama mi tía. Al parecer le agrada tener una chica en casa, siendo ella la única hasta el momento, "¿Sois amigos, Lorenzo?". Me pilla por sorpresa.
"Sí", asiento rápidamente. «Amigos que se gustan», pienso muy en el fondo de mi mente.
"Qué bien que hayas socializado un poco", comenta mi tía, sin mucha vergüenza. "Bueno, tomemos un té, hay mucho de lo que hablar", dice de repente, pasando a la cocina como si suya fuera.
"Hola, chicos", asiente mi tío, que ha dejado hasta ahora que su mujer hablase. "Qué bien volver a veros". Persigue a su esposa, lo mismo que ha estado haciendo toda su vida.
Preparan un café mis tíos. Nosotros tres les esperamos sentados en la mesa, contemplando el panorama con la mirada más incómoda posible. El silencio es tan pleno que lo único que se escucha es el caer del té dentro de las tazas y los tarros de azúcar blanco y moreno.
Se sientan con nosotros, acompañados de una bandeja con tazas y cucharillas. Siendo italianos, se creen británicos.
"¿Y de dónde vienes, querida?", pregunta Giulietta.
Catalina me mira algo insegura pero rápidamente responde, parece ser que se le ocurrió algo coherente y realista en el último momento.
"De aquí, del pueblo", dice, con una amable sonrisa. "Coincidí ahí con Lorenzo".
"Oh, qué bien que mi sobrino tenga alguien con quien pasar el rato. Las otras veces que hemos venido estaba completamente solo, no nos hablaba de nadie. Hasta nos contó que se sentaba solo en clase y todo", detalla mi tía, algo que me avergüenza mucho más de la cuenta. Catalina vuelve a mirarme, esta vez entre extrañación y pena.
"En fin, ¿qué tal la escuela y el verano, en general?", nos pregunta mi tío a los tres: Giorgio, Catalina y yo.
"Bien, la verdad, con todas aprobadas", digo, seguro, "y este verano bastante bien ya que tengo a Catalina", añado.
Sonríe ligeramente con un asentimiento de cabeza.
"¿Giorgio?", le nombra.
"Todo bien", afirma.
"¿Nada en especial? ¿Y esa chica con la que te veías? No era muy buena influencia que se diga, pero era realmente guapa", cuchichea mi tía.
"Margaretta me dejó ya que se iba de la ciudad", declara Giorgio, rápidamente, antes de que murmurasen algo más.
"Oh", exclama Giulietta, sin fingir lamentación, "bueno, eso significa que no era la indicada. Tú piensa que, cuando lo dejas con una chica, has descartado otra posible alma gemela. Ahora ya sabes que no era ella y tienes más probabilidades de encontrarla", sonríe mi tía, pensando que acaba de decir la frase más motivadora y cursi posible, solo que, lo que ha hecho, es hacer sentir mal a su sobrino mayor.
"Claro", asiente él, sin saber bien qué responder.
Nuestra tía ve la cara buena de las cosas más rara posible. En verdad, me recuerda mi madre, es como ella, pero en versión "personaje de película de terror mala que hace chistes que no vienen a cuento". Sí, justamente eso.
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El surrealismo de hablar con una mariposa
Non-FictionCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...