A la mañana siguiente, me despierto con las mejores vistas de mi vida. Catalina está profundamente dormida en su saco de dormir, boca arriba. Una mariposa se ha posado en su frente. La contemplo sonriente. Ésta se marcha volando rápido.
Dentro de casa, pasamos el rato con mi hermano en el salón. Él está viendo dibujos animados, -nunca se cansará de ellos-, mientras que yo intento enseñar a Catalina jugar a un juego de cartas. Será complicado, porque aunque ella consiga comprenderlo, a mí se me da mal.
"No me gusta esta parte de ser humana", menciona Catalina, "la parte de no comprender las cosas que entendéis vosotros desde que sois pequeños".
Yo aprendí a jugar a este juego hace unas semanas, pero prefiero no decirlo para no calentarla más.
"No te preocupes, es frustrante, pero es lo que hay, y es completamente normal", le hago saber, mientras le doy tres cartas. "¿Quieres hacer otra cosa?".
"Vale".
Me quedo pensando. Después de un rato, le propongo la simple idea de dar un paseo por el prado, lo que le emociona. Calzándonos para salir, mi hermano se pone a hacer la comida: puré de patata y pizza. El puré de patata es exclusivamente para Catalina, que si no, se muere de hambre.
Por el prado, caminamos lentamente, contemplando lo que tenemos a nuestro alrededor, mientras Catalina me cuenta lo que le pasó una vez con Sofía, una amiga suya que al parecer es una hormiga.
"Era una tarde normal, ella estaba subiendo por el tallo de mi casa, íbamos a tomar un café como todos los días para hablar sobre el vecindario", me explica, "entonces, el peso que llevaba en la espalda, se le hizo demasiado, se cayó del tallo y se le dobló una pata".
"Oh, vaya, qué faena".
"Sí, totalmente. La llevé a su casa para que su padre le arreglara la pata. Todo salió bien, por suerte".
"Me alegro".
Después de otro rato, me empieza a contar sobre Roi. Me gusta que Catalina me cuente todo, quiero estar informado sobre su vida.
"Era una mariposa blanca y gris. Hablábamos todos los días en la calle, me contaba cómo le iba con su familia y sus hobbies. Me encantaba pasar el rato con él. Discutíamos sobre las cosas más absurdas. Lo amaba. Pensaba todo el rato en él. Hasta que un día se enteró. De alguna manera. Supongo que sí soy una bocazas. Desde que le conté a Sofía que me gustaba... No sé, todo mal. Dejamos de hablar, nos evitábamos. Un día alguien me dijo que yo le gustaba a él. Me hice ilusiones. Cruzaba varias miradas con él, pero eran miradas de incomodidad, miradas de "¿qué ha pasado entre nosotros?". Roi empezó a decirle a la gente que estaba enamorada de él, como creyéndoselo, ¿sabes? Tuve que superarle difícilmente. Pensaba que era el amor de mi vida. Lo pensé incluso meses después de dejar de hablar, meses después de que él le dijera a todo el mundo lo mío, meses después de superarle... Era mucha impotencia sobre mí".
Después de asimilar la historia de Catalina, llego a una conclusión.
"Enamorarse es... Ebriedad constante", menciono.
"¿Ebriedad constante?", cuestiona Catalina.
"Es como estar borracho todo el rato, en palabras corrientes. Un día estás en tu cuarto tranquilo, tumbado o sentado en tu cama. Empiezas a sonreír como un tonto. Entonces te das cuenta de que estás pensando en esa persona, y te avergüenzas de ti mismo", explico. "También nos ponemos rojos, justo como los borrachos cuando están hasta arriba de alcohol".
"¿Alguna vez te ha pasado alguna de esas cosas?", pregunta mi mariposa.
"Si te soy sincero, sí", confieso.
"A mí también".
ESTÁS LEYENDO
El surrealismo de hablar con una mariposa
Non-FictionCatalina, una mariposa que un día decide convertirse en ser humano, se enamora de Lorenzo, un chico de 16 años. No tardan en darse cuenta de que el amor es mutuo. Al ser una mariposa convertida en ser humano, Catalina no sabe muy bien ciertas cosas...