ch. 05

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𝐒u madre sostenía a Joffrey con júbilo

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𝐒u madre sostenía a Joffrey con júbilo.

—Ser Harwin me ha contado lo sucedido.

Val y el escudero habían arribado a los aposentos reales de su señora madre, quien disfrutaba del tiempo con las criadas y parteras, más el recién llegado bebé. Él se movía sanamente, desnudo en los brazos de la mujer.

Los brazos y piernas abultados se llevaban toda la atención de la muchacha.

—Valaena —insistió su madre con una sonrisa hecha por el estornudo del bebé—. ¿Qué ocurre? No estoy enfadada.

Como dijo, la historia de Ser Harwin la hizo interarse en cómo había acabado de aquella manera sucia y tan desaliñada. Val era, a los ojos de su señora madre, incapaz de adentrarse en el peligro..., al menos, no a propósito.

Ella separó sus labios, contemplando el cuarto desolado, y pronunció:

—Creo que ella me odia.

—¿Quién, mi brillante niña?

—La reina.

Se acomodó en la poltrona. Dura y rígida, se sostuvo de los soportes observando al cómodo asiento con cojines en el que su madre se encontraba reposando.

Ella se quedó en silencio. Val desde hacía un tiempo había notado cierta inquietud entre la reina y su señora madre, como hilo cortado de un tirón ante cualquier jaleo.

Aquella vez fue su madre quien se moldeó en su reposo.

—¿Por qué lo dices?

Val se maravilló con sus manos recién pulidas por las criadas y por el cambio de apariencia. El rojo de lana con lazos oscuros del vestido le lucía mejor, recordó las palabras de una de las mujeres. Su cabello estaba seco, exponiendo orgullosamente el cintillo carmesí relumbrante y grueso que recibió en su anterior día del nombre, con las ondas asomándose sobre los hombros y deslizándose más abajo.

Así era como debía lucir. Pulcra y delicada. La representación de una señora de alcurnia de una gran dinastía.

—Dijo que no actuaba como una Velaryon —contestó, relamiéndose los labios, y se corrigió—: Nosotros. Qué tampoco lucíamos como uno.

—¿Lo expresó abiertamente? —preguntó con el alma en vilo.

No de tal manera.

—Lo insinuó —avaló.

La reina verde no era muy discreta con sus acciones y palabras. No era la primera vez y, presentía, tampoco la última. Cuando Val se presentaba, recordó una ocasión, que aquellos ojos siempre le seguían el paso, esperando un simple error.

Como por la razón por la cual la llevaron a los aposentos de su majestad.

—No tengo excusa, madre —murmuró, toqueteando las mangas del vestuario—. No debí ir a Pozo Dragón. Me asusté con ver a Sueñafuego... Sé que padre estará decepcionado.

𝐁𝐑𝐎𝐊𝐄𝐍 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓 ──── hotdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora