Capítulo 9

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Calle

Flashback
Napa Valley, California

Mi amistad con la señora Garzón se fortalecía con el pasar del tiempo. Tal vez porque teníamos personalidades parecidas.

Para ella, sus hijas eran lo más importante y estaba dispuesta a todo con tal de protegerlas. Yo no sabía por qué insistía tanto con eso, no entendía la fragilidad de la integridad de las hermanas Garzón hasta ese día.

–Estas tierras eran un terreno vacío que mi esposo recibió como herencia de sus padres.– la escuchaba hablar mientras caminábamos entre las plantaciones de uvas.– La otra parte de la herencia fueron unas propiedades en Las Vegas que quedaron para mi cuñado.– hizo una pausa para observar el estado de las uvas de color verde que serían recolectadas y trasladadas directamente a una procesadora de vino blanco.

(...)Digamos que mis suegros no dejaron fondos en sus cuentas de banco antes de morir. Absolutamente todo fue invertido en propiedades y eso fue lo que dejaron. Mi esposo siempre quiso estos terrenos y hacerlos prosperar, y ya que su hermano no disfrutaba mucho del campo acordaron la forma en la que se dividiría todo. Además, nadie tenía la esperanza de que este lugar lograría producir la cantidad de dinero que está produciendo. Eso despertó el interés de mi cuñado por las uvas. Alejandro se enteró de que gran parte del dinero que es fruto de nuestro trabajo está en una cuenta a nombre de María José y Valentina. Eso es mucho dinero, Daniela. Ni siquiera mi hija sabe todo lo que posee por su propia seguridad y pretendo que siga así. La única forma de que alguien más lo obtenga sería que las dos lo autoricen, o que las dos mueran.(...)

Esa última opción me pareció escalofriante.–(...)Hay personas haciendo lo posible por quedarse con todo. Si esas personas logran quitarnos del medio a mi esposo y a mí, te pido por favor que las protejas.–

No lo iba a negar, sentí miedo.

–Le prometo, señora Garzón, que sus hijas estarán bien. Siempre me encargaré de eso.–

Fin del Flashback

La turbulencia me hizo volver de mis recuerdos. Miré la pequeña pantalla frente a mí y esta indicaba que nos encontrábamos a treinta minutos de nuestro destino.

Poché estaba a mi lado. Concentrada en las páginas de un libro.

–Al parecer ya logras concentrarte sin necesitar mi voz.– le dije en voz baja. Ella sonrió.

–Te encargaste de que dejara de necesitarte hace tiempo.– me respondió con el mismo tono.

Se veía hermosa con sus gafas de lectura.

Me parecía gracioso como ella estaba segura de que no la amaba, cuando yo era capaz de destruir el mundo con tal de protegerla.

–¿Te emociona regresar?– le pregunté.

–Sí. Siempre extrañé mi casa, los terrenos, a Ámbar.– sonreímos recordando – y las viejas amistades, me muero por ver a Fernanda.– reí con ironía.

–Poché...– la miré fijamente, a punto de soltar una frase que demostraría lo celosa que era, pero sus ojos me hicieron detenerme.

Nos podíamos parar de mirarnos.

Y si fuera por mí, ni siquiera pararía de besarla.

–Daniela...– fue su turno de decir mi nombre.

Y en sus labios sonaba dulce, sonaba hermoso.

–Nunca te olvides de que eres mía.– mi miedo a perderla por completo se hacía presente.

–No más, Daniela.– aunque sentía que eso ya había sucedido.– No más.– repitió.

Tenía que terminar con todo esto antes de que su amor por mí muriera definitivamente.








Poché

Luego de un par de horas en auto habíamos finalmente llegado a Napa.

Las ganas de llorar me invadieron desde que el color verde se hizo protagonista del paisaje. Ese color verde que fue protagonista de mi infancia, que inundaba los campos que fueron testigos de los momentos más felices de mi vida.

De inmediato los recuerdos se acumularon en mi cabeza. La risa de mi madre, los chistes de mi padre, mi hermanita corriendo por todos lados, los señores Calle encargándose de preparar las comidas más deliciosas, los trabajadores intentando satisfacer mis ganas de aprender absolutamente todo, el río, las cabalgatas.

Era real, finalmente estaba volviendo a casa.

–Te tengo una sorpresa.– me dijo Daniela cuando el auto se detuvo en la entrada de la finca. Mi finca.

–¿Qué hacemos aquí?– juraba que todo había quedado destruido.

El auto inició de nuevo a moverse, conocía bien el recorrido, nos dirigíamos a la casa.

Entonces la vi. Exactamente igual a mi ultimo recuerdo feliz en ese lugar.

–Pero... ¿Cómo?– balbuceé. Nos bajamos del auto y caminamos hacia la puerta de la que fue mi casa los primeros años de mi vida.

–Me encargué de que reconstruyeran todo, quería que fuera lo más perfecto posible para que el recuerdo no lastimara tanto.– me extendió las llaves– También mandé a decorar justo como le gustaba a tu madre.– me quedé estática viéndola, escuchándola y enamorándome de ella un poco más– Poché, muévete, ve y conoce la casa. Me muero por llevarte a las caballeri...–

El abrazo que le di interrumpió su discurso. Se tardó unos segundos en corresponder mi gesto. Percibí su corazón acelerado.

–Gracias.– susurré.

–Haría lo que sea por ver la cara de idiota que pones cuando estás feliz.– me hizo reír su comentario.

Luego de eso se dedicó a hacerme un tour por nuestra casa. Siempre fue nuestra.

Me mostró lo que seguía igual, lo que había cambiado y lo que pretendía hacer en un futuro.

La casa la habían construido nuevamente desde cero, era casi igual, solo que esta tenía un cuarto más y una cocina más amplia y moderna.

–Ponte ropa adecuada para montar.– no lo pensé ni siquiera dos veces para hacerle caso.

Diez minutos después tenía a Ámbar frente a mí. Estaba mayor pero seguía fuerte, me parecía increíble.

Daniela se había encargado de volver a contactar al mismo personal que trabajaba en la finca hace años. Algunos estaban muy mayores para aceptar de nuevo el trabajo, pero reconocí muchos rostros.

Mi corazón estaba feliz.

–Te daré todo lo que injustamente te arrebataron.– fue lo que dijo Daniela antes de salir disparada en su caballo.

La seguí. Aunque conocía el camino hacia los viñedos.

Me sorprendió ver que estaban recuperados.

Ella había pensado en todo.

–He vuelto a la vida.– le dije haciéndola reír.

–Disfruta, pequeña. Tenemos mucho trabajo por hacer aquí.–

Delante de mí tenía la imagen perfecta.
Los viñedos que tanto extrañaba, un atardecer que pintaba el cielo con un color naranja muy hermoso, Daniela sobre su caballo sosteniendo su sombrero ya que el viento quería despojarla de él, su pelo castaño se movía al ritmo de la brisa y ella miraba todo a su alrededor orgullosa.

Parecía la escena que se presentaba en la mente de la María José de dieciséis años cuando le preguntaban como sería una vida perfecta para ella.

–A partir de mañana reescribiremos esta historia, Poché.–

Con esa frase parecía prometerme el mundo. E hizo todo lo posible por cumplirlo.

This LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora