Che non finisca mai

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   De vuelta a coger la bicicleta dialogamos entre risas, bajo la luz del sol que poco a poco se pondrá sobre el horizonte de campos de trigo que hay a las afueras del pueblo. Llegamos a ésta y nos sentamos, y sin dificultad tiramos para casa.

   Vamos camino a casa, la gran carretera que queda en mitad de la nada, con campos de girasoles a los lados y el sol que al fin se ha acercado a despedirse de la luna, dejando a su paso un prolongado atardecer del que no aparto la mirada. Con sus rayos atizando el cabello y rostro de Catalina, apoya su cabeza sobre mi espalda y contempla mientras tanto el paisaje de flores amarillas. El viento nos da en la cara pero el aire veraniego se mantiene, y deseo con todas mis fuerzas que este momento sea eterno.

El surrealismo de hablar con una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora