¿¡Quién eres!?

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Él no recordaba desde cuándo fue la última vez que tuvo un teléfono celular en sus manos, en donde unas de sus preocupaciones era mantenerse al tanto de las redes sociales, no de manterse vivo y evitar ser comido por un muerto.
Mentiría si dijera que él no extrañaba esos momentos, a su familia y amigos también, más que nada. ¡Por favor, él era un chico de 24 años! Jamás se imagino un apocalipsis en donde literalmente tenía que sobrevivir y pelear -a veces- contra monstruos que podrían comerlo.

Se había cansado de estar solo, y la verdad que no quería acostumbrarse, no podía en realidad. Tener a muchos amigos y después pasar a tener ninguno, no le gustaba esa sensación. Ya extrañaba los rostros de las personas -las vivas, no las muertas. De esas había un montón- y el hecho de que lo único "más humano y vivo" que había visto era un ciervo un par de semanas atrás.

Se pasó las manos por la cara y el pelo que ya estaba crecido suspiro analizando la casa en la que acababa de entrar. Habían pasado ya 2 años del extraño virus que hacía a la gente caníbal. Si es que todavía se le puede llamar gente. No sabía ni el día, ni la hora que era. Solo sabía que estaba en alguna parte de Nueva York.

Sus pies se arrastraban con dificultad. Se veía que estaba por oscurecer, Gustavo se encontraba en una casa, algo descuidada y con la puerta desgastada por las polillas que roeron la madera y la poca luz que entraba de las ventanas tapadas con tablas. Dudoso se había acercado y abrió la puerta sin más, haciendo que hiciera un chirrido agudo. Maldijo en voz baja cuando la cerró completamente, teniendo cuidado y sin dejar de prestar atención, poniendo en la entrada una silla igual de desgastada: quién sabe si algún muerto viviente pudiese entrar. Vió a su alrededor y escuchando con cautela algún ruido que se pueda percibir. Su linterna encendida lo dejaba ver con más claridad, había unas manchas de sangre seca, en el piso, paredes y algún que otro rastro del ya dicho líquido.

La casa estaba casi tan jodida como la apariencia del joven. Sus botas desgastadas hacían que le dolieran los pies, pero se dijo a sí mismo que por nada del mundo se quitará los zapatos, sin contar todo lo que tuvo que caminar para llegar a una casa decente. Y tampoco es como si pudiese esperar y encontrar otro refugio donde pasar la noche, aunque al menos había encontrado algo más decente y donde quizá pudiera pasar más de una noche. Y claro, que también iba por suministros si es que encontrará alguno, que en realidad no ocupaba demasiados, porque ya había saqueado una tienda que se encontró de paso, pero sabía que comer frijoles enlatados fríos y macarrones con queso también enlatados y fríos, dígamos que no era precisamente algo que le gustara.

Saco su mochila de su hombro y la coloco encima de una mesa, al lado de un sillón que se veía medianamente cómodo. Cómo para echarse una siesta, pero no, no podía darse ese lujo. Hizo una mueca cuando el peso del bolso hizo rechinar la madera vieja.

Se acercó a la llave de la cocina, abrió la perilla y obviamente... sin agua. Maldijo para sus adentros. Comunmente si se encontraba alguna casa siempre hacia la misma rutina, abrir la llaver del fregadero y el refrigerador, muy pocas veces encontraba cosas buenas.
Miró a su alrededor, se le estaba volviendo costumbre estar siempre alerta. Volvió a suspirar y poco después centro su mirada en el refrigerador que estaba frente a él. Con cuidado abrió la puerta y no vio muchas cosas que le llamaran la atención, unas dos latas de refresco -de la cual tomo una- y un plato de ¿pasta?. Tentado, y con su estómago haciendo ruido dirigió su mano al plato y agarró un poco. Saboreo y se dio cuenta que seguía en buen estado.... Sospechoso en realidad, ¿Que hacía un buen plato de comida en el refrigerador? Si se supone que no había nadie en esa casa. La lata si se la llevó, tenía tanto tiempo sin tomar un refresco que había olvidado el sabor de esta.

Miró las escaleras al segundo piso, se acercó aún con la linterna, no podía evitar sentir que algo iba a pasar, tenía los pelos de punta y la ampuñadora de su pistola y también de su linterna le quemaba en ambas manos. Alumbró las escaleras y como era de esperarse también había sangre y la mitad de un ¿pie?. Sonrió con incredulidad.

𝐓𝐡𝐞 𝐖𝐨𝐫𝐥𝐝 𝐈𝐬 𝐔𝐠𝐥𝐲 | 𝙶𝚞𝚜𝚝𝚊𝚟𝚘 𝙲𝚎𝚛𝚊𝚝𝚒 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora