Matrimonio interminable

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El té antes de la comida me sabe raro. Comemos salchichas con puré de patata, fingiendo que Catalina sabe comer más comidas a parte de esa. Los tíos nos cuentan novedades de Padua la ciudad en la que viven, de su viaje a su querido London y de sus relaciones con la gente en general. Lo único que hacemos nosotros es asentir, decir "qué bien", "oh, me alegro", "genial", "vaya"...

"El metro en Londres es un asco", dice mi tía, negando con la cabeza, decepcionada literalmente con la ciudad, "pero en general, es precioso. Nos encantó, de hecho, pensamos en comprar un pisito por ahí, para ir en invierno y tener un sitio donde quedarnos, pero supimos que nos iba a costar mucho dinero y tiempo".

"Claro, normal", dice Giorgio.

"¡Bueno, Catalina, cuéntanos un poco más de ti!", pide Giulietta. Creo que le está empezando a parecer algo raro que una "amiga mía" se esté quedando toda la quedada a escuchar las anécdotas de dos señores de Padua que acaba de conocer.

"Oh, ¿qué queréis saber de mí?", sonríe ella.

"¿Qué tal las notas? ¿Tienes puntos fuertes respecto al instituto?", cuestiona mi tía. Hay un problema en esa pregunta: Catalina sabe qué es el instituto, sin embargo, ni idea de qué son las notas y los "puntos fuertes". Me mira algo atemorizada.

"Saca muy buenas notas", contesto yo por ella. "Le gusta dibujar y se le dan bien las letras".

Giulietta me mira sorprendida, dirigiéndome, con la mirada, un "¿no la dejas responder a ella?". Se gira para mirar a Catalina.

"Sí", me da la razón.

"¿Cuál es tu asignatura favorita?", vuelve a preguntar. Miro a Catalina, para ver si necesita algo. La pobre se las apaña con lo que me ha escuchado.

"Letras", sonríe.

Mi tía le devuelve la sonrisa, evidentemente reflejando confusión.

"Lengua", corrige.

"Eso", le da la razón.

La quedada fue muy larga. A Giorgio y a mí nos extrañaba que no inspeccionaran la casa, pero a la vez nos aliviaba.

"Bueno, se va haciendo tarde", murmura Giuseppe.

"Sí, tienes razón, creo que deberíamos ir yéndonos", dice su esposa, mirando su reloj dorado.

"Pues nada, ha sido un placer, tíos, volved cuando queráis", se va despidiendo mi hermano. Luego le mataré por el "volved cuando queráis".

"Muchas gracias hijo, ha sido decente", se limita a decir la tía. Casi me entra la risa.

"Hasta otro día", me despido, desde mi silla, mientras mi hermano les acompaña hacia la puerta. Cuando al fin se han ido y la puerta está cerrada, él grita lo más fuerte que puede. Después toma aire y se desahoga para sí mismo.

"¡¿Qué coño ha sido eso?!", chilla, haciendo énfasis en la palabrota, "¡Un poco más posesivos y se llevan nuestra casa! Oh, ¿y la parte en la que han criticado a Margaretta? ¡Cuando les vuelva a ver voy a cogerles del cuello y...!".

"¡Pero si solo ha hablado la tía!", interrumpo a Giorgio en el momento exacto, "El tío no ha abierto la boca en todo el tiempo que ha estado dentro de casa, solo nos miraba a los ojos intentando pedirnos auxilio".

"¿Por qué os iba a pedir auxilio?", cuestiona Catalina a mi espalda.

"Porque odia a su mujer", la explico, en un tono más bajo, dándome la vuelta.

"¡Son un par de pijos adinerados que quieren hacerse con nuestra casa! ¡Eso es lo que son! ¡Y Giuseppe sabe que si no persigue a su mujer a todas partes se quedará solo y sin dinero, porque ella es la que lleva toda la movida! Son un matrimonio interminable que en ningún momento de su vida se ha amado, y aunque lo intuyan, ninguno hará nada. Eso es lo que son".

El surrealismo de hablar con una mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora