ch. 17

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𝐋a echaron del cuarto cuando su padre asistió a ver a su madre

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𝐋a echaron del cuarto cuando su padre asistió a ver a su madre. Val y sus hermanos caminaron por los pasillos de piedra clara de Marea Alta, con la sal del océano perfumando cada paso. Miró a los dos chicos, el cabello de los dos se encontraba polvoriento y sucio, de la nariz de Luke seguía palpitando la hinchazón junto con gotitas de sangre. Decidió llevarlo a que lo atendieran, que el maestre Kelvyn hiciera acción de sus trucos de sanador con las hierbas y vendajes.

Luke se resistió, ya que en cuanto Val le hizo un empujón para que entrara notó la presencia conglomerada de los guardias de capas blancas y yelmos de acero. Val y sus dos hermanos retrocedieron en cuanto vieron la melena castaña de la reina Alicent fijarse en ellos. La expresión de desagrado no pasó desapercibida por ninguno, pero no insinuó nada más allá que cambiaran los vendajes de su hijo y que no esperaba la hora de salir de aquel lugar. Val, Jace y Luke realizaron una reverencia que la reina no se contuvo de soltar un bufido y pasar de largo.

Olía a hierbas con una ligera esencia dulce. Los guardias siguieron a la reina, sólo sir Criston quedando de pie junto a la cama de paja, en donde reposaba el cuerpo descansado de Aemond. Su piel pálida enrojecía en la zona de su ojo arrancado, el cual seguía siendo notorio con los vendajes ocultándolo. Fue fácil encontrar al Mestre Kelvyn, su túnica grisácea con las cadenas alrededor de su cuello tintineó al verlos de pie en el umbral. No era ciego, menos tonto, Val le señaló la nariz hinchada de Lucerys que había comprendido la razón de sus presencias.

—Aquí, mi príncipe —el maestre los llevó a una cama alejada de la de Aemond, donde la sal del mar no llegaba. Luke se dejó tirar, dejando en el suelo ramitas de las pajas sueltas—. Esto no tomará demasiado tiempo.

Luke miró a Val, quien le tomaba de la mano con tanta fuerza que los nudillos palidecieron. El maestre iba de extremo a extremo por las cosas que necesitaba.

—Val, ¿adónde vas? —Jace le preguntó en voz baja, sabiendo exactamente adónde se dirigía y quería que usara la razón para detenerse. Se encontraba sentado al otro lado de Luke, también tomándolo de la mano.

—Sólo iré a ver cómo se encuentra nuestro tío.

Los pasos en el cuarto resonaron, atrayendo la atención de ser Criston hacia ella. Val notó su mirada, pero no le importó. Sólo era un guardia; no le podía hacer daño ni perturbar el sueño de su príncipe. Hizo lo mismo que con Luke: tomó la mano de Aemond, fría y tiesa, con raspones en las palmas. Las riendas de los dragones eran de cuero grueso, pero para Vaghar, un titán alado, las riendas debían ser parecidas a duras cadenas.

El cabello platinado estaba liso hacia atrás; seguramente la reina lo había peinado para tranquilizarlo con el dolor. Vestía la misma ropa del día anterior, con los zapatos polvorientos y llenos de arena. Aquello le trajo alegría momentánea; aunque se llevaran cuatro años, su tío era igual que sus hermanos. Tuvo el impulso de tocarle la mejilla hinchada y roja, con sudor recorriéndole incluso en sueños, pero se abstuvo. No quería ser razón de su despertar y abrir de nuevo el dolor de la herida. Se limitó a tomarle la mano, la misma que tomó el día anterior.

Bajo su mano la de su tío se movió fugazmente, apretándole un dedo, que Val se apresuró a fijarse en el maestre, quien se encontraba limpiándole los restos de sangre de Luke del rostro.

—Val... —pronunció a duras penas. Tenía el ojo cerrado, respirando suavemente y el aliento tenía una fragancia a hierbas endulzada. Leche de la amapola, sospechó.

