No e veritá

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   "Oh, es precioso, me encanta", comenta Catalina al llegar.

En realidad es un estanque enorme de agua natural que viene de la montaña. Hay flores, hierbajos y hojas secas que no se ha llevado el viento todavía. El fondo del estanque son algas pringosas que, -ya nos lo confirmaron-, no afectan a nuestra salud, así que todo bien. Y Catalina tiene razón, es muy bonito. Me encanta el lago porque podemos hacer pie, pero el agua nos llega hasta el cuello y podemos bucear cómodamente sin tener cerca el fondo.

"¿Verdad?", asiento, "¡Vamos al agua!".

No tenemos bañadores, pero no le damos muchas vueltas y nos metemos con la ropa puesta. Bueno, al menos yo. A Catalina le lleva un rato.

"¿A qué esperas?", pregunto, habiéndome mojado hasta el pelo.

"A que no esté fría", me confirma Catalina.

"Eso no va a pasar, así que, o te metes, o te meto", la amenazo. Me contesta con expresión de confusión y río a carcajadas. "Venga, hombre. Está buena".

"Dame un par de minutos".

Doy un par de largos al lago. Me quito la camiseta, empapada, y la tiro al césped. Los pantalones me los dejo puestos.

"Ya han pasado tres", le menciono a Catalina.

"Shhh", me chista.

"Bueno, yo voy a salir un momento para dejar mi camiseta a secar en una roca...", miento. Al pasar por el lado de ella, doy media vuelta y la empujo hacia alante. Cae estrepitosamente en el agua y forma una salpicadura.

"¡LORENZO!", chilla, al salir con el pelo calado. "¡Eres tonto o qué te pasa!". Mientras, me retuerzo de la risa.

"Es eso, soy tonto", le doy la razón. A continuación me tiro en bomba a su lado y la veo girarse para no ser salpicada.

Catalina es un atardecer personificado. En el momento más repentino ilumina mi vida de súbito, tanto, que me da un vuelco al corazón, me pone la piel de gallina, es como si alegrara todo lo que hay a mi alrededor. Ella me romantiza la vida. Una sonrisa suya me soluciona los problemas.

"Deja de mirarme así", me pide ella, entre risas, divertida, "¡Lorenzo, me das miedo!", exclama, riéndose sin parar. Me salpica toda la cara.

"¡No puedo con tu belleza!", chillo, como si estuviese interpretando una obra de teatro, "¡Oh por favor, cesa mi agonía, figlia mia! ¡No me resisto ante la hermosura de tu rostro y alma!".

"¡Exagerado!", ríe, y no puedo evitar sonrojarme más y más, "¡Qué tonto!".

Me acerco a ella y la envuelvo en un húmedo e inesperado abrazo por la cintura. Me lo devuelve, extrañada.

"¿Y esto?", pregunta, con voz de estar sonriendo.

Desenvuelvo el abrazo y la sujeto por ambas mejillas y me pongo a su altura, aunque no nos llevemos mucha.

"Ti amo", susurro.

Catalina sonríe de nuevo.

"Eres demasiado buena para mí", confieso.

"No e verità", se equivoca ella.

"Si e", discrepo. Niega con la cabeza mientras, repetidamente, desciende su mirada hacia mis labios.

Al seguir sujetando su rostro con ambas manos, nos hundo, con un impulso, bajo el agua, y debajo de ésta, abro los ojos. Catalina no lo hace al no saber. Intenta contener todo el aire que puede. La sorprendo con un beso bajo el agua. Su largo y sedoso pelo danza con el agua como si no estuviese calado realmente, su vestido se levanta al estar sumergido y lo único que puedo hacer es contemplar su hermosa figura. Después del beso salimos del agua, exhaustos de tanto aire contenido.

La capigliatura de Catalina está tan mojada que le pesa, dejándola reposar en su espalda en lugar de, como siempre, desmelenársela.

"Nunca me habían besado bajo el agua", confiesa ella.

"Lo di por hecho", río.

Sonríe, encantadora, bellisima, es la mismísima Venus ante mis ojos, y estoy a punto de alabarla.  

El surrealismo de hablar con una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora