Pudieron haber sido el mejor equipo que el mundo hubiera visto jamás, pero los superhéroes en la vida real son más disfuncionales de lo que uno esperaría...
Tras la muerte de su padre adoptivo, se reúnen y terminan teniendo un objetivo común: salvar...
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Número Ocho tras haber fallado en su primer intento, bajó sigilosamente a la oscura parte de la mansión en dónde había estado unos minutos atrás, dispuesta a liberar a Vanya, pues era lo que la mayoría de sus hermanos quería, pero Luther se los había impedido. Bajó por los escalones con cuidado, la luz era tenue y el silencio imponente. La rubia atravesó el largo pasillo y no vio a su hermana por la pequeña ventana que los separaba. Se acercó dudosa, pero antes de poder acercarse más salió disparada junto con la puerta que retenía a Número Siete. Su desconcierto era evidente tambaleando separó su torso del suelo, tosiendo por el polvo que había acompañado su caída. Con los ojos entreabiertos por la tierra que volaba, agradecía que la pesada puerta de metal solo la haya empujando y no caido sobre ella, de lo contrario le seria imposible moverse.
En esos segundos que parecieron eternos, vislumbró a su hermana saliendo del lugar que la tenía cautiva, pero se veía distinta, su piel clara era blanca al igual que sus ojos marrones.
—¿Vanya?—soltó al verla de esa forma.
—Vete de aquí—escuchó la voz ensombrecida de su hermana, su cuerpo no se movió por el shock y la confusión.
—¡Ahora!—gritó Número Siete y un aura poderosa se desprendió de la castaña, golpeando su cara como una oleada de rabioso viento. Jayden retrocedió en el suelo y se puso de pie trastabillando, lo más rápido que pudo para echarse a correr y adeviritr a sus hermanos.
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El resto de los Hargreeves se encontraba en distintas partes de la mansión, pero fuertes explosiones y estruendos sacudieron la casa como si hubiera un terremoto, lo que los llevó a encontrarse en el pasillo de la parte superior.
—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Diego buscando instantánemente a Jayden, su rostro confuso pasó a uno de preocupación al no distinguirla.
—¿Y esas explosiones de dónde...?—Antes de que Klaus culminara su oración, una jadeante Número Ocho subía las escaleras cubierta de polvo y con gesto anguistiado.
