Un gato blanco y marrón sale por detrás de la casa, lo que Catalina se toma como asesinato instantáneo. Para empezar, pega un brinco del susto, luego da un paso atrás para cubrirse conmigo y asoma la cabeza para mirar al gato en gesto desafiante. Yo, a todo esto, me río.
"Hoy vamos a aprender a acercarse a los gatos", declaro, "quédate aquí si quieres mientras yo voy para allá".
"Me niego a tocar semejante aberración", me asegura ella, certera, haciendo énfasis en cada una de las palabras.
"Merecerá la pena, ya verás, tú déjame", digo igualmente.
Camino hacia el felino lentamente por si resulta ser asustadizo, pero rápidamente me demuestra que no, acercándose éste a mí. Maúlla. Me agacho y le acaricio la cabeza.
"Ven, no hagas movimientos bruscos", le pido a Catalina, "a ver, muy brusco tiene que ser para asustarle, pero por si acaso...".
"Vamos a ver", dice, agachándose a mi lado. "Cómo se hace".
"¿Acariciar?".
"Sí, eso".
Se lo demuestro tal y como lo acababa de hacer.
"¿Me pides que le de cariño a la criatura que se tragó a mi hermana?".
"Sí, justamente".
Catalina se agacha a mi lado y acerca su mano derecha a la cabeza del gato. Pone cara de asco mientras tanto.
"Está suave", masculla.
"¡Le gustas!", exclamo, al ver que el animal se aproxima más y más a ella, restregándose y acariciándola. Choca su cabeza contra la rodilla de Catalina para luego resbalar todo su cuerpo contra el muslo.
"¿Por qué se pega contra mi rodilla?", cuestiona.
"Suelen hacerlo para restregarse, son un poco bruscos en ese sentido".
"Me gusta", sonríe por fin,
"Te lo dije", asiento, poniéndome en pie.
Catalina coge al gato por las patas delanteras y se levanta con él entre los brazos. No pensaba que se dejaría agarrar, pero ha sido así.
"Oh, mira, está tirado en mis brazos", narra Catalina, emocionada.
"¿Adónde lo vas a llevar? Es callejero", le hago entender.
"Vamos al árbol medio muerto con él", decide.
Hago caso a la idea de ella, siguiéndola por detrás. El gato asoma su cabeza desde el hombro de Catalina y se me queda mirando, inquietantemente, mientras caminamos. Entrecierra los ojos como si detrás de mí hubiese un espíritu.
Nos sentamos en el tronco del árbol y Catalina deja al felino en el césped. Maúlla varias veces, sin dejar de pegarse a ella, se pasea un rato entre las flores. Saco mi cámara del bolsillo y le hago algunas fotos, el panorama es bonito. La luz del sol ilumina el plano, el cual retrata al gato caminar difícilmente entre las flores, molestándose de vez en cuando por algunos bichejos, mientras los colores de los pétalos dan alegría al escenario, como si tuviera poca.
"¿Quieres ponerle nombre?", le digo a Catalina.
"¿Existe el nombre «Puré de Patata»?", me pregunta ella a mí, a lo que yo contesto con carcajadas.
"No creo, sinceramente", niego, "pero sigue pensando, seguro que se te ocurre un nombre bonito para un gato".
Se gira a mirarlo, pensativa. Nos quedamos diez minutos en silencio, prefiero no molestarla porque estoy casi seguro de que sigue cavilando. Oscurece un poco pero el sol sigue presente. No se ve, ya que los árboles le tapan, pero los rayos se cuelan entre las ramas y plantas y llegan a nuestros rostros.
"Tejado", dice al fin Catalina.
"¿Tejado?", pregunto, extrañado.
"Tejado", repite.
"Suena sorprendentemente bien", opino en voz alta.
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El surrealismo de hablar con una mariposa
Non-FictionCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...