Llegar a una nueva ciudad con el corazón roto no es muy buena idea si lo piensas de manera objetiva, pero para ella fue la mejor decisión que pudo haber tomado.
Empezar de nuevo donde nadie la conocía, no era del todo malo si te ponías en sus zapato...
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Kuroo había entrado a la preparatoria y lo que más deseaba era seguir jugando voleibol, entonces cuando lo consiguió, Kenma y yo siempre éramos invitados a cada uno de sus partidos para apoyar a su equipo, sin importar si eran juegos de práctica.
Entre esas ocasiones, jugaron contra la Academia Nohebi y al parecer un chico de primero tenía todo para convertirse en capitán a futuro, además era atractivo y se notaba su astucia en la cancha, ganándole a Kuroo.
Después de tal partido, el chico de cabello oscuro se me acercó con una sonrisa a lo que yo respondí de la misma forma.
—Hola —saludó—. Disculpa que me acerqué de esta forma.
—No te preocupes —sonreí porque ese chico realmente tenía un gran encanto—. Soy Yanobu ______.
—Soy Daishō Suguru —se presentó de regreso—. Quería saber si estas libre mañana después de clases.
—¡Claro! —me sonrojé al casi gritar.
Era la primera vez que sentía dicha atracción ante alguien, pero se sentía bastante agradable el experimentar nuevas sensaciones.
—¿Está bien si te veo en el café que esta frente a la fuente del parque? —asentí y me despedí de él.
—No me agrada, ______ —alcé una ceja para que me dijera la razón—. Trató de hacer trampa durante todo el juego y siempre lanzaba los balones al rostro de alguien.
—¿En serio? No me di cuenta.
—Creo que deberías de pensarlo más si realmente quieres salir con ese tipo —como siempre Kuroo tan sobre protector.
—Prometo que, si no me agrada, no saldré con él de nuevo.
Kuroo asintió y se fue a cambiar mientras esperábamos a que nos fuéramos a casa.
Al siguiente día, definitivamente estaba nerviosa, pero aun así me arreglé lo más que pude para mi cita, incluso Kuroo y Kenma estaban sorprendidos.
—Estás muy linda —dijeron ambos al mismo tiempo.
—Gracias chicos, de verdad espero que vaya todo bien.
—Recuerda lo que te dije ayer —asentí—. Y también que es dos años mayor que tú.
—Lo sé, pero dicen que para el amor no hay edades, ¿no? —aunque lo dijera en tono de broma, trataba de convencerlos de que no iba a ocurrir algo malo— En fin, aquí los dejo, me voy.
Me despedí de ellos para poder caminar hasta el lugar acordado y ahí estaba él. Parecíamos casi de la misma estatura, pero él era unos centímetros más alto. Además, seguro que aún nos faltaba crecer a ambos.
—Te ves muy linda —volví a sonrojarme por el cumplido—. Por favor, siéntate.
Recorrió la silla y cuando me senté, la empujó solo un poco para que estuviera cómoda.