—Aemond —Val se acercó su rostro al de él, casi rozándole la nariz con la mejilla izquierda. Oyó las botas metálicas de ser Criston moverse detrás de ella, cosa que ignoró. No era importante—. Oh, Aemond.

Su tío ensanchó el pecho lentamente y luego la hundió.

—Val...

Estaba hablando en sueños. Val sabía que la leche de la amapola evitaba el dolor, al igual que emblanquecía las ideas alejándote de la realidad. «¿Aemond tiene tanto dolor que habla en sueños, y mi nombre es responsable de apaciguarlo acaso?,», se preguntó.

—¿Sí, tío? Estoy aquí.

—¿Por qué... me dejaste...?

La mano de Aemond perdió fuerza en la mano. Val no la dejó caer y ella la sostuvo con ambas manos.

—No te he abandonado, tío. Estoy aquí. Mis hermanos...

«... también lo están», habría querido decir si no supusiera una mala idea. La expresión de su tío se agrietó, como si la herida de su ojo se estuviera abriendo, recreando la escena del día anterior. Val procuró no mencionar de nuevo a sus hermanos enfrente de Aemond, no quería ver que sufriera por su culpa.

—Tío, no te he abandonado —le dijo, de manera clara y lenta, para que comprendiera en sueños—. Nunca lo haría.

La reina le había asegurado un sitio agradable para descansar. La perfecta iluminación natural del día que contrastaba con las paredes de piedra de mar pálidas y el aire fresco del océano enriquecían la salud del príncipe.

Murmullos incoherentes brotaban de los labios de su tío, como susurros a causa de la fiebre. El sudor perlaba su frente, mezclándose con lo que Val temía fuese una lágrima de su ojo sano. Lentamente, como el guerrero que siempre había querido ser, su parpado izquierdo se abrió. Al principio su ojo violáceo se encontraba desorbitado y desorientado, vagando por la estancia sin reconocerla hasta que, poco a poco, la claridad regresó a su mirada.

—Mi príncipe —ser Criston había advertido del despertar de Aemond, quien hizo caso omiso a la inquietud del guardia y sus pedidos de seguir descansando. Val estuvo de acuerdo con él, pero su tío apretó con más fuerza su mano.

El sudor había acalorado enfriado su agarre, entorpeciéndolo, pero Val se aferró a ella, acalorando al tacto.

—¿Lo prometes? —fueron las primeras palabras que su tío le dijo—. ¿Prometes no abandonarme?

Val miró a Aemond, cuyos ojos, aun adormilados por la leche de la amapola, reflejaban un dolor profundo. Su mente infantil no alcanzaba a comprender del todo la magnitud de la promesa que estaba a punto de hacer, pero su corazón, lleno de amor y lealtad, no dudó.

—Lo prometo, tío. Nunca te abandonaré —dijo, con una convicción que resonó en la quietud del cuarto.

Aemond cerró los ojos, dejando escapar un suspiro aliviado. Val sintió que había logrado apaciguar, al menos por un momento, el tormento de su tío.

El maestre Kelvyn terminó de atender a Luke, y Jace se acercó a Val, preocupado y con una alerta en la mirada.

—Val, debemos irnos. Padre querrá vernos —le susurró, con la mirada fija en la puerta.

Val asintió, sabiendo que el deber la llamaba, pero sin soltar la mano de su tío. Aemond murmuró algo más en sueños, palabras que Val no logró comprender del todo, pero que se quedaron grabadas en su mente.

Finalmente, soltó la mano de su tío con cuidado, temiendo volver a despertar el dolor. Mientras salía del cuarto, los pensamientos de Val volaban entre la sensación eléctrica de sus manos tocar las de su tío y el pecho que le estrujaba por presenciar su dolor. Afuera, la brisa del océano la recibió, fría y revitalizante. Pero en su pecho, el calor de la promesa ardía.

𝐁𝐑𝐎𝐊𝐄𝐍 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓 ──── hotdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora