CAPÍTULO 3 - LA CONSULTA (GAY)

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No me gustaba nada ir al médico, pero nada. No era por el famoso miedo que puede provocar, sino porque sabía que el doctor que iba a atenderme iba a ser él. Bendita sea la universidad dónde se graduó el Dr. Hugo y bendito sea el hospital que lo contrató, porque os aseguro que fue un buen fichaje, por no decir que fue el mejor.

Pero por desgracia me tocaba ir, el dolor de espalda me estaba matando y, por mucho que aguantase el dolor, eso era incontrolable. Así que pedí mi cita de manera electrónica y aunque me planteé más de una vez la posibilidad de no ir, ya estaba frente al edificio de sanidad pública.

Entré al hospital y en la sala de espera intenté calmarme y estabilizar a mi cuerpo para lo que me esperaba. Entré a la consulta cuando escuché mi nombre de lejos, y no fue hasta que me levanté cuando me di cuenta de que mis intentos de relajarme habían sido en vano. Me temblaban las piernas y tenía la boca seca, creo que tendría que quejarme de algo más que de la espalda.

Pasé nervioso a la unidad y empezó la consulta. Allí estaba sentado con su bata blanca, una camiseta del mismo color y unos vaqueros azules. Me fijé en que se había dejado una barba corta, lo cual fue una agradable sorpresa. Me senté en la silla frente a él y entonces ya supe que no había vuelta atrás.

-Bueno Víctor ¿qué pasa con esa espalda?

Le expliqué los recientes y consecutivos dolores que me estaba causando mi cuerpo y él apuntó en el ordenador lo que le iba contando.

-Ya veo, bueno, pues vamos a ver qué te pasa, quítate la camiseta y túmbate boca abajo en la camilla, por favor.

Lo veía venir, sabía que no se conformaría con mi versión de la historia, el muy cabrón hacía bien su trabajo. Así que no me quedó otra que obedecer.

El hecho de quedarme sin camiseta delante de él me estaba causando cierta sensación que no sabría describir bien. Era una mezcla entre excitación y vergüenza, pero bueno, hice de tripas corazones y me tumbé donde me había ordenado. Al estar boca abajo me pude dar el lujo de tener una erección tonta y quedarme tranquilo, no se iba a notar.

Hugo se puso los guantes y acto seguido me empezó a tocar en diferentes puntos de la espalda. Empezó por la escápula y fue bajando poco a poco haciendo círculos con sus dedos.

-¿Aquí te duele, Víctor?

-No, es un poco más abajo.

Sé lo que estás pensando, no, no me estaba aprovechando, el dolor era bastante bajo. El siguió bajando y entonces vi las estrellas.

-Dios, ahí duele.

-Lo he notado. Víctor, tienes la espalda muy cargada ¿Te estresas fácilmente?

-Bueno, lo normal, intento ir tranquilo por la vida pero a veces hay situaciones que me superan.

-Entiendo, voy a tocar un poco, te va a molestar.

Y entonces empezó a tocarme los puntos de mi cuerpo que me dolían, provocando que el mismo reaccionara con quejas. A causa del dolor, lo que había sido una empalmada se deshizo en un momento.

Después de unos minutos de sufrimiento, sentí de golpe un alivio en mi cuerpo.

-¿Estás mejor? - Me preguntó mirándome con pena.

-Sí, has hecho magia con las manos.

-No es la primera vez que me lo dicen.

Hostia, eso no me lo esperaba ¿acaso se refería a...?

Solté una risa vergonzosa, pensaba que ya estaba cómodo, pero eso me había descolocado totalmente, se respiraba la tensión que había en el ambiente en ese momento.

101 Microrelatos EróticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora