Pudieron haber sido el mejor equipo que el mundo hubiera visto jamás, pero los superhéroes en la vida real son más disfuncionales de lo que uno esperaría...
Tras la muerte de su padre adoptivo, se reúnen y terminan teniendo un objetivo común: salvar...
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Después de lo que fue un día en el presente, Klaus había regresado, cargando el peso de una nueva pérdida. El amor de su vida; Dave, se había esfumado junto con ese maldito maletín que lo lanzó al pasado. Su racha de mala suerte no parecía terminar: primero, su intento fallido de encontrar a Número Ocho, truncado por el inesperado viaje en el tiempo. Ahora, la cruda noticia de la muerte de Jayden, entregada sin tacto por Diego. Las pérdidas lo arrastraron de nuevo al abismo de la apatía y las drogas, pero al menos había logrado colarse en el auto de Número Dos.
La idea de organizar un funeral para Jayden fue descartada rápidamente. Reunir a todos los Hargreeves en una misma habitación era prácticamente imposible. Así que el Kraken canalizó su dolor en la búsqueda de venganza. Durante el viaje, le contó a Klaus quiénes eran los responsables y cómo habían acabado con la vida de su hermana.
Número Cuatro, aún lidiando con los fantasmas de Vietnam, recordó que había estado cerca. Muy cerca. Él había llegado al motel correcto antes de abrir ese maldito maletín y desaparecer en el Valle de A Shau en 1968. Estaba a pasos de Jayden. Quizá podría haberla salvado, pero el destino, cruel y caprichoso, decidió lo contrario. La culpa y la frustración martillaban su mente ya desgastada por el trauma de la guerra.
Cuando Diego finalmente se estacionó detrás de un camión de helados, sus ojos ardieron al identificar a los culpables. —Bingo —murmuró con una determinación fría y calculadora.
—Sabes que matar a esos dos no te hará sentir mejor, ¿verdad? —comentó el castaño con un tono desganado. Era difícil pensar en justicia cuando todo lo que sentía era vacío.
—No voy a dejar a los asesinos de Jayden impunes. No mientras siga vivo —respondió Diego, sin apartar la vista de su objetivo. —Quédate en el auto —ordenó con firmeza.
Klaus negó, su expresión seria, algo raro en él. —Esos tipos mataron a Jay —dijo con voz grave, como si con eso fuera suficiente para justificar su terquedad.
—Lo sé. Pero tengo un plan.
Como era de esperarse, Número Cuatro hizo caso omiso de las instrucciones. Cuando el moreno avanzó hacia su objetivo, Klaus ya lo seguía, pisándole los talones. —¿Cuál es el plan exactamente? —preguntó de improviso, haciendo que su hermano casi saltara del susto. —Te dije que te quedaras en el auto —le espetó con frustración.
—Era mi hermana también, Diego —respondió con una dureza poco característica en él. El Kraken guardó silencio. Había olvidado, cegado por su propia rabia, que no era el único que había perdido a Jayden. Suspiró y tomó a su hermano por los hombros, tratando de calmarlo.
—Lo sé, Klaus. Pero no quiero que mueras también. Por una vez en tu vida, escúchame. Vuelve al auto. Si en dos minutos no salgo, significa que estoy muerto. Entonces busca ayuda, ¿entendido? —sus palabras eran firmes, pero había algo de súplica en su tono.