Escucha la canción Limón y Sal leyendo este capítulo para mejor experiencia ;). https://www.youtube.com/watch?v=NbclpUNzJsQ
Nos quedamos callados, mirando a la nada, cuando de pronto mis ojos encuentran el vinilo de Julieta Venegas, llamado Limón y Sal. Ese lo compró mi hermano en el viaje a España, simplemente le gustó la portada. Nunca lo he escuchado. Me levanto y lo pongo, por pura curiosidad. Siento a Catalina observando mis movimientos. La primera canción que empieza a sonar parece ser la que lleva el nombre del álbum, Limón y Sal.
Tengo que confesar que a veces
No me gusta tu forma de ser
A veces algo se le parece
Y no entiendo muy bien por qué
No dices nada romántico cuando llega el atardecer
Te pones de un humor extraño
Por cada luna llena al mes"¡Qué bonita!", exclama Catalina, "esta sí que me gusta, Lorenzo, ¡me encanta!".
Sonrío a Catalina, confuso, después de haberle puesto todos los géneros y las mejores canciones que tengo, le da por una canción española prácticamente conocida. O eso creo. Ella se levanta, coge una silla y se sienta enfrente del tocadiscos. Se queda observándolo fijamente, con una ligera sonrisa en sus labios. Yo también me siento, pero la contemplo más a ella que al propio tocadiscos.Yo te quiero con limón y sal
Yo te quiero tal y como estás
No hace falta cambiarte nada
Yo te quiero si vienes o si vas
Si subes y bajas y no estás
Seguro de lo que sientesVeo a Catalina disfrutar de la canción. A mí me parece bonita, sin más. Letra curiosa, la expresión también. Llega un punto al que pienso, "joe Lorenzo, deja de analizarlo todo y disfrútala sin más". Eso ayuda para saborearla.
"¿Qué significa te quiero?", pregunta ella de repente.
Nunca había explicado a nadie el significado de esa frase. Me sorprende que Catalina sepa lo que es "desahucio" y no "te quiero", pero bueno, nunca descubriré realmente el entendimiento de una mariposa.
"Pues...", consigo decir, intentando explicárselo de la forma más suave posible, "es una forma de afecto hacia una persona. Es cuando sientes amor hacia alguien".
"Creo que he sentido eso", murmura Catalina, "cuando mi madre me curó el ala después de habérmela rozado con una ramita".
"En realidad", me corrijo, "es algo que le dices a alguien cuando sientes la necesidad de soltarlo. Pero se lo dices a alguien a quien amas, alguien a quien aprecias, a alguien a quien de verdad quieres decírselo. No es algo que se diga así por así, sin sentirlo. Cuando pronuncias esas palabras, las tienes que sentir desde el fondo de tu corazón, como si te ardiera, como si te estuviera quemando por dentro. Y en el caso de tu madre", decido suavizar, "se lo puedes decir cuando quieras. Es tu madre".
Catalina me mira, confundida.
"¿Y se puede querer a alguien con limón y sal?", cuestiona.
Iba a contestar, pero decido dejarlo en algo mucho más sutil.
"Digamos que sí", asiento, "Catalina, a alguien se puede querer de todas las maneras que quieras. Pero la más bonita, ¿sabes cuál es la manera más bonita de querer a alguien?
"Cuando no sabes realmente por qué la quieres", acertó, una mariposa transformada en ser humano, ¿quién lo iba a decir?
Después de un rato escuchando más música, Catalina se duerme en la postura de hace un rato: sentada en el suelo con la espalda en el lateral de mi cama. Teniendo en cuenta que no la iba a volver a ver así muchas veces, cojo la cámara de fotos y la fotografío un par de veces. La dejo dormir tranquila, dejando la cámara en la alfombra. Apoyo mi cabeza sobre el colchón y me quedo observándola hasta que yo también me quedo dormido. Me despierta, después de unos minutos, el sonido de unos golpes en la puerta.
"Lorenzo", escucho desde detrás de la puerta, "Lorenzo, sal".
Me levanto rápidamente y la abro. Mi hermano, con una cacerola en las manos, me mira con ojos de pillo.
"¿Cómo se llama?", pregunta.
"Catalina", confieso.
"¿Esa no era...?".
"Lo sé. No me preguntes. No sé la respuesta", digo directamente, a lo que Giorgio sonríe.
"El viaje a Brindisi se adelanta a septiembre", me anuncia, contento.
"Qué bien, ¿no?".
"Sí", ríe, "le debemos mucho a Marco. ¿Qué has estado haciendo con Catalina?".
"Escuchar música. Se ha dormido", añado.
"Ya veo. ¿Te parece guapa?", cuestiona.
"Sí", confieso, ¿por qué mentir? "¿A ti no?".
"Sí, sí que es guapa, hermano", afirma, "¿Dónde vive?".
"En una amapola".
Giorgio se limita a mirarla por última vez y marcharse. Esa cacerola olía a sopa de pollo. Qué hambre.
"¿Quién era?", escucho preguntar a Catalina por detrás.
"Nadie, mi hermano", le resto importancia.
Se desvela un poco. Bosteza, cansada, y poco a poco, se va levantando. De pie, se frota los ojos, acompañada de un:
"¿Podemos volver a casa?".
"Claro", digo. Para ella, casa es campo. Supongo que le agobiarán los espacios cerrados al ser una mariposa a la que la llevan diciendo toda la vida de no meterse en casas humanas.
Al salir, damos un pequeño paseo hasta su barrio. No hablamos de nada. Catalina está tremendamente agotada. Entonces, de la nada, un gato gris sale de entre los arbustos Un gato gris sale de entre los arbustos. Mientras yo sonrío, con la intención de acercarme a éste, Catalina se esconde tras mí aterrorizada, cogiéndome por los hombros. Yo, divertido, le pregunto qué pasa. El gato se para en seco, mirándonos fijamente a Catalina y a mí.
"Una bestia de esas se comió a mi tercera hermana", explica, "¿crees que nos comerá a nosotros, Lorenzo?".
"¡Pues claro que no!", exclamo, entre risas.
"Bien", asiente, poniéndose más firme, "por fin tengo oportunidad de hacer venganza. ¡Al ataque!".
No sé cómo acabé viendo a Catalina perseguir al pobre gato por el prado, de arriba a abajo. Cuando por fin consiguió atraparlo, lo forzó de todas las maneras posibles, y yo, algo asustado por la despiadada de mi amiga, le digo que deje al gato en paz.
"¡No ha hecho nada, Catalina!", le hago saber.
"¡Sí! ¡Se comió a mi hermana Sole! ¡Debe cobrar por ello!".
"Suelta al gato, Catalina, te lo pido por favor", digo, cruzándome de brazos.
"¿Qué es por favor?", me cuestiona.
"Te lo explico si sueltas al gato", chantajeo.
Catalina me mira con ojos de niña, con los ojos de una niña que no se decide entre dos cosas pero que acaba haciendo lo que más le renta. Me agacho para que nuestros ojos estén a la misma altura, mientras que el pobre gato gris escapa aterrorizado de los brazos de Catalina.
"Al decir por favor, estamos pidiendo a la otra persona educadamente que deje de hacer algo o que haga algo. En este caso ha sido más desesperación que amabilidad, pero ya me entiendes".
"Gracias, Lorenzo", me agradece, regalándome una preciosa sonrisa femenina.
"Venga, vamos a tu casa", digo. "Pensaba que estabas cansada".
"No", niega, "estaba callada porque pensaba en la primera comida humana que quiero probar".
"¿Y por qué te dormiste?".
"Era mi hora de siesta mariposil", explica.
"¿Tienes hambre?".
"¡Sí! Lo que primero quiero probar es la mandarina", me cuenta Catalina, emocionada, "es muy curiosa. Redonda. Naranja. Con esas cosas curvadas con hilos blancos. Me pregunto a qué sabrán, ¿tú las has probado?".
"Claro", afirmo, "miles de veces. Aunque ya no nos quedan, ¡vayamos al mercadillo!".
"¡Me encantan los mercadillos!", exclama, mientras caminamos dirección a las bicicletas, "una vez pasé por uno por accidente, fue tan conmovedor. Gente relacionándose y regateando, con cantidades grandiosas d frutas y comida, siempre he querido visitar uno pausadamente".
"Pues ahora lo harás", concluyo. "Oh, mierda. No sabes montar en bicicleta". Después de pensar un rato, caigo en otra conclusión. "¡Oh, la mía tiene un pequeño asiento trasero, mira! Súbete aquí", la animo, subiéndome a la bici.
"No creo que la utilidad de esto sea para sentarse, pero parece seguro", piensa Catalina.
"Agárrate a mi espalda", la aconsejo. "Vamos a ir rápido, no queremos que salgas por los aires".
Catalina me hace caso. Pedaleo, y en menos de cinco segundos, el viento ya nos atiza la cara mientras paseamos por las desiertas carreteras de mi pueblo. En pequeños momentos en los que tuerzo la cabeza para preguntar a Catalina si iba bien, avisto su vestido volar con el viento bajo la luz del sol, al mismo tiempo que su cabellera, y pensé, "guau, si este no es el momento más feliz de mi vida, no quiero nada".
"Me gustaría aprender a montar en un cacharro de estos, ¿sabes?", comenta Catalina.
"Te puedo enseñar", ofrezco.
"De momento disfrutemos del presente".
Catalina es la mariposa más sabia que he conocido nunca. Bueno, es la primera mariposa que conozco. Y espero que la última.
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El surrealismo de hablar con una mariposa
Non-FictionCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...