Es difícil saber si la persona por la que estás enamorado siente lo mismo por ti. Y más si ese alguien es una puta mariposa.
"¿Tú alguna vez te has enamorado?", pregunto a Catalina, que está pelando la mandarina dificilmente.
"Sí", afirma, con un asentimiento de cabeza, "se llamaba Roi. Era un capullo. Literalmente".
Me iba a reír, pero decidí contenerme por si acaso.
"¿Estaba a punto de nacer?", cuestiono.
"A dos días. Estuvimos hablando, yo desde fuera, él desde dentro de su caparazón. Me enamoré de él nada más salir de él. Era hermoso. Diría que hasta sigo loca por Roi. Pero es difícil. El amor incondicional es muy difícil".
"¿Era amor correspondido?", pregunto.
"Para nada, pero él me lo hizo creer", aclara. "Me sigue doliendo a día de hoy, ¿sabes?".
"Claro, claro", comprendo.
"¿Y tú, Lorenzo?". Me gusta oír mi nombre en la voz de Catalina.
"Se podría decir. Conocí a una chica en una excursión a la montaña. Fue amor a primera vista. La estuve buscando por todo el pueblo con la excusa de que buscaba el monedero, al final di por hecho de que tan solo estaba de viaje con su familia. Era preciosa. Pelo rubio, algo enredado. Ojos azules como la orilla del mar. Labios almendrados del color del algodón de azúcar y un lunar justo al lado de la oreja izquierda. Nunca vi a nadie igual. Bueno, nunca no".
"¿Esta sensación que tengo en el estómago cómo se llama?", pregunta Catalina.
"¿Eh?", cuestiono, "descríbemela".
"Es como una especie de enfado y tristeza, pero a la vez como frustración, como que quiero gritarte a la cara".
Vale, eso no me lo esperaba.
"¿Estás cabreada conmigo?", cuestiono, algo divertido.
"Pero no es enfado".
"Esa sensación", deduzco, "¿es respecto a la chica de la que acabo de hablar?".
"Una preguntita", menciona.
"¿Sí?".
"Si tú me vieras un día cualquiera por el campo y supieras que no me vas a volver a ver, ¿me buscarías por todo el pueblo como a la mocosa esa?".
Vale, no me pude aguantar la risa. Al ver la cara de indignación de Catalina, me sale más risa todavía. A carcajadas. Nunca me había reído más. En mi vida. Me lo estoy pasando en grande. La pobre mariposa se cruza de brazos.
"¿De qué te ríes, eh?", pregunta. Creo que se ha sonrojado.
"Creo que ya sé qué es lo que sientes, querida", río sin parar.
"¡Yo también sé lo que siento, pero no le pongo nombre!". Catalina se levanta con su mandarina a medio pelar y se marcha por la puerta de casa, indignada. Intento frenar mis risas y salgo detrás de ella, pero ha desaparecido. Mi mandarina ya está desnuda, la empiezo a desmontar mientras la boca se me hace agua.
"¡Catalina!", la llamo, tratando de buscarla.
No hay señales de vida. Doy una vuelta a la casa, y a la mitad, creo divisar una silueta femenina en el tronco del árbol medio muerto, donde la conocí. Por el vestido azul y la esfera naranja entre sus manos, doy por hecho que es ella.
"¡Figlia mia!", espeto, algo cansado, "¿por qué te has ido así de repente?".
"No quiero hablar ahora", dice, evitando mi mirada mientras se mete un gajo de mandarina en la boca.
"Catalina, no te preocupes, eso lo hemos sentido todos alguna vez", la relajo.
"Me da igual". Se mete otro gajo en la boca. "¡Esto está asqueroso!".
Me siento a su lado, a su derecha. Me quedo mirándola, buscando sus ojos, pero ella me evita rápidamente.
"¿No te gusta la mandarina?", pregunto, apenado. "Están deliciosas".
"No", niega, decidida, "además, me está goteando líquido naranja de los dedos. Es repugnante. Y la dueña del puesto era una arrogante".
"La arrogancia de la señora no afecta al sabor de las mandarinas, Catalina", le aseguro, "creo".
"Ya te digo yo que sí. ¡Joder, Lorenzo! ¿Quieres irte ya de aquí? ¡Me sacas de quicio!".
Se ha enfadado ella sola, así que no pienso moverme de ahí.
"Espero que Roi nos esté viendo ahora mismo", menciono.
"¿Qué?", pregunta Catalina, interrumpida por un ágil, suave, veloz e inocente beso en los labios que la regalo con todas mis ganas.
Nos quedamos callados. Catalina sabe a mandarina. Me gustará decir en un futuro, que mi primer beso supo a mandarina. Se reirán, yo me sentiré orgulloso. Se nos han quedado los labios húmedos, naranjizos.
"Celos", añado, "se llaman celos".
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El surrealismo de hablar con una mariposa
SaggisticaCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...