"Despierta, pequeñajo", me espeta mi hermano al ver mis ojos algo abiertos, "ya tienes el desayuno a la mesa. No tardes en venir a comer, tengo algo importante que decirte, ¿vale?".
"Está bien", digo, a regañadientes.
Como dijo Giorgio, no tardo en salir de mi cama roñosa y flacucha, y voy directo al salón. Me siento en la mesa, enfrente de mi hermano mayor, que tiene expresión seria pero puedo ver en sus ojos que está realmente emocionado.
"Bueno", menciono, "¿qué era eso que tenías que decirme?".
"¡Nos vamos de viaje a Brindisi, en noviembre!", exclama, casi clavando el tenedor en la mesa de madera, "con Marco y Dante, ¿no te mueres de ganas?".
"¡Sí!", asiento, un poco fingiendo, "claro, qué ganas. Pero, estamos a julio, todavía queda", le advierto.
"No pasa nada, tendremos paciencia", le resta importancia Giorgio.
Mentira. Yo sé que mañana va a estar arañando las paredes diciendo, «¡todavía quedan cuatro meses..!». Giorgio no se avergüenza a la hora de expresar sus emociones, algo que siempre admiraré.Salgo al prado para ver a Catalina. Esto de estar hablando diariamente con una mariposa me parece tan surrealista que decido dejar de darle vueltas y simplemente hacerlo.
Me quedo tan asombrado que no puedo continuar mi paseo matutino, cuando veo una muchacha de pelo castaño con mechas rubias, recostada sobre el césped. Tiene los ojos cerrados, a mí me sorprende que no se los tape con la mano al hacer tanto sol.
"Buongiorno, Lorenzo", me sonríe la chica, dejando sus hermosos ojos al descubierto.
"¿Catalina?", deduzco, y ella, por el momento, asiente con la cabeza acompañada de una larga y bonita sonrisa de dientes algo torcidos.
"¡Acércate!", me anima, haciendo un gesto con la mano.
Algo confundido, la hago caso, sentándome a su lado. Contemplo su curvado cuerpo con la mente impoluta de pensamientos. Es muy bonita. Lleva puesto un vestido corto azul con flores blancas, que le queda estupendo.
"¿Cómo te has transformado en un ser humano, querida?", pregunto, estupefacto.
"No sé", sonríe, contenta, "supongo que, de desearlo tanto, ha ocurrido".
Me limito a alegrarme por ella y no a hacerle un interrogatorio en vivo y en directo. Dejemos que la magia ocurra sin interrupciones.
"Pues me gusta tu versión humana", miento. Amo su versión humana, "es bonita, te queda muy bien".
"Muchas gracias, Lorenzo", agradece, "tu versión humana también es preciosa. Esperaré a ver tu versión mariposil".
Me río ante la locura que acaba de decir, pero me callo al darme cuenta de que ella se ha convertido en una persona de la noche a la mañana. Me fijo en su casa. Se ve rara sin Catalina descansando sobre ella.
"Y, como humana, ¿qué te gustaría hacer?", pregunto.
"¡Esperaba esa pregunta!", confiesa, y yo me río a carcajadas. "Siempre he tenido curiosidad por esuchar eso que llamáis música. A veces escucho voces gritando desde unas ventanas de tu casa y creo que se llama música. Desde luego, no era una discusión humana. Había un ritmo de fondo. Porque las discusiones humanas no tienen ritmo de fondo, ¿no? ¿O sí?".
"No", niego, aguantándome una sonrisa de ternura, "sí que es música. El género de la que escucho se llama Rock. Mola mucho. ¿Quieres descubrir la música que te gusta a ti?
"¡Sí!", exclama, emocionada, "sí, por favor", dice, más suavemente, visiblemente avergonzada de sí misma.
"Acompáñame", la pido, levantándonos del césped.
Nos dirigimos a mi casa. Al entrar, veo a mi hermano cocinando la comida y la cena de esta noche. Da media vuelta al escuchar el sonido de la puerta abrirse y me hubiera gustado fotografiar su expresión. "Es una amiga", le susurro, mientras guío a Catalina hacia mi cuarto. "Tremenda amiga", me susurra él a mí. Le mando a tomar por saco con un gesto y pasamos a mi habitación.
"Nunca había visto una habitación", comenta, observando cada detalle, "es bonita. Hala, ¿qué es esto? Parece muy bonito", me pregunta, señalando al objeto más maravilloso creado por el hombre.
"Es un tocadiscos", explico. Cojo un vinilo y saco un disco. "Coges un disco y lo colocas sobre él. Pones lo que se llama brazo encima, le das al play, y empieza a sonar música", la informo, siguiendo todos los pasos hasta que finalmente comienza a sonar "American Idiot", de Green Day.
Catalina se queda procesando todo lo oído, contemplando curiosa el artilugio. Va asintiendo poco a poco. Esperando a su reacción, apoyo mi cadera sobre la mesa en la que se encuentra el tocadiscos.
"¡Es precioso, Lorenzo!", me sonríe, con los ojos bien abiertos, "ojalá las mariposas tuviéramos el placer de poseer este tipo de bellezas", piensa en alto, lo que me conmueve en cierto modo.
"Pues ahora lo tienes", concluyo, "y gratis". Catalina vuelve a sonreír en respuesta, pero sé que no sabe lo que significa "gratis". "Gratis" es la mejor palabra del mundo. Es escucharla y ponerte de buen humor. "Justo has preguntado sobre lo que veníamos a utilizar. ¿Quieres que te ponga canciones concretas sobre cada género y me dices cuál te gusta más?".
"Vale", contesta, sin saber muy bien qué decir realmente ante tanta palabra.
Pongo distintos álbumes, desde el pop italiano hasta metallica, la cual casi nunca escucho. Dice que la única que le ha gustado ha sido la clásica, "sará perche ti amo", y yo le digo que esa canción también me gusta a mí, cuando realmente hace años que no la escucho voluntariamente.
"En realidad no ha habido ninguna que me emocione", menciona, apoyando su espalda en el lateral de mi cama, sentada en el suelo. "Pero entiendo que a la gente le guste la música, es curiosa. Me parece alucinante que el ser humano haya normalizado esto. Esto de que salga una melodía de un disco rotante. Tiene cierta belleza, ¿no crees?".
Me encanta que una mariposa me haga pensar en las cosas más corrientes.
"Sí", asiento, totalmente de acuerdo, "sí, tienes toda la razón".
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El surrealismo de hablar con una mariposa
Non-FictionCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...